Apuntes Doctrinales




Apuntes Doctrinales

Doctrinas y Prácticas

de los Templos Bíblicos

de la República Dominicana



Preparado por


Juan Manuel Pérez

Miguel Matos

Osiris Corniel

Ramón Prensa

Fernando C. Félix



Enero, 2007


ÍNDICE



DEDICATORIA i

INTRODUCCION i

1.LOS TEMPLOS BIBLICOS DE LA REPUBLICA DOMINICANA iv

1.1Nombre y origen remoto de los Templos Bíblicos iv

1.2Tres momentos de la historia de los Templos Bíblicos v

2.ASPECTOS GENERALES DE LA DOCTRINA vii

2.1Concepto de doctrina: vii

2.2Doctrinas fundamentales: vii

2.3Prácticas generales: ix

2.4Posición frente a las doctrinas: ix

3.APUNTES DE DOCTRINAS (1RA PARTE) xi

3.1De la Biblia xi

3.2De Dios xiv

3.3Del Señor Jesucristo xx

3.4Del Espíritu Santo xxiv

3.5De los ángeles xxvii

3.6De Satanás y los demonios xxviii

3.7Del hombre xxix

4.APUNTES DE DOCTRINAS (2DA PARTE) xxxii

4.1De la salvación xxxii

4.2De la Iglesia xxxvi

4.3Del Culto xliii

4.4De los dones espirituales xlviii

4.5De los eventos escatológicos lx

5.OTRAS DOCTRINAS Y PRÁCTICAS lxv

5.1El ministerio de la mujer lxv

5.2Las finanzas de la iglesia lxxiii

5.3La relación entre iglesias lxxxii

Conclusion…………………………………………………………………………………………..83



DEDICATORIA


“Acordaos de vuestros pastores,

que os hablaron la palabra de Dios..”

(Heb.13:7)



Este trabajo es un reconocimiento a los misioneros

y maestros extranjeros y nacionales que forjaron la

doctrina que creen y practican los Templos Bíblicos

de la República Dominicana. En orden cronológico:



Duncan M. Reid (Misionero de Escocia)

Ian Mac William Rathie (Misionero de Canadá)

Ralph Carter (Misionero de Canadá)

Lino Gómez (Misionero de República Dominicana)

Baudilio Custals (Maestro de España)

James Cochrane (Misionero de Canadá)

Pablo Clase (Misionero de República Dominicana)


Con excepción de los dos últimos, todos los demás

hombres de Dios están con el Señor.



INTRODUCCION


Desde sus inicios, los misioneros y maestros de los Templos Bíblicos de la República Dominicana inculcaron a los miembros de estas asambleas cristianas el amor a la Palabra de Dios. Con su ejemplo de vida y por medio de la sólida enseñanza desde el púlpito, estos hombres de Dios demostraron un profundo respeto por la autoridad de las Sagradas Escrituras. Ellos destacaron que la madurez de la vida cristiana descansa en el conocimiento de la “fe dada una vez a los santos” y en la obediencia estricta a los mandamientos del Señor.


Mientras todas las denominaciones cuentan con credos o documentos de fe, cuyos artículos los miembros deben confesar, y hasta firmar, los Templos Bíblicos nunca han dado a conocer una declaración oficial escrita de lo que creen y practican. ¿A qué se debe esto? La respuesta de estos hombres fue siempre la misma: la Biblia entera es nuestro credo. Hoy seguimos creyendo ese mismo principio.


Al presentar a nuestros hermanos y hermanas, tanto de nuestras asambleas como de otras confesiones, estos Apuntes doctrinales: Doctrinas y Prácticas de los Templos Bíblicos parece como si cambiáramos de opinión. Nada más lejos de la verdad. Estas notas NO son una confesión de fe ni un credo oficial de los Templos Bíblicos. Son apenas unos apuntes de doctrina que tienen como finalidad servir de punto de partida para el estudio de la doctrina; de ahí que son pertinentes las siguientes observaciones:


Este texto no es un sustituto del estudio personal de la Palabra de Dios. Su propósito no es para que cada miembro lo recite como un credo, sino para que le sirva de guía y reflexión en la instrucción de lo que creemos y obedecemos como iglesia local.


En sentido general, estos apuntes doctrinales representan las creencias y las prácticas de los Templos Bíblicos en la República Dominicana.


Los autores compartieron estos apuntes con la mayoría de los ancianos y líderes de los Templos Bíblicos, tanto de la capital como del interior, quienes en varias ocasiones aportaron sugerencias valiosas que fueron incorporadas al texto; pero la responsabilidad final corre por cuenta de los autores.


Estos apuntes no cuentan con la misma autoridad de la Palabra de Dios; son más bien formulaciones de las enseñanzas de la Biblia. Como material de consulta y estudio, su valor quedará supeditado en la medida que exprese fielmente la enseñanza de la Palabra de Dios. Por ello, están sujetos a revisión con la verdad de la Palabra de Dios.


Como este texto incluye algunos asuntos y prácticas que pueden estar abiertos a otras interpretaciones (ej. dicotomía/tricotomía, el ministerio de la mujer, etc.), esperamos que se mantenga el espíritu de unidad entre todas las asambleas aunque se disienta del punto de vista adoptado por los autores. Entendemos que nuestra postura cuenta con una buena justificación, por lo que estamos preparados para “presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo aquel que (n)os demande razón de…” lo que escribimos.


No es la intención de sus autores ofrecer una obra académica con notas a pie de página, citas y bibliografía. Eso escapa a la naturaleza de este manual, dirigido a todos los hermanos y las hermanas de nuestras asambleas, para muchos de los cuales basta con lo que dice el texto bíblico. Además, no se pretende ninguna originalidad, sino la divulgación de nuestra fe y vida cristianas. Hemos tratado de evitar tecnicismos tanto teológicos como gramaticales de los idiomas originales. A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas textuales están tomadas de la Biblia Reina Valera 1995.


El contenido está organizado en cinco capítulos. El primer capítulo ofrece una breve síntesis acerca de quiénes son los Templos Bíblicos de la República Dominicana, explicando las raíces remotas de nuestra iglesia y los momentos principales de la misma con la llegada y la extensión del evangelio por misioneros extranjeros y nacionales. La doctrina juega un papel determinante en cualquier confesión cristiana. Por ello, el capítulo dos presenta nuestra postura al respecto, sintetiza las doctrinas fundamentales de la fe evangélica y define el concepto de las prácticas que identifican a un grupo cristiano. Los capítulos tres y cuatro constituyen el cuerpo principal de estos apuntes. De una manera sencilla, se explican las grandes doctrinas que creen y practican los Templos Bíblicos de la República Dominicana. El último capítulo aborda cuestiones prácticas que caracterizan nuestra identidad como grupo de asambleas aunque tratamos de dar su correspondiente justificación bíblica.


Estos Apuntes doctrinales están dedicados a los principales fundadores y maestros de la Palabra de Dios, a quienes el Señor envió a servir a los Templos Bíblicos. Puede que algunos de ellos, ya con el Señor, hubiesen desaprobado esta publicación por su convicción de que sólo la Biblia es nuestro credo. Sin embargo, las fuertes olas y los vientos de doctrinas de error que tanto abundan hoy, la necesidad de seguir encargando “a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” y la función de este texto, tal vez les habrían llevado a decirnos “sí, pero…”.



1. LOS TEMPLOS BIBLICOS DE LA REPUBLICA DOMINICANA


1. Nombre y origen remoto de los Templos Bíblicos



Es normal, y hasta saludable, que los miembros de nuestras asambleas pregunten “quiénes somos, de dónde venimos y qué creemos”. Como la mayoría de los grupos evangélicos pertenecen a concilios bien definidos con una línea clara de su origen, se piensa que tal es la situación de los llamados Templos Bíblicos.


El término Templos Bíblicos, utilizado sólo en La República Dominicana, corresponde a lo que internacionalmente se denomina “Asambleas de hermanos” o “Brethren assemblies” en inglés. El nombre se originó cuando a fines de la tiranía, Trujillo exigió la incorporación a todas las iglesias en República Dominicana, y los hermanos misioneros Duncan Reid, Ian Rathie, D. McIntosh, junto a otros líderes dominicanos, formalizaron en una asamblea los términos de la incorporación adoptando el nombre Templo Bíblico, como una forma de identificar los locales y de destacar la primacía de la Palabra de Dios en nuestras iglesias.


En sentido remoto, los T. B. son herederos del gran movimiento evangelístico, misionero y de la exposición de la Palabra iniciado en la segunda década del siglo XIX, por hombres como Anthony Groves, John Nelson Darby, Edward Cronin y John Gifford Bellet, quienes inconformes con la rígida estructural eclesial de la iglesia anglicana, decidieron reunirse en distintos hogares para estudiar la Palabra de Dios y partir el pan (tomar la Cena del Señor). En sus inicios, el punto de partida fue Dublín, Irlanda, aunque se considera que hubo tres grupos independientes y casi simultáneos. Sin embargo, se popularizó el nombre de hermanos de Plymouth – puerto sureño de Inglaterra – por ser ahí donde se radicó una de las principales asambleas del recién formado grupo.


El movimiento de los hermanos se extendió por diferentes países de Europa como Inglaterra, Escocia, Italia, Suiza, España, etc. Fruto de la labor evangelística de misioneros escoceses e ingleses, los hermanos llegaron a Canadá y Estados Unidos. En sus inicios el grupo se guió por los siguientes principios:


* Centralización del Partimiento del Pan (Cena del Señor) todos los domingos en el culto de adoración.
* Participación libre de los hermanos en el culto del Partimiento del Pan sin importar denominación.
* Libertad completa de orar, cantar, leer y meditar en las reuniones congregacionales, siempre y cuando se hiciera con orden.
* Reconocimiento de los dones de pastoreo (Ancianos) para un gobierno colegiado.
*Unidad en Cristo y no en ninguna confederación ecuménica especial.
*Profunda preocupación por la obra misionera internacional.
*Primacía de la exposición de la Palabra de Dios en las reuniones de la asamblea.


2.Tres momentos de la historia de los Templos Bíblicos


En cuanto a la República Dominicana, tres tiempos y lugares marcaron la formación de los Templos Bíblicos. En 1919 vino como contador del Ferrocarril Sánchez – La Vega el señor Harry Louis V. Smith, hombre de negocios, pero hermano con profunda devoción al Señor. Por medio de cartas a la revista misionera inglesa “Echoes of service”, escribía acerca de la gran necesidad de enviar misioneros a la República Dominicana. El hermano Smith posteriormente discutió con un hermano de Barbados de nombre Arthur C. Peterkin, misionero en Argentina, sobre la posibilidad de que él (Peterkin) fuera con su familia a República Dominicana.


En diciembre de 1919 Arthur C. Peterkin se estableció en la Vega, lugar donde llevó el evangelio en medio de fuerte oposición religiosa. Por varios años trabajó ahí hasta que en julio de 1929 construyó la primera iglesia de los Templos Bíblicos en la Vega. Su labor se extendió por unos tres o cuatro años más. Con su salida, el trabajo fue continuado por otros misioneros canadienses como los esposos Ralph y Mariana Carter (quienes se radicaron después en Santiago en 1941), Donald. McIntosh y su esposa Gwendolyn.


El segundo momento inició en 1921 con la llegada a Sánchez del misionero escocés Duncan M. Reid. El señor Reid vivió junto a su esposa unos tres años en esta pequeña villa para dedicarse al estudio del español. En ese tiempo contó con la valiosa ayuda de los hermanos metodistas Don Salustiano Conde y su esposa. A partir de 1924, los Reid se trasladaron definitivamente a Puerto Plata para trabajar en la labor misionera por cerca de 60 años en la costa norte. Cuando los Reid llegaron a Puerto Plata, ya se encontraban en esta ciudad los esposos Asa y Phoebe Moore, quienes habían venido desde New York en 1923. Antes habían estado trabajando en Guyana (1918-1921), y luego estuvieron en Pakistán (1959-1961). En 1958, los hermanos de la costa norte encomendaron a trabajar a tiempo completo en la obra de Dios al hermano Pablo Clase junto a su esposa, siendo la segunda pareja nacional en ser llamada por el Señor a la misión.


El 1941 significó el tercer momento. En enero de ese año, se estableció en la capital (Ciudad Trujillo, en ese entonces) el misionero escocés de nacimiento, pero canadiense por nacionalidad, Ian McWilliam Rathie. Rathie había llegado en julio de 1928 como maestro de clases particulares de los hijos de Arthur C. Peterkin, pero cooperaba con la extensión del evangelio a través de clases gratuitas de inglés para los pobladores de la Vega. Su trabajo misionero se extendió por más de seis décadas.


Por otro lado, los Carter se trasladaron también en ese año de 1941 a Santiago, donde antes ya habían empezado la obra de evangelización. Su trabajo consolidó una iglesia en el sector de Savica y el envío a la misión de los hermanos nacionales Lino Gómez y Mery de Gómez. Es justo reconocer que este misionero siempre albergó el deseo de que se escribiera un manual parecido a estos Apuntes Doctrinales.


La obra en Santo Domingo tuvo en sus primeros años una sola asamblea que se llegó a congregar en tres locales: en la calle 30 de marzo, en la intersección de las cinco esquinas del sector San Carlos y en la calle Altagracia esquina Félix María Ruiz del sector de Villa Francisca. Es en 1957, en una carpa de circo levantada en la esquina Tunti Cáceres con Juan Erazo del sector de Villa Juana, cuando salió la primera extensión en Santo Domingo. En estos momentos los Templos Bíblicos cuentan con 45 congregaciones en Santo Domingo.


Por razones de espacio, esta apretada síntesis histórica de los Templos Bíblicos pasa por alto grandes hombres y mujeres de Dios, misioneros, predicadores, impresores, editores… Sin embargo, tal necesidad será suplida próximamente, en la voluntad del Señor, con la publicación de un libro sobre la historia de los Templos Bíblicos de la República Dominicana





2.ASPECTOS GENERALES DE LA DOCTRINA


1.Concepto de doctrina:


Las doctrinas son las formulaciones de las creencias bíblicas que profesamos, enseñamos y practicamos. Acorde al nombre de Templo Bíblico, destacamos que la Biblia es nuestra norma infalible de fe y conducta.


2.Doctrinas fundamentales:


Son aquellas creencias bíblicas que de manera explícita tienen que ver con las bases del cristianismo y cuya negación conlleva tanto un alejamiento de la sana doctrina sostenida por el pueblo de Dios a lo largo de su historia así como un rechazo del verdadero conocimiento de Dios y de su plan de salvación. Son marcas de la fe evangélica las siguientes doctrinas:


* La Biblia es el único libro inspirado por Dios, por lo que es la Palabra escrita de Dios, única norma de autoridad para la fe y la vida de la iglesia. Para entender y vivir su mensaje, se necesita de la iluminación y del poder del Espíritu Santo y de la aplicación de normas correctas de interpretación.


* Dios es un ser personal, infinito, vivo, único y espiritual; creador de todo lo que existe, se distingue de la creación y es Señor de todo lo que existe. Dios se ha revelado de manera especial en la Biblia y por medio de Jesucristo. Dios existe en tres Personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, pero sólo hay un Dios.


* Jesucristo es el unigénito Hijo de Dios, consustancial con el Padre y el Espíritu Santo en cuanto a la esencia divina –con quienes comparte todos los atributos divinos -, y consustancial con el hombre en cuanto a la naturaleza humana – por lo que es un ser humano integral -. El es Dios y Hombre en una sola Persona. Como hombre nació de la virgen María por la acción del Espíritu Santo, vivió sin pecado, se entregó en la cruz de calvario para salvar al pecador y resucitó al tercer día.


* El Espíritu Santo es una persona divina, no una fuerza. Posee todos los atributos divinos al igual que el Padre y el Hijo, de los cuales procede eternamente en cuanto a la función que desempeña en la historia de la salvación. Vino el día de Pentecostés para residir permanentemente en los que aceptan a Cristo como Salvador y Señor, a los cuales regenera y santifica.


* Los ángeles, Satanás y los demonios son seres espirituales reales, creados por Dios y sujetos a Jesucristo. Los ángeles están al servicio de Dios para beneficio de los creyentes. No se les debe adorar, pedir su intercesión ni guía. Satanás es el adversario de los propósitos de Dios. Fue derrotado por Cristo en la cruz, pero se mantiene como acusador de los hijos de Dios. Su condenación eterna será en el lago de fuego junto a los demonios y a todas aquellas personas que murieron sin Cristo.


* El ser humano fue creado a imagen y semejanza de Dios, no es el resultado de un proceso evolutivo. Está constituido por una parte material y otra inmaterial. Por el pecado de Adán y suyo propio, el hombre se encuentra muerto espiritualmente y bajo la sentencia de la muerte física. Si muere sin Cristo, le espera la condenación eterna en el infierno o muerte segunda.


* La salvación es un don de la gracia de Dios. Sólo es hijo de Dios aquel que confiesa sus pecados a Dios y cree en la muerte y resurrección de Jesucristo, quien realizó la salvación como una obra de sustitución perfecta e irrepetible. La única condición para salvarse es creer en Cristo, pero esa fe se manifiesta de un modo real por los frutos del arrepentimiento. La salvación trae bendiciones espirituales presentes y futuras, cuando el cristiano será transformado a la semejanza del Hijo de Dios.


* El Señor va formando un pueblo – la iglesia – con cada creyente, a quien agrega como una piedra de un edificio. La iglesia es el total de todos los verdaderos cristianos, sin importar denominación, raza, lengua, tiempo. Dios manda a los creyentes a reunirse en comunidades locales para la adoración, edificación mutua y evangelización de los no cristianos.


* El Señor Jesucristo vendrá otra vez de modo real y personal, juzgará a Satanás y los demonios, y a los incrédulos para condenarlos en el lago de fuego. Después de acabar con todos sus enemigos, incluida la muerte, Jesucristo introducirá a su pueblo al reino eterno, donde Dios será el todo en todos.



3.Prácticas generales:


Tienen que ver con formas de aplicar la enseñanza de la Biblia y con prácticas que identifican nuestras asambleas. Estas están sujetas a interpretaciones y adaptaciones, pero se consideran saludables para el buen funcionamiento de la iglesia local y como instrumentos de preservación del testimonio y marcas de identidad de la misma.


4.Posición frente a las doctrinas:


Nuestros principios o distintivos deben estar fundamentados únicamente en verdades bíblicas. Como iglesia de Dios, es nuestro compromiso con el Señor cumplir fielmente la función de ser “columna y baluarte de la verdad” (I Tim. 3:15).


Se alega que la doctrina divide y destruye la unidad del cuerpo de Cristo, que lo importante es el amor. Sin embargo, quienes así piensan olvidan que para obedecer a Dios, hay que conocer primero la doctrina (enseñanza): “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios o si yo hablo por mi propia cuenta” (Jn.7:17). Además, “el que guarda Su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado” (1 Jn.2:5).


Una iglesia cuenta con creyentes maduros cuando estos crecen “en la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios… para que no seamos niños fluctuantes llevados por doquiera por todo viento de doctrina por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo” (Ef. 4:13-15). Y Pablo encargó solemnemente a Timoteo a que “ prediques la palabra, que instes a tiempo y fuera de tiempo, redarguye, reprende y exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Tim.4:1-2). Y Judas manda a los creyentes a que “contendáis ardientemente por la fe dada una vez a los santos” (v.3)

En 2 Timoteo 3:14 el apóstol Pablo escribe “persiste tú en lo que has aprendido”. Por lo tanto, para nuestras asambleas las doctrinas son fundamentales, ellas son la base de lo que creemos respecto a Dios y de lo que El ha establecido como normas para la iglesia.


La iglesia nace y vive por la Palabra de Dios (Sant.1:18; 1 Ped.1:23-25). La enseñanza debe ocupar un lugar prominente en el pueblo de Dios. Será ejercida por aquellos que tienen los dones de enseñanza y por la práctica de vida del día a día de los creyentes. En Hechos 2:42 dice que la iglesia perseveraba en la doctrina de los apóstoles. En otras palabras, “y estaban dedicados constantemente a la doctrina de los apóstoles” (Nuevo Testamento Textual). Pablo escribe a los hermanos de Colosas: “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría,…” (Col. 3:16)


La enseñanza del Señor se caracterizó por la autoridad con que hablaba. El podía afirmar categóricamente “pero yo os digo” (Mt.5:22, 28, 32, 34, 39, 44) a diferencia de lo que hacían los escribas, quienes se referían a otros rabinos para apoyar lo que enseñaban (Mr. 1:22; Luc.4:32). Es deber de la iglesia mantener ese principio, enseñar con la autoridad de la Palabra escrita de Dios, la Biblia, para que sus doctrinas sean creídas y sus mandamientos obedecidos.


3.APUNTES DE DOCTRINAS (1RA PARTE)


1.De la Biblia


3.1.1 Concepto y autoridad


La Biblia es la Palabra escrita de Dios, las Sagradas Escrituras y la única regla suficiente, segura e infalible de todo conocimiento, fe y obediencia que Dios ha dado al ser humano para que Le conozca, adore, glorifique y obedezca.


De igual manera, este libro divino es la única fuente de autoridad para el creyente tanto en doctrina como en vida cristiana, siendo su contenido dado sobrenaturalmente a hombres seleccionados por Dios


3.1.2 La inspiración


Para garantizar la infalibilidad de su Palabra, Dios se valió de la inspiración de las Escrituras. La inspiración es la operación ejercida sobre los escritores bíblicos (Ef. 2:20; 2 Ped. 1:21; 2 Tim.3:16), por la cual Dios supervisa por medio del Espíritu Santo el proceso de escritura (Jer. 36:1-2; Apoc.1:19, 14:13) y vigila el trabajo para evitar que los autores omitieran alguna cosa, incluyeran errores y escribieran sólo Sus palabras (Jer.36:2). La guía del Espíritu Santo y la supervisión directa de Dios hacen de la Biblia el único libro infalible, sin errores en sus documentos originales. Por eso, la Biblia es inspirada verbal y plenariamente (2 Ti.3:16). Es verbal, puesto que la inspiración incluye las palabras, no sólo las ideas y los conceptos: “De estas cosas hablamos, no con palabras enseñadas por la sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual” (1 Cor.2:13); y es plenaria porque “Toda escritura es inspirada por Dios…” (2 Tim.3:16).


La inspiración se distingue del dictado directo y de la inspiración artística. Aunque algunas partes de la Biblia fueron dictadas directamente por Dios (Ex.20:1-17; 32:15-16; Hab.2:2ss), cada autor escribió de acuerdo a su personalidad, cultura, estilo y contexto histórico. Algunos incluso se valieron de la investigación de otros documentos (Nú.21:14; Jos.10:12-13; 2 Rey.16:19; Luc.1:1-4). La obra conjunta de escritores humanos y la guía divina por el Espíritu Santo dotan a la Biblia de una sorprendente unidad junto a una diversidad notable. La unidad corre desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Por ser una obra divina, los pensamientos de Dios cohesionan las diversas páginas de las Escrituras produciendo una sola obra. Por otro lado, la Biblia comprende un conjunto de textos provenientes de las más variadas situaciones: documentos sobre los orígenes del ser humano, narraciones antiguas, leyes, poesía, literatura sapiencial, oráculos proféticos, genealogías, evangelios, cartas a comunidades y a individuos cristianos, libros apocalípticos, etc. Todos ellos constituyen una biblioteca con volúmenes diversos. En definitiva, la diversidad procede de la huella humana; la unidad, de la guía divina.


Esta dirección espiritual es diferente a lo que se conoce popularmente como inspiración literaria, en la que un escritor o artista siente una intuición o experimenta una idea original y espontánea. La inspiración divina es el control de Dios para que los escritores de la Biblia escribieran con la autoridad divina.


3.1.3 Canon del A.T. y del N.T.


La Biblia comprende 66 libros divididos en dos grupos, Antiguo Testamento y Nuevo Testamento. Aunque algunas versiones de la Biblia añaden otros libros y porciones al Antiguo Testamento, el Señor y los apóstoles nunca citaron esos libros. Incluso los judíos, a quienes fue confiada la Palabra del A.T. (Rom.3:2), no los incluyeron dentro del canon. Josefo, historiador judío (vivió entre el 37 d.C. y el 98 d. C.), afirmó que ningún otro libro del Antiguo Testamento fue escrito después del 420 a.C. (con lo que aludía a Malaquías). Estos escritos no inspirados por Dios sólo tienen un valor histórico y cultural en su lectura. Por ello, estos libros apócrifos no pertenecen al canon bíblico. Los 39 libros del Antiguo Testamento son: Génesis, Exodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Josué, Jueces, Rut, 1 y 2 Samuel. 1 y 2 Reyes, 1 y 2 Crónicas, Esdras, Nehemías, Ester, Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los cantares, Isaías, Jeremías, Lamentaciones, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías y Malaquías.


El Nuevo Testamento se refiere al canon del Antiguo Testamento a través del Señor (Luc. 24:44-45) y del apóstol Pablo (1 Tim. 3:15-17). Un libro forma parte del canon del AT y NT no porque sea antiguo y útil, ni porque el pueblo de Dios lo haya leído y valorado, sino por contar con la autoridad de Dios. Dios habló a través del autor humano para enseñar a su pueblo lo que debía creer y obedecer. Además de ser un registro de revelaciones, la Biblia es la única forma escrita permanente de la voluntad de Dios.


En el caso específico del Nuevo Testamento, los principios aplicados por los primeros cristianos para determinar su canonicidad fueron los siguientes: autoridad apostólica, su carácter y espiritualidad, aceptación y uso por la iglesia primitiva y evidencia interna de ser inspirado. Por ejemplo, Pedro reconoce que los escritos de Pablo ya son parte de la Escritura, la Palabra de Dios (2 Ped.3:16). La iglesia no confiere autoridad a la Biblia, sino que se somete a esa autoridad que ya la Biblia posee por ser palabra de Dios.


El canon del Nuevo Testamento comprende una colección de 27 libros, los cuales son los siguientes: los cuatro evangelios – Mateo, Marcos, Lucas y Juan -, los Hechos, veintiuna epístolas o cartas – Romanos, 1 y 2 Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1 y 2 Tesalonicenses, 1 y 2 Timoteo, Tito, Filemón, Hebreos, Santiago, 1 y 2 Pedro, 1, 2 y 3 Juan, Judas -, y el libro de Apocalipsis.



4.La comprensión y obediencia de las Escrituras: iluminación, interpretación y autoridad


Para comprender el mensaje divino de las Escrituras, el Señor ilumina el entendimiento del creyente que anda en comunión con Dios (Sal.119:18, 27; Luc.24:45). El Espíritu Santo capacita al creyente para conocer lo que Dios ha revelado en Su palabra (1 Cor.2:10-13; 1 Jn.2:20). El contenido espiritual de la Palabra de Dios es percibido sólo por cristianos que andan en obediencia a los mandatos divinos; en cambio, la persona inconversa “…no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura; y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.” (1 Cor.2:14).


Sin embargo, esta operación del Espíritu no anula la responsabilidad de cada cristiano de leer, estudiar, escudriñar e interpretar correctamente la Biblia: “leían con claridad el libro de la ley de Dios y lo interpretaban de modo que se comprendiera su lectura” (Neh.8:8 Nueva Versión Internacional). Por ser un libro escrito por autores humanos, quienes vivieron su tiempo, espacio y cultura, la tarea de la interpretación exige la aplicación de principios hermenéuticos (de interpretación) tales como el estudio de la gramática del texto, la lectura contextual (esto es, tanto el entorno inmediato de un pasaje como el contenido global de las Escrituras, pues Estas son su mejor intérprete), el conocimiento de la historia y la cultura de los hombres y mujeres de la Biblia.


Además, se debe tomar en cuenta que la revelación de Dios es progresiva: para entender una doctrina, se debe tener una visión global de la Palabra de Dios. Lo que fue dicho en un tiempo, Dios lo amplía y extiende en otro momento. Por ejemplo, ningún lector responsable de la Biblia se limita al A.T. para comprender la persona y la obra de Dios; ningún cristiano de hoy confiesa su pecado pidiendo como David “y no quites de mí tu santo Espíritu” (Sal.51:11), pues el Señor y las epístolas apostólicas enseñan que el Espíritu mora para siempre en el creyente (Ver 3.4.4).


En definitiva, cada cristiano puede interpretar por sí solo la Palabra siempre y cuando aplique principios de interpretación apropiados. Aunque la iglesia cuenta con maestros capaces para enseñar a los creyentes (Ef.4:11; 2 Tim.2:2), la autoridad última la tiene la Biblia. Cada cristiano es responsable de comprobar que la enseñanza que recibe en la congregación se basa no en tradiciones ni credos impuestos ni opiniones personales, sino en el sentido normal y llano, no alegórico, de la Santa Palabra de Dios (Hch.17:11). Nunca una experiencia personal o una supuesta nueva revelación sustituirán ni tendrán la autoridad de la Palabra de Dios (2 Tes.2:2). Nuestro Señor Jesucristo y sus apóstoles demostraron su estricto apego a la autoridad de las Escrituras por la forma como, para zanjar cualquier discusión de doctrina o de norma de conducta, emplearon las expresiones “Escrito está”, “¿No habéis leído?” o “Porque dice”, “Como dijo”, cuando citaban directamente del Antiguo Testamento (Mt.4:4, 7, 10; 21:16, 42; 22:31-32; Rom.3:4, 10; 8:36; 9:13, 17, 25, 29; Sant.4:6; Heb.3:7; 1 Ped.1:16).


La tarea de interpretar la Biblia, individual o congregacional, tiene por fin obedecer la voluntad de Dios, para que la vida de cada cristiano crezca en el conocimiento íntimo de Dios para agradarle. “Toda Escritura es útil para enseñar, para corregir, para redargüir, para instruir en justicia…” (2 Tim.3:16).


2. De Dios


Dios es único, vivo y verdadero cuya subsistencia está en El mismo. El es infinito en ser y perfección. Su esencia no puede ser comprendida por nadie sino por El mismo, pero puede ser en parte conocida por El darse a conocer en la Biblia y en la persona de Jesucristo: “…nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt.11:27; Jn 1:18) a través del Espíritu Santo (1 Cor. 2:9-12). Dios es Espíritu, invisible, inmortal e infinito (Jn 4:24; 1 Tim. 1:17).


3.2.1 Revelación y nombres de Dios: Su carácter


Dios se ha dado a conocer “muchas veces y de muchas maneras” (Heb.1:1). Por la revelación general Dios da a conocer su existencia, poder y sabiduría a todo ser humano, quien se hace responsable de su actitud hacia el Creador. La creación del universo, la providencia y la conciencia moral son formas de Dios darse a conocer (Sal.19:1-6; Hch.14:15-17; Rom.1:18ss; 2:14-15). Sin embargo, la plena revelación de Dios vino en la persona de Jesucristo, pues “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” (Jn.1:18). Esta revelación especial se recibe por la fe en Cristo, gracias a la obra iluminadora del Espíritu Santo (Mt. 11:27; Jn.14:17, 26; 15:26; 16:13). Esta revelación especial permite al cristiano crecer “en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo” (2 Ped.3:18).


Otra manera de Dios revelarse es por medio de Su Nombre. Es verdad que los patriarcas emplearon designaciones generales de los pueblos de entonces (la palabra Dios en hebreo el/elohim es propia de las lenguas cananeas), sin embargo, Dios se reveló con el nombre YHWH, como el “Yo soy el que soy” (Ex.3:13-15). Este nombre – conocido como Tetragrámaton, por estar formado por cuatro letras consonantes en el hebreo antiguo – más que referirse a la identidad o forma de denominar a Dios, expresa su carácter; por eso Dios tuvo que revelarlo. En la antigüedad oriental, el nombre correspondía al carácter de la persona. La pregunta de Moisés indica que el pueblo de Israel esperaba una manifestación del carácter y de las acciones de Dios (Ex.3:13). Al darse a conocer de esta manera, Dios reveló su carácter autosuficiente, eterno y siempre presente para intervenir a favor de su pueblo. Después en la proclamación de Su Nombre a Moisés (Ex.34:5-7), Dios dio a entender que no es pronunciar las cuatro letras del nombre lo que significa conocerle, sino adorarle y vivir en obediencia a la revelación de Su gloria, de Su Ser, de Su carácter. Cuando el Señor dijo “He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste…” (Jn.17:6, 26), sus discípulos conocían el título o designación de YHWH, pero El les reveló en profundidad la naturaleza y el carácter de Dios. La expresión “el que es y que era y que ha de venir” (Ap.1:4; 4:8; 11:17) es una alusión a ese nombre YHWH.


3.2.2 Los atributos de Dios


Dios posee atributos únicos y perfectos. Un atributo es la perfección propia de Dios que le distingue y afirma como Dios, revelada en las Escrituras y, en algunos casos, capaz de ser manifestada en grado limitado en sus criaturas. En otras palabras, son características intrínsecas a su Ser.


Estos atributos se pueden agrupar en naturales y morales. Los naturales se llaman también incomunicables, absolutos y constitutivos, porque son exclusivos de la deidad, y pertenecen a su naturaleza. Los atributos morales, comunicables o relativos, son perfecciones que en grado absoluto sólo existen en el carácter moral de Dios, pero que en algún modo están también en los seres humanos creados a imagen y semejanza de Dios (Gén. 1:27).


3.2.2.1 Atributos naturales de Dios:


* Unicidad: Esta perfección expresa la unidad de Dios, que sólo hay un Dios (Deut 6:4; Sant. 2:19). Descarta la posibilidad de la existencia de otros dioses: “…antes de mí no fue formado dios ni lo será después de mí.” (Is.43:10). Por esto, sólo El merece nuestra adoración, como dijo el Señor al diablo: “…escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a el sólo servirás” (Mt.4:10). Dios busca verdaderos adoradores que le adoren “en espíritu y verdad” (Jn.4:23-24). Cualquier cosa que desplace a Dios en la vida de un cristiano se convierte en un acto de idolatría, por lo que la Palabra advierte “Hijitos, guardaos de los ídolos” (1 Jn.5:20); “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros:…avaricia, que es idolatría” (Col.3:5; Ef.5:5).


* Indivisible: este atributo expresa que Dios es absolutamente puro, sin composición y sin división, como si estuviera formado por partes: “Dios es espíritu” (Jn.4:24). Este atributo no contradice la trinidad, pues tiene que ver con la esencia de Dios; en cambio, la trinidad corresponde a su subsistencia. Es otra forma de decir que Dios es espíritu puro.


* Eternidad: Por medio de este atributo, Dios se revela como un Ser no sujeto a las limitaciones del tiempo. El no tuvo principio ni tendrá fin (Deut. 32:40; Sal. 90:2; Apoc. 1:8). Su eternidad está ligada a Su autoexistencia, pues Dios siempre ha existido por sí mismo, ninguna causa produjo su existencia.


* Infinidad: Dios no tiene medida ni limitación alguna (1 Rey. 8:27; Hech. 17:28). El es infinito.


* Inmutabilidad: Es la perfección divina por la cual Dios no puede cambiar en Su naturaleza y en Su carácter (Mal. 3:5; Hebr.1:10-12). Sin embargo, en función de las etapas de su plan de salvación y por la rebeldía humana, Dios cambia su forma de tratar a las personas. En ocasiones, los escritores bíblicos aluden a Dios como si se arrepintiera de algo (Gn.6:6; 1 Sam.15:11), pero lo hacen utilizando una figura del lenguaje conocida como antropomorfismo (en forma de hombre) para indicar el disgusto divino contra el pecado del hombre.


* Omnipresencia: Este atributo o perfección divina indica que Dios está presente siempre en todos los lugares con toda la plenitud de su ser (Sal. 139:7-11; Mt. 28:20), sin ser parte del universo. Su presencia asiste a su pueblo en las pruebas, la lucha contra el pecado, el culto y la predicación. Aún hoy se cumplen las palabras de Dios a Moisés: “Mi presencia te acompañará” (Ex.33:14).


* Omnisciencia: Dios conoce tanto los hechos en el pasado, presente, futuro como los que hubieran ocurrido en determinadas circunstancias aun sin haber llegado a suceder (1 Sam. 23:9-13; Is. 46:9-11; Ez. 11:5; Dan. 2:22). Conocer bien este atributo debe producir un temor reverencial por cuanto “no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Heb.4:13).


* Omnipotencia: Es la perfección divina por la cual Dios tiene todo poder para hacer que se cumpla todo aquello que se propone. (Gén. 18:14; Luc. 1:37; Apoc. 1:8). Sin embargo, Sus atributos morales hacen que Dios no se contradiga a Sí mismo. Por ejemplo, no puede mentir (Tit.1:2), su justicia le impide salvar al pecador que muere rechazando a Cristo.


* Soberanía: Dios es Soberano sobre todo lo que existe. Por ser Creador, es el dueño de todo y ejerce su autoridad suprema sobre todo la creación. El reina, decreta y actúa sin que nadie ni nada pueda resistir Su voluntad (Is.40:23-24; 43:13; Prov. 19:21; Dan. 4:35 Ef. 1:11). Esta perfección da “un fortísimo consuelo (a) los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros” (Heb.6:18), pues “es imposible que Dios mienta” e “irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Heb.6:18; Rom.11:29). Sólo nos resta decir con Pablo: “A él sea la gloria por los siglos. Amén.” (Rom.11:35)


3.2.2.2 Atributos morales de Dios:


* Amor: Es la perfección divina por la cual Dios hace todo con afecto entrañable y desinteresado. Más que una perfección divina, es la esencia de Dios (Jn.3:16; 1 Jn. 4:8). Su amor halló su máxima expresión al dar a Su Hijo para que muriera en lugar de pecadores rebeldes, quienes sólo merecían el justo juicio de la ira divina (Jn.3:16; Rom.5:8; 1 Jn.4:9-10). Ese amor divino es la garantía de la esperanza del cristiano (Rom.5:5; 8:35-39), la base de la motivación para que el cristiano le rinda completamente la vida y ame a los hermanos con sinceridad y evidencia de ser transformado por la gracia de Dios (Rom.12:1;

2 Cor.5:14-15; 1 Jn.3:16-18).


* Justicia: Dios actúa con absoluta rectitud. (Gén.18:23-26; Ex. 34:6-7; 1 Jn.1:9; Ap.16:5). El trato de Dios hacia las personas no se basa en favoritismos o soborno “porque no hay acepción de personas para con Dios” (Rom.2:11), “el cual pagará a cada uno según sus obras” (2:6). El amor produce en Dios el no querer “que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Ped.3:9). El “quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Tim.2:4); sin embargo, por rechazar a Su Hijo, Dios obrará con justicia para condenarlos. Desde el punto de vista positivo, Dios se ajusta a su justicia y demanda una vida de rectitud a los creyentes (Rom.6:13; Ap.22:11)


* Sabiduría: Desde la perspectiva del A. T., la sabiduría encierra el uso práctico del conocimiento para los mejores resultados de la vida. Respecto a Dios, indica que El no se equivoca en lo que piensa y hace, pues su conocimiento selecciona las mejores opciones (Is. 40:13,14; 1 Tim.1:17). Por otro lado, en el N.T. la sabiduría de Dios se manifiesta en su plan de salvación en la cruz del calvario, que es un absurdo para el inconverso, pero constituye el medio de salvación para el creyente (1 Cor.1:17ss.). La fuente de la sabiduría es temer a Dios (Prov.1:7) y conocer la persona y la obra de Cristo “en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Col.2:3); por eso, como “Cristo Jesús… nos ha sido hecho por Dios sabiduría” (1 Cor.1:30), “Creced en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Ped.3:18) y “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios, sino como sabios” (Ef.5:15).


* Santidad: Es la perfección divina que hace a Dios apartado de toda especie de mal (Is. 6:3; Hab. 1:13; Apoc. 4:8) y lleno de toda pureza moral y bondad (1 Jn.1:5). Constituye uno de los atributos fundamentales para la adoración y para la vida consagrada a El y apartada de toda especie de mal, pues “como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir” (1 Ped.1:15).



3.2.2.3 Otros atributos de Dios:


* El Dios celoso: Se asocia esta palabra con conductas irracionales, desenfrenadas y violentas en el hombre y la mujer. Sin embargo, la Biblia describe a Dios como “Jehová, cuyo nombre es Celoso, Dios celoso es” (Ex.34:14; Deut.6:15) para resaltar que él demanda a su pueblo una estricta relación de fidelidad que, en caso de ser violada, expone a los creyentes a la disciplina divina severa. Esta reacción de Dios nace de su amor ofendido para evitar que sus hijos se aparten de la comunión con él, “¿O provocaremos a celos al Señor?” (1 Cor.10:22).


* La ira de Dios: Este atributo, al igual que el anterior, se debe ver como una expresión de la justicia y la santidad de Dios. Cuando Dios castiga al rebelde, se dice que hace “su extraña obra…su extraña operación” (Is.28:21), porque “Misericordioso y clemente es Jehová; lento para la ira y grande en misericordia” (Sal.103:8); pero Dios no puede tener “por inocente al malvado” (Ex.34:7). Su ira consiste en la expresión de su justa indignación ante el pecado, su oposición a toda incredulidad (Jn.3:36) y la ejecución de sus juicios retributivos contra una humanidad rebelde – por ejemplo, los juicios del Apocalipsis están simbolizados por las siete copas de la ira de Dios y del Cordero (Ap.16:1ss.) -, que culminarán con la condenación eterna de los incrédulos en el juicio final (Rom.2:5, 7 y 9). Por la obra de la propiciación, Cristo libró al creyente de la ira de Dios y de toda condenación: “Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”( Rom.8:1), pues El “nos libra de la ira venidera…Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Tes.1:10; 5:9).


* La gloria de Dios: es difícil decidir si se trata de un atributo más o si sólo se refiere a la manifestación visible de la suma de sus atributos que llevan al ser humano a postrarse ante la majestad divina y a reconocerle como digno de toda adoración (Ex.33:18-23; 34:5-8; Is.6:1-5; Ap.4:1ss.). En el A.T., Dios utilizó algunos elementos para manifestarse: nube, fuego, un embaldosado, carros de fuego (Ex. 13:22; 24:10; 40:34-38; Ez.1:1ss). El encuentro con la gloria de Dios transforma al creyente: a Moisés, en lo físico (Ex.34:29-30), a Isaías, en su conciencia de pecado (Is.6:1ss). Con Jesucristo llegó en su persona la plenitud de la gloria de Dios (Jn.1:14), la cual va transformando el carácter del cristiano a Su semejanza (2 Cor.3:18). Su gloria brillará con todo su esplendor en la eternidad (Ap.21:23; 22:5).



3.2.3 La Trinidad:


Dios subsiste eternamente en tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Cada una de las tres Personas tiene toda la esencia divina (Mat. 28:19; Jn 14:11; 2 Cor. 13:14; Ef. 4:4-6; 1 Ped. 1:2). Se emplea el término Trinidad o Triunidad para expresar esta verdad revelada en la Palabra de Dios. Con ello se quiere decir que Dios es Uno, pero subsiste en Tres Personas, no significa que son tres dioses ni tampoco que Dios se manifiesta en tres personas.


El término Trinidad no se encuentra en la Biblia, pero sí corresponde a una enseñanza bíblica. La ausencia del término no niega la doctrina, pues tampoco la palabra persona aparece en la Biblia, sin embargo, nadie afirma que es antibíblico referirse a Dios como una persona.


Cuando la iglesia formuló la doctrina de la Trinidad en el s.IV d. C. se enfrentaba a varias falsas enseñanzas respecto a la esencia de Dios: algunos negaban la divinidad del Hijo, otros consideraban al Espíritu como una fuerza impersonal. La iglesia, entonces, expresó una doctrina bíblica para contrarrestar esos errores. En otras palabras, la iglesia no inventó la doctrina de la Trinidad ni la descubrió en el s. IV, sino que la derivó del estudio global de la Palabra de Dios para exponer claramente la fe cristiana y defenderla del error.


Por el contexto politeísta en el que vivió el pueblo de Israel, la revelación acerca de la Trinidad es apenas insinuada en el A.T. Dios tuvo que revelarse drásticamente como Uno, pues Su pueblo cayó varias veces en la idolatría a varios dioses. De ahí el énfasis “Oye, Israel; Jehová, nuestro Dios, Jehová, uno es” (Deut.6:4); “…yo soy el primero, y yo soy el último; y fuera de mí hay Dios” (Is.44:6).


Sin embargo, algunas indicaciones apuntan a una pluralidad de personas en la deidad. El Ángel de Jehová, quien se distingue de Jehová, se identifica como Dios, habla con la autoridad de Dios y recibe adoración (Gn.18:1ss; 22:11-14; Ex.3:2-6; Jos.5:13-15; Zac.3:1-2). Al Mesías prometido se le llama Dios Fuerte (Is.9:6), y se le identifica en el N.T. como el Señor (Is.40:1ss comparar con Mt.3:1ss).


Con el N.T. la revelación de la Trinidad avanza progresivamente hasta involucrar a las tres Personas en una misma obra (1 Cor.12:4-6; II Cor.13:14). El texto de Mat.28:19 es contundente ya que un solo nombre - el nombre, en singular- incluye las tres Personas en una obra divina – el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo -. No dice “en los nombres del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.


Respecto a la relación entre las Personas de la divinidad, El Padre no proviene de nadie, ni por generación ni por posesión; el Hijo es el Verbo eterno en íntima comunión con el Padre; y el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo (Jn 1: 1, 3,14, y 18; 10:36; 15:16 y 16:28; 1 Jn 4:14).



3. Del Señor Jesucristo


Jesucristo es la Segunda Persona de la Trinidad. Es el Hijo Eterno de Dios (Jn.1:18) manifestado en carne (Jn 1:14). El es Dios-hombre. Como Dios, antes de su nacimiento en Belén, Cristo ya existía (Is. 9:6; Miq. 5:2; Jn. 1:1, 14; 8:58). La Biblia enseña que Jesucristo es Dios cuando: lo denomina como tal (Jn. 1:1) reconoce su preexistencia como Dios (Fil. 2:6), Tomás lo reconoció como Dios (Jn 20:28), Pablo y Juan lo llaman Dios (Rom. 9:5; Tito 2:13; 1 Jn.5:20: “porque al Padre agradó que en él habitara toda la plenitud”; “Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad” (Col.2:9).


3.3.1 Jesucristo como Dios


El Señor Jesucristo posee todos los atributos divinos tratados anteriormente: inmutabilidad (Heb.13:8), omnipresencia (Mt.28:20), omnisciencia (Mr. 2:8; Luc. 9:47; Jn. 2:25; Col.2:13), omnipotencia (Jn. 5:19; Heb.1:3), eternidad (Jn 8:58; 17:5; Col. 1:17), soberanía (Apoc. 1:5).


Además, el Señor Jesucristo fue objeto de adoración. (Mt. 2:11; Luc. 24:52; Jn 9:38) y ejerció actividades divinas: fue el agente de la creación “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho fue hecho” (Jn.1:3), perdonó pecados (Mt. 26:28; Mar. 2:5), ejerce autoridad sobre los cielos y la tierra (Mt. 28:18) y juzgará a los hombres (Jn 5:22).

El hecho de que Jesucristo sea llamado “Hijo de Dios” indica una relación eterna con el Padre, sin que encierre un origen en el tiempo. La Segunda Persona de la Trinidad es Hijo de una manera diferente a los que creen en Su nombre, a quienes se les da “la potestad de ser hechos hijos de Dios” (Jn.1:12). Mientras los cristianos son hijos de Dios por adopción o nuevo nacimiento, Jesucristo es el unigénito Hijo de Dios. Esta distinción se la expresó a María Magdalena: “…ve a mis hermanos y diles: "Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios" (Jn.20:17). Con el título Hijo el Señor indicaba su relación divina con el Padre; por eso, los judíos entendieron que “…decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios.” (Jn.5:18). En una ocasión intentaron apedrearlo “…por la blasfemia, porque tú siendo hombre, te haces Dios” (Jn.10:33). Cuando Jesús se autodenominaba el Hijo de Dios, era otra manera de decir que era de naturaleza divina, por eso, el énfasis en su preexistencia (Jn.1:1, 14: 8:58).


Es una herejía traducir la última parte de Juan 1:1 “y la Palabra (el Verbo) era un dios”. En griego el orden de las palabras es el siguiente: “y Dios era el verbo”. Este orden coloca la palabra Dios al principio de la oración como una forma de destacar la naturaleza divina del Verbo. Por llevar el artículo definido “el Verbo” es el sujeto de la oración. En la carta a los hebreos se ve que el título Hijo indica su divinidad: “Pero del Hijo dice: Tu trono, oh Dios, por los siglos de los siglos…” (Heb.1:8).


A Jesús se le llama “el primogénito de toda creación” (Col.1:15) y “el principio de la creación de Dios” (Ap.3:14) para destacar su supremacía y preeminencia sobre todo lo creado. Estos textos no enseñan que Jesucristo fue el primer ser creado, pues “Todas las cosas por El fueron hechas, y sin El nada de lo que ha sido hecho fue hecho” (Jn.1:3). El término primogénito significa primero en rango o importancia, no necesariamente en el tiempo, así como Jacob fue el primogénito sin haberlo sido cronológicamente. Se puede ver el sentido de primogénito en el Salmo 89:27: “Yo también lo pondré por primogénito, el más excelso de los reyes de la tierra”.


3.3.2 Jesucristo como Hombre


Nació de mujer (Gál. 4:4) y es llamado Hombre (Mt. 11:19; Jn 1:14; Rom. 1:3; 5:15). Fue visto y tocado por los hombres (Luc. 24:36-39 y 48; 1 Jn 1:1-3). Padeció hambre (Mt. 4:2), sed (Jn 19:28), cansancio (Jn 4:6), angustia (Mt. 26:37), tristeza (Mt. 26:38). Lloró (Jn 11:35), sufrió (Mt. 27:4; Luc. 22:44; Heb. 2:18) y murió (Jn 19:30; Hech. 3:15). Aunque fue semejante en todo a los hombres, nunca pecó (Heb.4:15; 1 Ped. 2:22).


Sin embargo, Jesucristo no es dos personas, sino una sola persona divina con dos naturalezas: divina y humana. La conjunción de ambas naturalezas es lo que hizo posible que El sea “el único mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Tim.2:5). Por ser Dios, cumplió las demandas de Dios para salvar al hombre pues su muerte puede satisfacer plenamente a Dios y sustituir a todos los seres humanos; por ser hombre, vivió para rescatarlos de la esclavitud del diablo, el pecado y la muerte (Heb.2:14-15).


La encarnación del Hijo de Dios es un hecho que escapa a la comprensión plena de cualquier persona: “Indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad, Dios fue manifestado en carne” (1 Tim.3:16). El “no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomó la forma de siervo, y se hizo semejante a los hombres…” (Fil.2:6-7). El “hacerse carne” (Jn.1:14) impuso limitaciones al Hijo de Dios en cuanto al disfrute pleno de la gloria con el Padre (Jn.17:5), la manifestación de esa gloria en la tierra y el uso de atributos operativos; es decir, Jesús se sometió a la voluntad del Padre, sin que la persona del Verbo se valiera de sus atributos con independencia del Padre para provecho personal (Mt. 4:1-4; 26:51-54; Jn.18:11). Sin embargo, en ningún momento la Segunda Persona de la Trinidad dejó de ser Dios.


Al hacerse hombre, el Hijo dio a conocer plenamente a Dios (Jn.1:18; 14:8-11; 17:6, 26), asumió un cuerpo para ser la ofrenda perfecta que quitó el pecado una vez para siempre y destruyó las obras del diablo (Jn.1:29-30; Heb.2: 14-15; 10:5-10), y se constituyó en el segundo Adán (Rom.5:14-19; 1 Cor.15:22, 45-49).


3.3.3 Nombre y títulos de Jesucristo:


Al igual que con el Padre, la Biblia revela facetas del carácter de la persona y la obra del Hijo por medio de su nombre y de sus títulos. Su nombre humano, designado por Dios a través del ángel Gabriel, es Jesús. El ángel les dijo a José y María “…le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.” (Mt.1:21); “…y llamarás su nombre Jesús” (Luc.1:31). Tal nombre designa la obra salvadora del Señor.


Un título importantísimo del Señor es Cristo o Mesías (Mt.1:17), el cual significa en hebreo y griego ungido. Identifica al Señor en su papel de Sacerdote, Profeta y Rey. Jesús evitó ese título (Mr.8:29-30) porque en su tiempo las esperanzas del pueblo estaban puestas en un libertador político, lo que impedía que las personas conocieran la naturaleza de su misión en su primera venida: Entregar su vida como el Siervo sufriente (Is.52:13 – 53:12). Incluso sus discípulos, llevados del entusiasmo popular, no entendieron al principio que “era necesario que el Cristo padeciese” y después “entrase en gloria” (Mr.8:31; Luc.24:26-27, 44-47).


Un tercer título del Señor es Hijo de hombre. Este nombre es una autodesignación. El Señor lo utilizó para ocultar su identidad mesiánica por las asociaciones políticas y triunfalistas que el pueblo atribuía al término Mesías. Es un título de exaltación tomado de Daniel 7 y usado para referirse a su vida y ministerio terrenal (Mr.2:10, 28), a sus padecimientos, muerte y resurrección (Mr.8:31) y a su venida en gloria (Mr.13:26). Respecto a sus sufrimientos, cumple las profecías del Siervo sufriente que entrega su vida por los pecadores (Mr.10:45).


Sin embargo, su humillación le llevó a la exaltación; por eso, “Dios también le exaltó sobre todas las cosas, y le dio un nombre (título) que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla…y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre” (Fil.2:9-11). De acuerdo al apóstol Pablo, confesar a Jesucristo como Señor es reconocerle como Dios (Rom.10:9), pues Señor (en griego Kyrios) fue el término que utilizaron los judíos que tradujeron el A.T. al griego (versión que se conoce como Septuaginta o versión de los setenta) para sustituir el tetragrámaton YHWH (V. 3.2.1).


3.3.4 La obra actual de Jesucristo:


Con la ascensión (Luc.24:50-53; Hech.1:9-11), concluyó el ministerio terrenal de la primera venida del Señor. Su ascensión significó su regreso a la gloria que tenía antes con el Padre (Jn.17:4-5), su entronización como Señor (Hch.2:33-36; Fil.2:9-11) dando el Espíritu Santo a su pueblo (Jn.14:16; 15:26; 16:7; Hch.1:4-5; 2:33; Ef.4:8-10) y esperando “hasta que (Dios) ponga a tus enemigos por estrado de tus pies” (Heb.1:13). Al sentarse a la diestra del Padre, su ministerio sacerdotal, respecto a la entrega de ofrendas, terminó “una vez para siempre” (Heb.9:12, 26, 28).


En los cielos, sentado a la diestra del Padre, el Señor realiza un activo ministerio. Por ser Dios Hombre, y por su muerte y resurrección, es “el único mediador entre Dios y los hombres” (1 Tim.2:5). “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.” (Hech.4:12). Por eso, es el único camino para conocer a Dios (Jn.14:6).


El Señor es el dueño de la iglesia, “la cual él ganó con su propia sangre” (Hech.20:28). Varias figuras literarias se emplean para expresar la relación del Señor con su iglesia. El está edificando su iglesia (Mt.16:18), de la cual es su fundamento y piedra principal (1 Cor.3:11; 1Ped.2:5-8). En la figura del cuerpo humano, el Señor es la cabeza de la iglesia, a la cual dota de dones espirituales (Ef.1:22-23; 4:11ss; Col.2:19). La vitalidad de su presencia espiritual se indica por la unión entre la vid y las ramas destacando a los cristianos “que separados de mí nada podéis hacer” (Jn.15:5). Cristo es el esposo de la iglesia a la cual “amó…y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla… a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese manchas ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha” (Ef.5:25-27).


Como los cristianos fallan en vivir a la altura de su llamado (Ef.4:1), el Señor los asiste en el proceso de santificación. Por medio de la acción del Padre y del Espíritu Santo, intercede constantemente por ellos ante el Padre (Heb.2:18; 4:14-16; 7:25) y los defiende como abogado (1 Jn.2:1).


En Su nombre, la iglesia puede pedir cualquier cosa (Jn.15:7; 16:24; 1 Jn.5:14-15). Sin embargo, su respuesta a las oraciones es conforme a su voluntad. Estas peticiones incluyen la restauración de los creyentes que han caído, decisión que el Señor aprueba con su presencia (Mt.18:18-20; 1 Jn.5:16).


A su iglesia le espera un destino glorioso. Por eso, como el Señor partió a la presencia del Padre, prometió a los suyos: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay…voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Jn.14:2-3).



4.Del Espíritu Santo


El Espíritu Santo es la Tercera Persona de la Santa Trinidad, de igual sustancia, poder y eternidad que el Padre y el Hijo, de los cuales procede (Jn 15:26; Mat. 28:19). La principal función actual del Espíritu Santo es glorificar a Cristo (Jn.16:11-14).


3.4.1 Su personalidad


El Espíritu Santo es una persona –no una fuerza - porque posee atributos propios de una persona, a saber: inteligencia (1 Cor. 2:10-11), sentimientos (Rom. 8:26; Ef. 4:30), voluntad (Hech. 16:6-10; 1 Cor. 12:11).


También realiza obras propias de una persona, como guiar (Jn 16:13; Rom. 8:14), convencer de pecado (Jn 16:8), enseñar (Jn 14:26), interceder (Rom. 8:27), elegir y enviar (Hech. 13:2; 20:28), oír (Jn 16:13), escudriñar (1 Cor. 2:10,11), hablar (Hech. 8:29; 13:2), repartir dones a cada uno “como El quiere” (1 Cor.12:11).


Por último, se confirma que es una persona porque recibe acciones únicas de una persona: se le puede blasfemar (Mat. 12:31), mentir (Hech. 5:3), resistir (Hech. 7:5), contristar (Ef. 4:30), afrentar (Heb. 10:29). Estas abundantes acciones y obras muestran que los escritores de la Biblia, al referirse al Espíritu Santo, no están empleando una personificación (figura del lenguaje que atribuye cualidades humanas a objetos inanimados), sino destacando su personalidad. El evangelista Juan emplea en griego el pronombre personal masculino para aludir al Espíritu, aun cuando a la palabra Espíritu le corresponde el género neutro “Y cuando él venga… Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda verdad…” (Jn. 16:8, 13).


3.4.2 Su divinidad


El Espíritu Santo es una persona divina, que posee atributos divinos: omnisciencia (Is. 40:13; 1 Cor. 2:12), eternidad (Heb. 9:14), omnipresencia (Sal. 139:7-10), omnipotencia (Job 33:4). Además, realiza obras divinas: Crear (Gén. 1:2; Job 33:4), inspirar las Escrituras (2 Tim. 3:16), concebir a Jesús (Luc.1:35), regenerar al pecador (2 Tim. 3:5), iluminar el entendimiento del creyente (Jn. 16:13; 1 Cor. 2:14).


3.4.3 Su obra antes de su descenso en Pentecostés


El Espíritu Santo desarrolló un ministerio activo antes de su venida especial el día de Pentecostés (Hech.2:1ss). El A.T. se refiere, en especial, a cuatro obras del Espíritu durante este periodo.


El A. T. atribuye a Dios (el Padre) la creación del universo y del hombre (Gén.1:1ss; 2:1ss, Ex.20:9-11;) y el N. T. revela la participación del Hijo de Dios (Jn.1:2; Col.1:16-17). Sin embargo, no es menos cierto que el Espíritu Santo intervino en la formación del mundo (Gén.1:2; Sal.104:30) y del hombre (Job 33:4).


En segundo lugar, como agente de la revelación de Dios y de las Sagradas Escrituras, varios textos enseñan estas obras del Espíritu. David estaba seguro de que “El Espíritu de Jehová ha hablado por mí, y su palabra ha estado en mi lengua.” (2 Sam.23:2). El N.T. confirma por labios del Señor (Mt.22:43-44), los apóstoles Pedro y Pablo (Hech.4:25; 28:25-26; 2 Tim.3:16; 2 Ped.1:21) y el autor de la carta a los hebreos (Heb.10:15-17) el papel del Espíritu para garantizar la fidelidad de las palabras de Dios. También incluía la iluminación para comprender la enseñanza de la Palabra de Dios (Neh.9:20)


Un tercer ministerio del Espíritu Santo capacitaba y dotaba de poder a ciertas personas para tareas especiales y ocasionales: a Bezaleel, principal constructor del Tabernáculo (Ex.31:3; 35:31); a varios jueces para gobernar y armarse de valor para enfrentar a los enemigos de Israel (Jue.3:10; 6:34); a varias personas para profetizar (1 Sam10:10; 16:13; Miq.3:8); recibir visiones (Ez.37:1ss) y discernir e interpretar los misterios de Dios (Dan.4:8; 6:3).


La función del Espíritu en los hombres del A.T. era exclusiva de un grupo selecto de personas, quienes disfrutaron del privilegio de la obra del Espíritu en sus vidas, pero sólo de manera temporal: el Espíritu podía abandonarlas (1 Sam.16:14). Esa ayuda condicional explica por qué David le pidió a Dios: “No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu Santo Espíritu” (Sal.51:11). La promesa del Señor de que “…si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan” (Luc.11:13), debe interpretarse en el contexto de la obra del Espíritu antes de Pentecostés. Al cristiano, el Señor le prometió la residencia permanente del Espíritu no condicionada a una oración, sino a la conversión.


Por eso, los profetas anunciaron y esperaron con expectación el cumplimiento de la promesa de la universalización de la morada permanente del Espíritu en todo tipo de personas (Jl.2:28-29), cumplimiento que se dio por vez primera en la iglesia el día de Pentecostés (Hech.2:15-21), como parte de la glorificación del Señor (Jn.7:37-39) y de su promesa a los discípulos (Jn.14:16-17; 15:26; Hech.1:4-5, 8; 11:15-18). Esto distingue radicalmente la obra del Espíritu antes y después de Pentecostés, pues si, como dicen algunos, es la misma operación en ambos testamentos, ¿para qué entonces vino Su descenso en la iglesia el día de Pentecostés?


La cuarta obra del Espíritu Santo antes de Pentecostés se da en su relación con el Señor: la concepción en la virgen María (Mt.1:20; Luc.1:34-35), la unción en el bautismo (Mt.3:16), la conducción para ser probado (Mat.4:1ss; Luc.4:1ss), la llenura rebosante continua (Luc.4:1; Jn.3:34); el hacer milagros (Mt.12:28; Luc.4:18), la muerte en la cruz del calvario (Heb.9:14) y la resurrección de Cristo, en fin, toda la vida terrenal del Señor estuvo saturada de la presencia del Espíritu Santo.

3.4.4 Su obra en relación al cristiano


Respecto a su obra en el creyente, el Espíritu Santo es el agente de la regeneración y del nuevo nacimiento (Jn.3:5-8; Tit.3:5); es el “instrumento” con el que el cristiano es sellado como garantía de su redención final, y viene a morar en éste para siempre, obras que se cumplen en el mismo momento en que la persona cree en Cristo (Rom.8:9; Ef.1:13-14). También el Espíritu Santo es la fuente del poder de toda adoración, oración y servicio (Jud. 20; Hch.1:8; 1 Cor. 2:4) y el guía que ilumina la mente para comprender la obra de Dios y las Escrituras (Jn.16:13; 1 Cor.2:14; Ef.1:17).


El bautismo con el Espíritu Santo es una obra distintiva de la era de la iglesia (Hech 1:5; 11:15-16) común a todos los creyentes, que ocurre en el momento de la conversión y jamás vuelve a repetirse, por la cual el creyente es unido de una vez por siempre al Cuerpo de Cristo y se realiza nuestra crucifixión juntamente con Cristo (1 Cor. 12:13; Gál. 1:20; Rom. 6:3-10). No tiene nada que ver con la manifestación de hablar en lenguas (Ver 4.4.5).


Por otro lado, la llenura o plenitud del Espíritu es un pleno dominio que ejerce el Espíritu Santo en el creyente que rinde total e incondicionalmente su vida y vive bajo Su plena influencia y dirección (Rom. 8:9; Gál. 5:16). Es el secreto para que el cristiano tenga una vida victoriosa y de poder espiritual (Jn 15:5; Rom. 8:2ss) y de testimonio (Hech. 1:8). Puede repetirse varias veces en la vida del creyente, por lo que se le manda a cada cristiano a ser lleno del Espíritu (Hech. 4:8; Ef.5:18).


5.De los ángeles


Los ángeles son seres espirituales, es decir, inmateriales e incorpóreos (Hebr. 1:14), con personalidad propia (Luc. 2:13; 1 Ped. 1:12; Judas 6), creados por Dios (Col. 1:16) antes de la fundación del mundo (Job 38:4). Su número es incontable (Heb. 12:22; Apoc. 5:11), pero fijo, no disminuye ni aumenta ya que no mueren ni se reproducen (Mt. 22:30; Luc. 20:36). Son superiores a los hombres en cuanto a poder e inteligencia (Heb. 2:7-9), pero inferiores a Dios a quien tienen que rendir cuenta (Job 1:6), postrarse en adoración (Heb. 1:6; Apoc. 5:8-13) alabarle con entusiasmo (Sal. 148-1-2), y servirle con diligencia (Sal. 103:20; Apoc. 22:9)


Su ministerio fundamental en relación con la iglesia es ayudar a los creyentes (Heb. 1:14). Esta ayuda se manifiesta en ganar a las personas para Cristo (Hech. 8:26; 10:3), dar ánimo en tiempo de peligro (Hech. 27:23-24), traer respuesta a las oraciones (Hch. 12:7) y otras. Las Escrituras afirman que los cristianos han de juzgar a los ángeles, pero se desconocen los detalles de cómo los creyentes participarán en este juicio (1 Cor.6:3)


Es incorrecto adorar y hacer peticiones a los ángeles (Col. 2:18; Apoc. 19:10), ya que son seres creados. Nuestra adoración y oración deben ser única y exclusivamente a Dios (Mt. 4: 10) quien, según su soberanía, muchas veces nos ayuda directamente y otras lo hace a través del ministerio intermediario de los Ángeles.


6.De Satanás y los demonios


Satanás es un ser angelical, con personalidad propia (2 Cor. 11:3; Apoc. 12:7; 2 Tim. 2:26), perteneciente al orden de los querubines (Ez. 28:14, 16). La palabra lo presenta como un ser hermoso y poderoso al ser creado por Dios (Ez.28:17), pero su rebeldía lo convirtió en un ser perverso y maligno: “Él ha sido homicida desde el principio y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla, pues es mentiroso y padre de mentira” (Jn.8:44).


3.6.1 Caída de Satanás


Satanás perdió su estado original cuando pecó. El pecado se originó en Satanás (Ez. 28:15), por decisión espontánea, como un acto de su libre albedrío de manera responsable y deliberada. El pecado consistió en la arrogancia y la soberbia “a causa de tu hermosura te llenaste de orgullo” (NVI, Ez.28:17; 1 Tim.3:6), que le impulsó a atentar contra la soberanía de Dios, usurpar la gloria divina y ejercer la autoridad y control de este mundo (Is. 14:13-14). De inmediato, sobre él cayó juicio de eterna condenación (Mat. 25:41) que se aplicará en el tiempo determinado por la soberanía divina (Apoc. 12: 12; 19:10).


3.6.2 El carácter maligno de Satanás


En la actualidad Satanás es el príncipe de este mundo (12:31), el dios de este siglo (2 Cor.4:4), un enemigo constante de Dios y Su programa, el tentador, adversario y acusador del pueblo de Dios (Hech. 5:1-11; 1 Tes. 2:18; Apoc. 12:10).


Satanás tiene autoridad extensa sobre el mundo (Jn. 12:31; 16:11; 1 Jn. 5:19). El mundo (cosmos) se define como un sistema organizado y gobernado por Satanás. Es un orden independiente y rival de Dios; por eso, el creyente debe vivir diferente a los criterios y los valores de este mundo (Rom.12:2; Sant. 1:27; 4:1-4; 1 Jn 2:16).


3.6.3 Los demonios y el fin de Satanás


Los demonios son ángeles caídos que siguieron a Satanás en su rebelión (Mat. 12:24; 25:41; Luc. 10:17-20). Una parte de estos demonios están confinados temporalmente y serán sueltos durante la gran tribulación. (Apoc. 9:1-15).


La mayoría de los demonios están sueltos y extienden el poder y las actividades de Satanás (Ef. 6:11-12). Ellos se oponen a los propósitos de Dios (Dan. 10:10-14; Apoc. 16:13-16), promueven la idolatría y las religiones falsas (Deut. 32:17; 1 Cor. 10:20; 1 Tim. 4:1-3; 1 Jn. 4:1-4), tratan de hacer caer a los creyentes (Ef. 6:12), afligen a los hombres y pueden posesionarse de los hombres (Mr.1:23-27; 5:1-20), pero no de los creyentes. Un cristiano puede quedar expuesto a los ataques de Satanás (Job sufrió sus pérdidas materiales y salud y Pablo fue estorbado de visitar a los hermanos de Tesalónica, Job 1:1ss; 1 Tes. 2:18). Sin embargo, la morada del Espíritu impide que Satanás se posesione de un verdadero creyente; en cambio, un falso discípulo como Judas quedó bajo el control absoluto del maligno (Jn.13:26-27).


Aunque Satanás fue derrotado en la cruz junto a sus seguidores (Col.2:15), son seres poderosos, cuyo final espera por cumplirse (Ap.12:9-12; 20:1-3, 7-10). El proferir términos degradantes contra estos seres espirituales resulta improcedente (2 Pedr. 2:10-11; Judas 8, 9). El cristiano debe resistir al diablo y vestirse con todas las armas espirituales que Dios ha provisto fortaleciéndose en el poder del Señor, de esta manera podrá defenderse de los ataques del maligno (Sant.4:7; Ef.6:10-18).


7.Del hombre


El único medio confiable y seguro para conocer el origen del hombre es la fe en la revelación de las Sagradas Escrituras (Hebr. 11:3) particularmente el Génesis y narraciones paralelas, que, por los demás, son históricas y fiables.


3.7.1 Creación y constitución del hombre


Dios creó al hombre directamente sin la intervención de ninguna forma sub-humana o prehumana, utilizando el polvo de la tierra para la parte material y comunicando la parte inmaterial por medio del soplo divino (Gén. 2:7), por tanto, no es fruto de un proceso evolutivo. El ser humano caído, con su entendimiento entenebrecido (2 Cor.4:4; Ef.4:17-18), no puede comprender las cosas que son del Espíritu (1 Cor.2:14), creyendo ser sabio, se ha hecho necio a los ojos de Dios (Rom.1:21-22). Por ello, la evolución es una de las hipótesis que ha propuesto para “entender” su origen y justificar su autonomía rebelde frente al Creador.


Sólo la Palabra de Dios es la fuente segura sobre nuestro origen: el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios (Gén. 1:26.27). Estos términos son sinónimos (Gén. 5:1-3) y se usan indistintamente (Gén. 9:6; Sant. 3:9), para expresar la similitud entre el hombre y Dios en lo relativo a la inteligencia, el dominio sobre lo creado, el ejercicio de la voluntad y la semejanza moral para tener comunión ininterrumpida con Dios (Gén. 3).


En cuanto a su naturaleza, el hombre es una unidad formada por dos sustancias, una material y la otra inmaterial (Gén. 2:7; Rom. 8:10; 2 Cor. 7:1; Col. 2:5; Sant. 2:26 y 1 Cor. 5:5 y 7:34). La parte material es el cuerpo (Gr. Soma) y la inmaterial el alma (Gr. Psyche) o espíritu (Gr. Pneuma). Esto se ve porque Dios impartió un solo soplo; por eso, “el espíritu vuelva a Dios que lo dio” (Ecl.12:7). 1 Tes.5:23 no afirma una tricotomía, sino una manera de enumerar el ser del hombre. El Señor cuando dijo “Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas” (Mr.12:30) expresó que debíamos amar a Dios con todo el ser, no por partes diferenciadas.


3.7.2 De la caída del hombre


En su estado original, el hombre era sin pecado, santo, con todas sus facultades orientadas hacia el bien (Gén. 1:31), - aunque por su libre albedrío tenía la capacidad de elegir el mal -. Poseía una mente en armonía con la de Dios (1 Cor. 2:14; Rom. 8:5), ejercía control sobre sus emociones y pasiones (Gén. 2:15) y era inmune a las enfermedades, el dolor y la muerte (Gén. 2:3ss). Podía obedecer a Dios en todos los preceptos que El había establecido: ejercer señorío sobre la naturaleza (Gén. 1:26-28; 2:19, 20), comer todo tipo de comida vegetal -menos del árbol prohibido - (Gén. 1:29; 2:16) y trabajar (Gén. 2:17).


Creado a imagen de Dios el hombre tenía libre albedrío, es decir, libertad para obedecer voluntariamente al Creador o sencillamente desobedecerle. La prueba era simple “De todo árbol del huerto, podrás comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás” (Gén. 2:16,17).


Satanás tentó a Eva por medio de una serpiente, uno de los animales del campo (Gén. 3). Usó un método que lo repite a través de la historia: El uso sutil de medias verdades, las cuales son las difíciles de advertir (Gén. 3:1ss). Entre las artimañas de Satanás estaban: negar la realidad del castigo divino (Gén. 3:4) sembrar duda con respecto a la bondad y el amor de Dios (Gén. 3:5; 1 Jn 4:16), prometer un camino infalible por el cual llegarían a ser como Dios y, por lo tanto, autosuficiente (Gén. 3:5). Todo esto sin ninguna prohibición ni necesidad de obedecer a Dios.


Satanás sedujo a Eva (2 Cor. 11:3, 1 Tim. 2:14), sembrando en su corazón el sentido de la autosuficiencia y despertando sus deseos (Gén. 3:6). Luego, a través de ella, hizo pecar a Adán, quien lo hizo de manera voluntaria, deliberada y consciente (Sant. 1:14).


La caída produjo en Adán y Eva la pérdida de la justicia original y de la comunión con Dios (Génesis 3:8), la corrupción de todo su ser, alma y cuerpo, y la muerte espiritual y física (Gén. 2:17; 3:22-23).


La inclinación al mal ha sido trasmitida a sus descendientes por generación natural (Rom.5:12ss.). Los hombres son esclavos del pecado, hijos de ira, inclinados al mal (Rom. 3:10ss; 1 Cor. 15:21-22), alienados de la comunión con Dios (Ef.2:1-3; 4:17ss), sujetos a la muerte y condenación eterna a menos que sean salvos por la fe en la muere y resurrección de Jesucristo (Rom. 5:12-20; 1 Cor. 15:21- 22). La creación también fue trastornada y sujetada a corrupción (Gén. 3: 17-19; Deut. 2:8; Rom. 8:20-23). Sólo en la regeneración el orden creado será devuelto a su estado original (Mt.19:28).


El diablo utilizó la misma estrategia al tentar al Señor (Mt.4:1ss; Luc.4:1ss). Apeló a las necesidades físicas legítimas (comer) sin depender de Dios, al orgullo de una acción arriesgada en busca de la intervención milagrosa de Dios y al poder y al lujo renunciando a su adoración a Dios. El Señor lo derrotó con el arma de la palabra de Dios, la espada del Espíritu para el creyente. Tal es el ejemplo del Señor para los cristianos. (Ver 4.1.6).


4.APUNTES DE DOCTRINAS (2DA PARTE)


1.De la salvación


Incluimos bajo el término doctrina de la salvación tanto la obra de Dios en Cristo en la cruz (lo que comúnmente se denomina redención o expiación) como la aplicación o los resultados de esa obra en las personas que se apropian de ella por la fe y el arrepentimiento a través de la invitación del evangelio.



4.1.2 Origen y destino


La salvación tuvo su origen en la eternidad pasada cuando Dios preparó el plan de salvación. Dentro de este plan, Dios determinó los propósitos de la salvación, esto es, llevar muchos hijos a la gloria, conforme a la imagen de su Hijo para alabanza de la gloria de Su gracia y demostración de la generosidad de Su bondad para con los creyentes (Hebr. 2:10; Rom.8:29; Ef.1:4-6; 2:6). El fin último de la salvación es la gloria de Dios por medio de Jesucristo (Apoc.21:22-23), cuando Dios “reúna todas las cosas en Cristo en el cumplimiento de los tiempos establecidos” (Ef.1:10); y El “sea todo en todos” en la eternidad futura (I Cor.15:28)


Dios hizo un pacto eterno para que el Hijo se entregara voluntariamente como el medio que llevaría a cabo la salvación de los creyentes. El Hijo fue destinado como la ofrenda perfecta que quitaría el pecado del mundo (Ef.3:11; Jn.1:29; Hebr.10:7; 1 Ped.1:19-20). En este plan de salvación, Dios escogió y predestinó por Su amor y gracia, sin depender de Su previo conocimiento respecto a quienes iban a creer, a los beneficiarios de la salvación para que fuesen santos y sin mancha delante de Su presencia (Ef.1:4-6; Rom.8:29-30; 2 Tes.2:13). Es una elección por gracia.


4.1.3 La cruz: Muerte del Salvador


Cristo murió en la cruz como la máxima muestra del amor de Dios por los pecadores (Juan 3:16; Rom.5:8; 1 Jn.2:2). Pero significó para El, sufrir los dolores físicos de la crucifixión, la vergüenza pública de ser condenado como blasfemo y malhechor, el llevar el castigo del pecado de todo el mundo a pesar de ser inocente y puro, y el verse abandonado por el Padre (Mr.14:63-65; Juan 18:29-30; 2 Cor.5:21; Mr.15:34). Con su vida perfecta, sin pecado y en obediencia al Padre (Jn. 17:4; Hebr.4:15; 1 Ped.2:22), su muerte y resurrección, Cristo logró una perfecta redención (Hebr.9:12; Juan 19:30) al derrotar a Satanás y sus ángeles caídos, el pecado y la muerte (Col. 2:15; Hebr.2:14-15; 9:26; Rom.6:9-10). Su muerte fue un sacrificio en sustitución de los pecadores, hecho una vez y para siempre (Hebr. 9:25-28; 10:10-12).


4.1.4 Creer para salvación


Entendida de esta manera, la salvación es una obra completamente de Dios. Es un regalo Suyo que depende de Su libre iniciativa, amorosa disposición y generosa gracia (Ef.2:8-9; Rom.6:23; Sant.1:17-18). El pecador que acepta por fe – confesando y arrepintiéndose de sus pecados – la muerte y resurrección de Cristo recibe en el momento de su conversión todos los beneficios de la salvación (Rom.10:9-10; Juan 3:16; Col.2:10), algunos de los cuales serán consumados cuando sea transformado a la imagen del Hijo de Dios (Rom.8:17-30).


El creer en Cristo no es un simple asentimiento intelectual (Stgo. 2:19), sino un compromiso, una confianza total y una adhesión plena a la persona, la obra y los mandamientos de Cristo (1 Jn.1:5-7; 2:3-6). La fe y el arrepentimiento se confirman que son genuinos por medio de obras o frutos de arrepentimiento; en otras palabras, el cristiano auténtico practica buenas obras por ser salvo, no es salvo por practicar las buenas obras. Las obras son un resultado de la conversión real de la persona (Ef.2:10; Tito 3:8; Stgo. 2:17-20).


4.1.5 Bendiciones de la salvación


Al nacer de nuevo por la acción del Espíritu Santo (Juan 3:3-7), el creyente es recibido como hijo de Dios (Juan 1:12; 1 Juan 3:1) creado en Cristo Jesús (Ef.2:10; 2 Cor.5:17). Goza también de otros beneficios de la salvación como:


*

La propiciación pues Cristo satisfizo todas las demandas de la ley y quitó la ira que pesaba sobre el pecador como justa indignación divina (Jn.3:36; Rom.3:25; 1 Tes.1:10; 5:9-10; I Jn.2:2; 4:10).


* La redención y el perdón de los pecados, una vez y por siempre (Rom.3:24; Hebr.10:14-18; Ef.1:7). La muerte de Cristo en la cruz fue el pago del rescate de la esclavitud a que estaba sometido el cristiano (Mr.10:45; Gál.1:4; 3:13; Hebr.2:14-15). Es un acto de liberación que compromete al cristiano a servir y glorificar a Dios (Rom.6:17-22; 1 Cor.6:20)


* El ser declarado justo gracias a que “ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Rom.3:24; 5:1; 8:1) porque la justicia de Cristo le fue otorgada al creyente por Dios (Rom. 1:17; 3:21-22, 26; 2 Cor. 5:21; Fil.3:9).


*

El ser reconciliado con Dios (Rom.5:10-11; 2 Cor.5:18ss): como pecadores, éramos enemigos de Dios; pero Dios tomó la iniciativa para reconciliarnos en Su Hijo, por quien “seremos salvos de la ira” (Rom.5:9).


* La adopción, que da los privilegios de ser morada permanente del Espíritu Santo y de ser coherederos con Cristo de las riquezas en gloria (Gál.4:4-7; Ef.1:6; Rom.8:15-17).


* El ser sellado con el Espíritu (Ef.1:13-14), como garantía de la seguridad de la redención final.


4.1.6 La vida en santidad


La salvación espera la culminación cuando el cristiano entre a disfrutar por completo y eternamente las bendiciones de Dios (1 Ped. 1:5; 1 Juan 3:2), una vez su cuerpo físico sea transformado en uno semejante al cuerpo de gloria del Señor, siendo apto para vivir en la presencia de Dios (Fil.3:20-21;

1 Cor.15:51-55). Mientras tanto, como hijo de Dios, el creyente debe vivir en santidad en los distintos aspectos de su vida, pues como Dios es santo, se les pide a los cristianos “sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir”

(1 Pedr.1:15): personal, familiar, laboral, social y congregacional (Ef.4:17ss; Col.3:1ss; I Tes.4:1ss). La santidad es una demanda espiritual y moral, no una opción personal. Porque Dios habita en medio de su pueblo, los cristianos estamos llamados a que “limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Cor.7:1), pues “sin santidad nadie verá al señor” (Heb.12:14).


Para vivir en santidad, el creyente debe enfrentar tentaciones de diversos enemigos, como Satanás (Ef.6:10-17), los deseos de la naturaleza pecaminosa - o carne, que no se refiere al cuerpo físico, sino a la inclinación hacia el mal - (Rom.6:17-19; Gál.5:16-25; Sant. 1:13-15; 1 Ped. 1:1-16; 4:2) y el mundo como un sistema de valores opuesto a Dios y gobernado por Satanás (Rom.12:2; 2 Cor. 4:4; I Jn.2:15-17). Es una fuerte lucha espiritual que sobrepasa su capacidad, por lo que Dios ha provisto de medios de gracia que fortalecen la fe del cristiano para que éste pueda llevar una vida victoriosa. Entre estos recursos están el depender del Espíritu (Gál.5:16ss.; Ef.5:18), la asimilación y obediencia de la Palabra de Dios (Mat.4:1ss.; Jn.17:17), la oración persistente (Mat.26:41; Ef.6:18), la confesión de los pecados a Dios

(1 Jn.1: 7-9; 2:1-2) y la comunión con otros creyentes (Hebr.10:23-25).



4.1.7 Seguridad eterna de la salvación


La seguridad eterna de la salvación indica que el cristiano genuino perseverará hasta el fin, sin que su salvación se pierda por ningún motivo. Esta certeza de la salvación descansa, entre otras razones, en la fidelidad de Dios que prometió la vida eterna (Tito 1:2; Hebr.6:17-18), en Su poder para guardar al cristiano hasta concluir la obra (Jn.10:27-29; Fil.1:6; 1 Ped.1:5; Judas 24), en la obra perfecta de Cristo en la cruz y su ministerio sacerdotal y de intercesión, “pues puede salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Hebr.7:25). Por ello, “somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó…(y) ninguna otra cosa creada podrá separarnos del amor de Dios que es Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom.8:37-39).


Por la grandeza de la vida eterna y lo terrible de la perdición en el infierno, Dios incluye en Su Palabra advertencias dirigidas a falsos creyentes o personas que se creen cristianas sin serlo. Estas advertencias buscan llevarlos al arrepentimiento, pero también alertan a los cristianos para que afirmen con temor su relación con Dios (Fil.2:12-13; Gál.2:4; Hebr.6:4-12; 10:26-31, 38-39; 2 Ped. 1:10-11).



2.De la Iglesia

4.2.1 La iglesia universal

Nuestro Señor Jesucristo con su muerte, resurrección y glorificación formó un nuevo pueblo de Dios (Hch. 2:32-33). Este nuevo pueblo recibe el nombre de iglesia, la cual El compró al precio del derramamiento de su sangre - su muerte - (Hch.20:28; Tit.2:11-14; Ef.5:25-27). La iglesia se denomina universal cuando comprende al conjunto de todos los verdaderos creyentes, sin importar lugar, lengua, tiempo y denominación, desde el día de Pentecostés hasta que sea arrebatada por el Señor. (Ef.1:22-23; Col.1:24ss;

1 Tes.4:14-18.).


Respecto a su origen, la iglesia tiene dos momentos. Dentro del plan de salvación, la iglesia nació en la eternidad pasada, cuando Dios determinó el propósito de escoger y predestinar en Cristo a los beneficiarios de la salvación para alabanza de la gloria de Su gracia y ser santos delante de Su presencia (Ef.1:4-10). En ese sentido, la iglesia es un misterio, esto es, una verdad oculta desde la eternidad en la mente de Dios y dada a conocer por revelación en la era apostólica (Rom.16:25-26; Ef.3:3-6; Col.1:25-27). La revelación de este misterio como una obra divina en la era cristiana indica que la iglesia no existió en el A.T. Por ello, el segundo momento corresponde al nacimiento histórico de la iglesia el día de Pentecostés, como cumplimiento del designio eterno de “cómo Dios visitó por primera vez a los gentiles para tomar de ellos pueblo para su nombre” (Hech.15:14).


Otras razones confirman que la iglesia del Señor pertenece a esta edad y se distingue del pueblo de Israel: El Señor ante la confesión de Pedro señaló que “sobre esta piedra edificaré mi iglesia” (Mt.16:18). No dice “continuaré edificando mi iglesia” como si ya este pueblo existiese en el A. T y como si la iglesia naciente fuese una continuación o agregado al pueblo de Israel.


Pablo indica que los cristianos entran a formar parte del cuerpo de Cristo (la iglesia) por medio del bautismo con el Espíritu Santo (1 Cor.12:13). En días de Juan el Bautista esta obra era una promesa que esperaba el cumplimiento con la llegada de Cristo “El os bautizará con Espíritu Santo” (Mr.1:8). Poco antes del Señor ascender a los cielos pidió a sus discípulos que se mantuvieran unidos en Jerusalén porque “seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hch.1:5), obra que se cumplió el día de Pentecostés (Hch.2:33, 38-39).


Cristo es “la cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo”. Sólo cuando Cristo se sentó en los lugares celestiales, fue dado por cabeza del cuerpo (Ef.1:20-23).

Las promesas divinas respecto a la nación, el reino y el territorio para el pueblo de Israel esperan su cumplimiento, pues Pablo indica que hay un futuro para Israel (Rom.11:25-32). Aunque la iglesia participa de las bendiciones espirituales de Israel, al ser incluida en el Nuevo Pacto (Jer.31:31-34; Mt.26:27; Ef.2:11-19; 2 Cor. 6:16-7:1; Heb.8:6-13), su participación no invalida el cumplimiento literal de las promesas a Abraham (Gn.12:1-3; 13:13-17; 17:7-8) y a David (2 Sam.7:8-16), puesto que “irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios” (Rom.11:29).


4.2.2 La iglesia local:


Por otro lado, un grupo de cristianos que se reúne regularmente en un lugar específico, para adorar a Dios, edificarse los unos a los otros y predicar el evangelio a los perdidos constituye una iglesia local. Estos creyentes adquieren su identidad como iglesia local cuando administran las ordenanzas del bautismo y la Santa Cena, cuentan con líderes que cumplen los requisitos del ancianado (I Tim.3:1ss), y son reconocidos como iglesia por otras congregaciones (Rom.16:1, 5, 16; Hech. 14:27; Hch.15:4; I Cor.1:2; Gál.1:2). La expresión del Señor “porque donde están dos o tres congregados en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos” (Mt.18:20), no se refiere a la formación de una iglesia local; sino que el texto es más bien una garantía de que el Señor apoya la decisión de los dos o tres testigos que participan en la restauración del hermano que ha pecado (Mt.18:16, 18-19).


4.2.3 Propósitos de la iglesia


Los propósitos eternos de Dios para la iglesia universal se concretan en la tarea de las respectivas iglesias locales. La iglesia está comisionada por Dios para cumplir Sus propósitos de adorarle, alcanzar a los perdidos y guiar a los salvos hacia la madurez (Jn.4:23-24; Mat. 28:19-20; Ef.4:11-16). Por lo tanto, el plan de Dios para los cristianos se realiza por medio de las iglesias locales. De igual manera, se ve que el cristiano está llamado a congregarse (Heb.10:25) para que cumpla sus responsabilidades en una asamblea específica, no ejerciendo sus ministerios con independencia de la iglesia a la que pertenece (1 Cor.12:20, 21, 25-27; Col.4:17).


Diferentes actividades y reuniones realizan los cristianos para cumplir estos propósitos. Todas ellas responden al deber de los creyentes de glorificar a Dios, edificarse los unos a los otros y ganar a otros para Cristo. Según las Escrituras son:


* La enseñanza de la Palabra de Dios (Hch.2:42; 1 Tim.3:15; 2 Tim.4:2-4; Tit.2:1, 7)


* El compañerismo o comunión, indicado, sobre todo, con la expresión “unos a otros” (Rom.15:7; 16:16; Ef.5:19; Fil.2:2; Col.3:9, 13, 16; 1 Jn.1:3-4).


* La oración (Hch.2:42; 12:5; Ef. 6:18; I Tes.5:17; 1 Tim.2:1).


* La predicación del evangelio a los perdidos haciendo discípulos de todas partes (Mt.28:19-20; Luc.24:46-48; Rom.1:14-16).


* El cumplimiento de las ordenanzas: el Bautismo y la Santa Cena (Mt.28:19-20; Hch.2:38-41; Mr.14:22-25; 1 Cor.11:23ss.). (Ver 4.2.5 ).


* La adoración y alabanza a Dios (Jn.4:23-24; Hch.2:42, 46-47).


4.2.4 Su Gobierno


En las Escrituras siempre se alude a un gobierno colegiado. Se emplean los términos pastores o ancianos en plural (Hch. 14:23; 15:2, 4; 20:17, 28-29; 1 Tim.5:17; Tit.1:5). Estos textos también indican que los nombres pastores, obispos y ancianos, son términos intercambiables, es decir, se refieren a distintos aspectos de la función de la misma persona. Estos líderes forman un equipo de hombres a quienes Dios llama a este ministerio, en el que nadie tiene una mayor jerarquía que otro y las decisiones se toman mayoritariamente por consenso en armonía con la Palabra de Dios. Por ejemplo, la reunión en Jerusalén – aunque involucró a las distintas iglesias – puede servir de modelo en la toma de decisiones en el cuerpo de ancianos de una asamblea local: se oyen los puntos de vista, se discuten con libertad y respeto, y se determina lo más conveniente y acorde a la Palabra de Dios. Al final de la reunión, se da constancia de lo acordado como una decisión unánime (Hch.15:1-29).


Los ancianos, pastores u obispos (Hechos 20:17,28; 1 Pedro 5:1-3) son llamados por el Espíritu Santo (Hechos 20:28) y reconocidos por su iglesia local de acuerdo a los requisitos detallados en 1 Timoteo 3:1-7 y Tito 1:5-9, a saber, su carácter, su pasión, su obra, su capacidad para enseñar, su madurez y su vida matrimonial y familiar.


Los pastores están llamados a cumplir varias tareas: alimentar el rebaño con la palabra de Dios (Hch.20:28; 1 Tim.3:2; Tito 1:9; Heb.13:7); gobernar o dirigir la congregación siendo ejemplos de integridad a los demás miembros (1 Tes.5:12; 1 Tim.5:17; 1 Ped.5:3), velar y orar por la vida espiritual de cada miembro para llevarlo a la madurez (Ef.4:11-13; Heb.13:17; Sant.5:14-15), administrar los asuntos de la iglesia incluidos los fondos económicos (Hch.11:28-30), preservar y defender la doctrina de los errores de los falsos maestros (Tit.1:9-11). Respecto a su relación con los pastores, los miembros de la iglesia están llamados a reconocer la persona y el trabajo de sus líderes: “Tenedlos en mucha estima y amor por causa de su obra” (I Tes.5:12-13). Además, cada miembro debe asumir una actitud de respeto y obediencia a ellos (Heb. 13:17; I Ped.5:5)


El cuerpo de ancianos, pastores u obispos de la iglesia local se auxilia de un cuerpo de diáconos (servidores o asistentes), los cuales deben ser reconocidos por el cuerpo de ancianos y la iglesia (Fil. 1:1; 1 Tim.3:8-10). La tarea de los diáconos no se limita a manejos materiales y administrativos, ellos pueden realizar tanto estas funciones como las espirituales por medio de la delegación y supervisión de los ancianos.


El ancianado y el diaconado son oficios, porque fueron reconocidos en función de su carácter, trabajo y testimonio. Este reconocimiento conlleva dos limitaciones: una de espacio y otra de tiempo. La validez del oficio tanto del anciano como del diácono queda limitada a la iglesia local que los reconoció. Por ejemplo, un traslado del anciano (o del diácono) a otra iglesia no lo hace anciano en esa nueva congregación. Sólo con el tiempo pudiese ser reconocido otra vez si existe la necesidad y si los hermanos de esa iglesia reconocen que cumple con los requisitos de 1 Tim.3:1ss y Tit.1:5ss.


El anciano y el diácono pueden dejar de ejercer tales funciones u obligadamente tener que dejar ese ministerio si no cumplen con sus compromisos o si quedan descalificados por un pecado o, incluso, si limitaciones físicas de peso les impiden seguir ejerciendo su oficio. Tales oficios están limitados en el tiempo en la medida que las personas seleccionadas cumplan las calificaciones.


5.Las ordenanzas: instituciones del Señor para la iglesia


4.2.5.1 El bautismo


Dentro de las prácticas de la iglesia, dos fueron ordenadas directamente por el Señor Jesucristo: el bautismo (Mt.28:19) y la Cena del Señor o Santa Cena (Luc. 22:14-20). Ambas ordenanzas identifican a todo cristiano con su Señor. Como tales, no imparten en sí mismas la gracia de Dios, pues constituyen actos simbólicos de realidades espirituales ya hechas por Dios.


El bautismo es un acto de obediencia al Señor. Sólo se le administra a todo el que ha creído en el Señor Jesucristo y se ha arrepentido de sus pecados: “Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo…”, “Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres.” (Hch.2:38; 8:12). Por ser una decisión personal que encierra reflexión, no se bautiza a los niños y a las niñas, mucho menos a recién nacidos. Ningún pasaje en las Escrituras indica que el Señor y los primeros cristianos bautizaran a niños. En los casos de las familias enteras que se bautizaron (Lidia y el carcelero de Filipos, Hch.16:15, 33), es imposible afirmar o negar una u otra cosa; pero el hecho de la decisión personal de creer y arrepentirse descarta la posibilidad de que se incluyeran a los niños. Por otro lado, alegar que el bautismo en el cristiano corresponde a la circuncisión del judío, como señal física de entrar en un pacto con Dios, y que, por consiguiente, incluye el bautizar infantes (el niño judío era circuncidado al octavo día de nacido), pasa por alto que sólo los varones judíos eran circuncidados, mientras que el bautismo cristiano es para ambos sexos. Además, el N.T. presenta la circuncisión en el creyente como un acto espiritual.

Es cierto que el patrón bíblico muestra que los que creían eran bautizados inmediatamente (Hch.2:38, 41; 8:36-39; 10:47-48), pero a lo largo de la historia la iglesia ha entendido conveniente dar un tiempo prudente que permita a los nuevos convertidos exteriorizar su fe y dar evidencias de un arrepentimiento genuino. Aunque no se refiere al bautismo cristiano, Juan el bautista a los fariseos y saduceos que querían ser bautizados les demandó primero: “Producid, pues, frutos dignos de arrepentimiento” (Mt.3:8). Este principio de la evidencia de la conversión por medio de frutos espirituales sirve de pauta para evaluar a quienes han de ser bautizados.


El bautismo simboliza la identificación del creyente con la muerte, sepultura y resurrección de Jesucristo, es un testimonio público de la fe del nuevo creyente en Jesucristo y constituye una confesión del señorío de Cristo en la vida de este (Hch. 2:38ss; Rom.6 1-7; Gál.3:27; Col.2:12). Probablemente, expresa el lavamiento espiritual interior que se opera en el que cree en el Señor (Hch.22:16; Tit.3:5).


El bautismo debe ser por inmersión. En el griego la palabra baptidzo significa sumergirse, zambullirse o inundarse. Cada vez que la Biblia habla del bautismo se refiere al hecho de sumergir en el agua, nunca habla de rociar a la persona (Hch. 8: 26-39). La razón mayor de por qué el bautismo es por inmersión se desprende del hecho de su simbolismo. Sólo la inmersión cumple con la simbología de muerte, sepultura y resurrección.


El bautismo no salva; sólo simboliza la obra espiritual transformadora que Dios hace en la vida de quien se arrepiente de sus pecados y cree en Jesucristo como Salvador. En Marcos 16:16 “El que crea y sea bautizado será salvo…” no afirma que el bautismo sea una condición para ser salvo, simplemente da por sentado que la persona que cree se bautiza; por eso, agrega “pero el que no crea, será condenado”. Si el bautismo salvara, el texto habría agregado “el que no cree ni se bautiza será condenado”; en otras palabras, la persona se condena por no creer, no por dejar de bautizarse. Eso sucede con la declaración del Señor a Nicodemo: “…el que no naciere del agua y del Espíritu no puede ver el reino de Dios” (Jn.3:5).


Tampoco cuando Pedro dice en su sermón de Pentecostés: “…Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hch.2:38) implica que el bautismo trae el perdón de los pecados y el Espíritu Santo. Más adelante, el mismo Pedro, cuando la conversión de Cornelio y sus familiares, pregunta: “¿Puede acaso alguno impedir el agua, para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo lo mismo que nosotros? (Hch.10:47). Por haber creído y recibido el Espíritu Santo, entonces estos creyentes podían ser bautizados. Estas declaraciones de Pedro descartan que él se esté refiriendo en su primera carta a que el bautismo salva: “El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva…”, pues aclara que no limpia “las inmundicias de la carne”, sino que más bien es “como una aspiración de limpia conciencia hacia Dios” gracias a que la salvación proviene por la “resurrección de Jesucristo” (I Ped.3:21).


4.2.5.2 La Cena del Señor o Santa Cena


La otra ordenanza que la iglesia practica es la Santa Cena, Comunión o Cena del Señor. Esta ordenanza fue instituida por Jesús la noche que fue entregado (1 Cor.11:23). Mientras el bautismo sólo se recibe una vez, la Cena del Señor se celebra “todas las veces que comáis este pan y bebáis esta copa” (1 Cor.11:26), sin embargo, la iglesia apostólica desde sus inicios se juntaba para la celebración de este culto “Cada primer día de la semana…” (1 Cor.16:1; Hech.20:7).


El énfasis teológico principal que simboliza el participar del pan y del vino es celebrar como un recordatorio la muerte del Señor: “…haced esto en memoria de mí” (Luc.22:19; 1 Cor.11:24-25). El partimiento del pan recuerda que su cuerpo (todo su ser) fue entregado como una ofrenda a Dios y partido por los creyentes. El beber el vino de la copa conmemora que la ratificación del Nuevo Pacto consistió en la muerte cruenta del Señor para perdón de los pecados: “Esto es mi sangre del nuevo pacto que por muchos es derramada para perdón de los pecados” (Mt.26:27).


Que el Señor habló simbólicamente se desprende porque cuando el participó de esta fiesta, estaba presente con sus discípulos, por lo que el pan no se convirtió en el cuerpo de Cristo, ni la copa en la sangre de Cristo. En otras ocasiones, el Señor utilizó expresiones figuradas para expresar verdades espirituales. En Juan 6:47-58, el contexto muestra que comer la carne y beber la sangre del Hijo de Dios simboliza espiritualmente “el que cree en mí tiene vida eterna…el que coma este pan vivirá eternamente” (6:47 y 58). Además, cuando Jesús dijo “Esto es mi sangre del nuevo pacto…” (Mr.14:24), el vino no se convirtió en el nuevo pacto.


El carácter conmemorativo de la Santa Cena recuerda a la comunidad de creyentes la centralidad del sacrificio de Cristo en la cruz, pero la celebración en sí no es un sacrificio. La muerte de Cristo fue hecha “una vez para siempre” (Hebr. 7:27; 9:12, 26, 28; 10:10, 12, 14). Pero también la Cena del Señor es en el presente un acto de proclamación de Su muerte, y orienta la mirada del cristiano hacia el futuro cuando el Señor vuelva por su pueblo: “la muerte del Señor proclamáis hasta que el venga” (1 Cor.11:26, Biblia de las Américas). Participar de un solo pan y beber del vino, muestra la comunión del pueblo de Dios con la persona y obra redentora de Cristo (1 Cor.10:16-17).


Al participar de la cena del Señor cada creyente adora a Dios y expresa su gratitud al Señor, por lo que la celebración se centra en la adoración a Dios y en el recuerdo del sacrificio del Calvario, no en las necesidades del cristiano (1 Cor.11:24-26). La participación pública de un creyente en este culto debe dirigirse a dar la gloria y la honra a Dios y al Señor. No es el tiempo indicado para traer temas ajenos a la centralidad de la adoración ni para sermonear a los presentes.


Por la solemnidad de la participación en la Santa Cena, no se debe tomar a la ligera ni con pecados sin confesar ni discordias pendientes con otros hermanos y hermanas. De ahí la necesidad de un autoexamen; pasar por alto estas indicaciones, es exponerse a la disciplina directa por parte del Señor (Mt.5:23-24; 1 Cor.11:27-32).


Por las implicaciones antes mencionadas, la iglesia local debe ser discreta en la administración de los símbolos a cualquier visita. En estos casos, la entrega de una carta de membresía o el testimonio de un hermano en comunión sobre la visita pueden ser razones válidas para que esta sea invitada a participar de la Santa Cena (Hch.9:26-27; 1 Cor.16:3). (Ver 5.3.2).

El Señor dejó abierta la posibilidad de celebrar este culto cuantas veces la iglesia quisiera; sin embargo, siguiendo el ejemplo de la iglesia primitiva, lo celebramos cada primer día de la semana, como recordación del día de la resurrección del Señor (Hch.20:7). Con esta práctica de los primeros cristianos, queda evidenciado en la palabra de Dios que el domingo no fue cambiado por el sábado por Constantino, sino que éste formalizó en el s.IV d.C. lo que era ya la práctica de la iglesia desde los tiempos apostólicos (1 Cor. 16:1). Además, el domingo no es el equivalente cristiano al sábado judío, pues este era un tiempo de descanso laboral y una señal entre el pueblo de Israel y Dios: “Tú hablarás a los hijos de Israel y les dirás: "En verdad vosotros guardaréis mis sábados, porque es una señal entre mí y vosotros por vuestras generaciones, para que sepáis que yo soy Jehová que os santifico…Guardarán, pues, el sábado los hijos de Israel, celebrándolo a lo largo de sus generaciones como un pacto perpetuo. Para siempre será una señal entre mí y los hijos de Israel, porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, y en el séptimo día cesó y descansó” (Ex.31:13, 16-17).



3. Del Culto


4.3.1 Naturaleza y propósito del culto


El centro del culto es la adoración a Dios en su Hijo por la presencia del Espíritu Santo (Jn.4:23-24; Fil.3:3; Ap. 4:8-11; 5:13-14). Por decisión del Padre, el Hijo ocupa la preeminencia gracias a la obra de la cruz y a la plenitud divina que habita en Cristo (Col.1:18-20; 2:9; Jn.5:23). El Espíritu guía el culto a la glorificación del Hijo “pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad…El me glorificará, porque tomará de lo mío, y os lo hará saber” (Jn.16:13-14).


Estos principios escriturales enseñan que el culto es para Dios, no para las necesidades humanas. No es la celebración de alabanzas para buscar una bendición o para sentirnos bien, sino la entrega de toda la persona como un acto de reconocimiento de los atributos de Dios y de gracias por la obra de salvación (Deut. 16:16-17; Sal. 95:6-7; 100:1ss; Mt.4:10; Rom.12:1). Sin embargo, celebrar un culto conforme a los principios escriturales por creyentes en íntima comunión con Dios y dirigido por el Espíritu Santo, trae bendiciones espirituales en la vida del cristiano: un mayor conocimiento de Dios y su Hijo (Ef.1:17: Fil.3:8-14); gozo y unidad en el pueblo de Dios (Hch.2:46-47), poder para testimoniar a los inconversos (Hch.2:47; 4:31, 33; 1 Cor.14:24-25). En otras palabras, el culto se debe hacer “todo para edificación” (I Cor.14:26).


4.3.2 Principios que guían el culto

Las ideas rectoras del culto comprenden la persona y la obra de Dios: Sus atributos, creación, providencia, el plan de salvación. De igual modo, la persona y la obra del Hijo: sus atributos, vida, muerte y obra en la cruz, su resurrección, su segunda venida en gloria. Los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos que están alrededor del trono de Dios y del Cordero ilustran esta adoración (Ap.4:8-11; 5:8-14). Tales pensamientos deben llenar la adoración y la alabanza en todos los cultos.


En la revelación de Dios, no se nos manda adorar, alabar y orar al Espíritu. El Señor indicó que la función de la tercera Persona de la Trinidad es “El me glorificará, porque tomará de lo mío…Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso dije que tomará de lo mío” (Jn.16:14-15). Su presencia guía la adoración y la alabanza al Padre por el Hijo, por lo que Su obra no significa que El es menor que las otras dos personas de la Trinidad. Es la fuente del poder que vigoriza la adoración y manifiesta la presencia del Dios trino.


Nuestro Señor resumió la esencia de la verdadera adoración en su conversación con la mujer samaritana: “Pero la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu, y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que lo adoren” (Jn.4:23-24). La frase “adorar en espíritu y en verdad” puede interpretarse de varias maneras, como se comprobará consultando buenos comentarios. Según nuestra comprensión, significa una plena adoración guiada por el Espíritu Santo en armonía con la revelación de Dios. Los samaritanos adoraban lo que desconocían (Jn.4:22) pues habían distorsionado el Pentateuco para adaptarlo a sus creencias. De ahí el imperativo de qué ha enseñado Dios en su palabra. Por otro lado, la referencia a la fuente de agua que salte para vida eterna (Jn.4:14) se ve que es un símbolo del Espíritu Santo (Jn.7:37-39).


El culto debe orientarse por la conjunción de dos actitudes. Por un lado, toda reunión de la iglesia debe realizarse bajo el imperativo de la reverencia ante la majestad de nuestro Dios. La adoración a Dios implica un sentimiento sobrecogedor que lleva al creyente a postrarse en su corazón: “Venid, adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante de Jehová, nuestro hacedor”; “Mas Jehová está en su santo templo: ¡calle delante de él toda la tierra!” (Sal.95:6; Hab.2:20). Cuando la iglesia reconoce la santidad y la gloria de Dios en el culto, se produce un temor reverente en la adoración (Ex.3:1-6; 33:18-23; 34:5-8; Is.6:1-5; 1 Cor.14:24-25; Ap.1:9ss.).


Por otro lado, la alabanza entusiasta debe ocupar un espacio importante en el culto “Venid aclamemos alegremente a Jehová…” (Sal.95:1). En el A.T. los salmos representan un muestrario de alabanzas en el culto judío. Vez tras vez se manda al pueblo a “alabad a Jehová” (Sal.92:1; 95:1-5; 96:1ss.; 97:12). El N.T. sigue esta línea de la vitalidad de la alabanza en medio de la congregación (1 Cor.14:26; Ef.5:19; Col.3:16). La alabanza alegre nace de un pueblo que está en comunión con Dios, que vive en obediencia a sus mandamientos y que celebra el culto en consonancia con el orden y la decencia “hágase todo decentemente y con orden”, (1 Cor.14:40). Estas indicaciones regulan la celebración del culto:


No se permite que todos hablen en lenguas a una voz, pues “si entran indoctos o incrédulos, ¿no dirán que estáis locos? (I Cor.14:23). Este principio se aplica aunque no se esté hablando en lenguas, pues el hablar todos a la vez aunque sea en español u otra lengua produce un caos en la comunicación lo que impide la edificación de los presentes. El texto “Cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación. Hágase todo para edificación” (1 Cor.14:26) es una invitación a que cada miembro se involucre activamente en la adoración, pero no deja abierta la posibilidad de que sea una participación pública al unísono, pues el siguiente verso (14:27) establece un orden por turno.


El gozo que se deriva de la alabanza no se fabrica ni se induce por manipulación, sino que brota de un corazón que canta al Señor con plena comprensión de lo que hace, “cantaré con el espíritu, pero cantaré también con el entendimiento” (1 Cor.14:15). Todo lo que diga el director de culto, las letras de las alabanzas y la exposición de la Palabra de Dios deben ser inteligibles, para que Dios sea glorificado en Jesucristo y el pueblo de Dios entienda cada mensaje o alabanza y sea edificado (I Cor.14:16-17). Por eso, una música con un volumen muy alto que impida la comprensión de las letras de una alabanza viola este principio. Una buena música con un pobre o antibíblico contenido será una diversión y entretenimiento de la carne, pero no una alabanza para el Señor. ¿Cómo diremos amén a algo que no entendemos? (1 Cor.14:16).


La Palabra de Dios es la norma que evalúa la validez de las letras de una canción o himno de alabanza, “Que la palabra de Cristo habite en abundancia en vosotros, con toda sabiduría enseñándoos y amonestándoos unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando a Dios con acción de gracias en vuestros corazones” (Col.3:16). Cualquier canción que pretenda ser cristiana debe indicar claramente su contenido teológico y referirse sin ambigüedad a Dios o al Señor Jesucristo, “Y todo lo que hacéis, de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por medio de El a Dios el Padre” (Col.3:17).


Aunque la alabanza por medio de un solo halla lugar en el culto, el énfasis es la alabanza congregacional, en la que todos participan del canto. La mayoría de las invitaciones del A.T. a alabar a Dios están dirigidas en plural a la comunidad: “Canten delante del Señor, que ya viene…”, “Alégrense en el Señor, ustedes los justos, y alaben su santo nombre”, “Canten al Señor un cántico nuevo…”, etc., (Sal. 96:13; 97:12; 98:1, NVI).


Es evidente que la Biblia deja un margen de libertad en cuanto a las formas de la celebración del culto. Sin embargo, el verso “El Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Cor.3:17) en nada se refiere a hacer cualquier expresión de alabanza, pues el contexto del pasaje tiene que ver con la libertad de la esclavitud de las demandas de la ley (vv. 3:6ss.). La iglesia se rige por el Nuevo Pacto, una de cuyas promesas es la morada del Espíritu Santo en el creyente “porque la letra mata, pero el Espíritu da vida”.


En las formas del culto se puede aplicar el principio: “Todas las cosas me son lícitas, pero no todas son de provecho” (1 Cor.6:12). En la interpretación musical de un himno, no existe ninguna prohibición en cuanto a instrumentos; pero el mal uso de los mismos puede impedir la edificación del pueblo y la gloria de Dios. Por ejemplo, el alto volumen, el tocar mal el instrumento o hacerlo de modo tal que la atención del público se centre en el intérprete y no en la alabanza, son algunas situaciones que el sentido común nos llevan a decir “Hermanos, no seáis niños en la manera de pensar; más bien, sed niños en la malicia, pero en la manera de pensar sed maduros” (I Cor.14:20).


Tales principios – lo provechoso y el razonamiento maduro – deben orientar en el momento de elegir un género musical. De nuevo, la Biblia no alude a los géneros modernos de hoy día, pero el contexto en el que se tocan estos estilos musicales, el ritmo para el cual fueron creados y el relegar el contenido de las letras a un plano secundario son criterios que nos ayudan a entender que no todos los géneros musicales son apropiados en el culto. Alegar que la música es neutra desde el punto de vista moral, es olvidar que la música no se crea sola, que hay seres humanos morales detrás de ella.


4.3.3 La danza


Como la iglesia recibió su herencia cultual de los apóstoles, quienes se basaron, sobre todo, en el orden de la sinagoga, descartamos que la danza sea un ministerio. No aparece una sola cita en el Nuevo Testamento que mande a la iglesia a formar un grupo de danza para el culto de la iglesia. Las pocas referencias del A.T. (Sal. 149:3; 150:4) son tan escuetas que no permiten definir qué se hacía en el templo de Israel como danza.


Además, una vez más los principios de la gloria de Dios en Jesucristo y de la edificación del pueblo de Dios son indicativos de que tal manifestación cultural en el día de hoy busca más el entretenimiento del público, práctica que se expone al peligro de las contorsiones sensuales propias de los bailes modernos.



4.3.4 La exposición de la Palabra y la oración en el culto:


La Palabra de Dios debe ocupar un lugar prominente honrando su posición de guía e iluminación de la vida del pueblo de Dios “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” (Sal.119:105). La iglesia debe dar la relevancia a la enseñanza de la Palabra de Dios. El Señor mandó a los apóstoles “id y haced discípulos a todas las naciones… enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt.28:19-20). Por eso, los primeros discípulos “perseveraban en la doctrina de los apóstoles” (Hch.2:42).


Los apóstoles transmitieron este mandato a la iglesia y a sus líderes “Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Tim.2:2). Había una necesidad imperiosa de cumplir con el encargo de “predica la palabra… a tiempo y a fuera de tiempo, pues vendrá tiempo cuando no soportarán la sana doctrina, sino que, teniendo comezón de oir, se amontonarán maestros conforme a sus propias pasiones, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2 Tim.4:2-4).


Una parte vital del culto es la oración. Su importancia se ve en su ejercicio constante por la iglesia primitiva “y perseveraban…en las oraciones” (Hch.2:42), “la iglesia hacía sin cesar oración a Dios…” (Hch.12:5). La oración era la fuente de poder espiritual de la iglesia “Cuando terminaron de orar, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaban con valentía la palabra de Dios.” (Hch.4:31). Eso explica el lugar prioritario que el apóstol le otorga en el culto de la iglesia: “Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres…” (2 Tim.2:1). En la vida privada del creyente y en las reuniones de la congregación, es importante obedecer el sabio mandato de “Orad sin cesar”, (1 Tes.5:17).


La participación pública en la oración congregacional se deberá hacer en reverencia, no “para ser vistos por los hombres” (Mt.6:5). El Señor no exige un lenguaje culto y florido para dirigirnos a El, pero las repeticiones, las expresiones muy populares y el utilizar palabra para predicar a los presentes desdicen mucho del verdadero espíritu de la oración al Dios tres veces Santo.


4.De los dones espirituales


4.4.1 Naturaleza de los dones


Los dones espirituales son capacidades especiales que Dios otorga soberanamente por medio de su Espíritu a cada creyente en el momento de su conversión. Estas habilidades tienen su origen en la gracia dada por las Personas de la Trinidad (1 Cor.12:4-7, 11, 18; Ef. 4:7, 11). Al provenir de la gracia de Dios, son repartidos no por méritos personales ni por petición, sino por la decisión libre de Dios.


Cada cristiano, al formar parte del cuerpo de Cristo por medio del bautismo con el Espíritu Santo, recibe su(s) don(es) en el momento de la conversión (1 Cor.12:13). No hay un solo cristiano que carezca de la posesión de uno o más dones: “pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu…”; “Cada uno según el don que ha recibido…” (1 Cor.12:7; I Ped.4:10). Sin embargo, todos no reciben los mismos dones, pues haría del cuerpo de Cristo un solo miembro sin diversidad de funciones (1 Cor.12:8-10, 14ss.).


4.4.2 Listado de los dones


Un buen estudio sobre los dones deberá incluir los cuatro pasajes principales del Nuevo Testamento sobre este tema: Rom.12:3-8; 1 Cor. 12 – 14; Ef. 4:7-16 y 1 Ped.4:10-11. Este último texto parece referirse a las dos clases de dones: los dones de palabra y los dones de acción, “Si alguno habla…si alguno ministra…” (v.11).


Comparando las distintas listas, puede que se deriven algunas conclusiones: algunos dones pueden estar expresados con dos o más términos, las menciones de los dones surgen de menciones ocasionales, no como si proveyeran un catálogo completo, algunos dones por su carácter de señal funcionaron para el establecimiento de la iglesia en sus orígenes (Ver 4.4.4 al 4.4.6 ), aunque todos los dones son necesarios, algunos son más importantes por su valor de edificación general “Procurad…los mejores dones” (1 Cor.12:31).


¿Existen dones modernos que no aparecen en las listas? Es posible que así sea; sin embargo, preferimos ceñirnos al lenguaje de las Escrituras para evitar crear términos y funciones que violan sus normas. Se dirá que las realidades contemporáneas son muy diferentes a la de los primeros cristianos, que la iglesia primitiva usó términos de su entorno (anciano proviene del mundo judío; obispo, de la cultura griega). Sin embargo, ya han pasado al vocabulario religioso universal. Es preferible someterse a las palabras bíblicas, para no distorsionar su sentido llano.


Un ejemplo lo constituye la expresión popular “Reverendo”; aplicada a los pastores, es tal vez uno de los “títulos” más desacertados por las connotaciones que encierra esta palabra.


A continuación se presentan las listas de los dones:

Romanos 12:3-8 1 Corintios 12:8-10 1 Corintios 12:28

1. Profecía 1. Palabra de sabiduría 1. Apóstoles

2. Servir 2. Palabra de conocimiento 2. Profetas

3. Enseñar (maestro) 3. Fe 3. Maestros

4. Exhortar 4. Sanidades 4. Milagros

5. Repartir (dar) 5. Milagros 5. Sanidades

6. Presidir (dirigir, 6. Profecía 6. Ayudar

gobernar) 7. Discernimiento de 7. Administrar

7. Misericordia espíritus (¿Dirigir?)

8. Hablar en lenguas 8. Don de lenguas

9. Interpretar lenguas


1 Corintios 29-30 1 Corintios 13:1-3, 8-13 Efesios 4:7-16


1. Apóstoles 1. Lenguas 1. Apóstol

2. Profecía 2. Profecía 2. Profeta

3. Enseñar 3. Conocimiento 3. Evangelista

4. Milagros 4. Fe 4. Pastor/maestro

5. Sanidades 5. Dar

6. Lenguas 6. ¿Sufrir la muerte,

7. Interpretar lenguas martirio?



Para fines didácticos, presentamos una definición sencilla de cada uno de los dones. En el caso de ciertos dones de señales, dedicamos una más amplia explicación ante la confusión que reina en el cristianismo actual.


* Apóstol: era una persona comisionada directamente por el Señor. Su tarea principal consistió en colocar el fundamento doctrinal de la iglesia de Dios (1 Cor.3:10; Ef.2:20). Tenía una autoridad especial sobre todas las iglesias (2 Cor.11:28; 13:10). Aunque, junto a los doce y Pablo, se mencionan otros apóstoles (Hech.14:4, 14), no hay dudas de que no tuvieron sucesores: su función era necesaria para establecer la iglesia. Sus requisitos indican que son únicos e irrepetibles (Hech. 1:21-22; 1 Cor.9:1-2; 2 Cor.12:12).


* Profeta: (Ver 4.4.5).


* Discernimiento de espíritu: esta habilidad permitía a la persona detectar a un falso profeta, la presencia de un espíritu maligno e incluso las mentiras de un creyente en desobediencia (Hech.5:1-11; 13:6-12; 16:16-18). La ausencia de profetas hoy día (ver 4.4.5) implica la no vigencia de este don. Sí, se requiere discernimiento, pero gracias a la acción que el Espíritu lleva a cabo en cualquier creyente por medio de la Palabra de Dios (1 Jn.2:18-27; 4:1-6; 2 Jn.7-11).


* Evangelista: es la habilidad para presentar las buenas noticias de salvación a los perdidos. Cada cristiano está llamado a cumplir con la Gran Comisión, pero el evangelista siente esto de manera especial (Ej. Felipe el evangelista, Hch.8:4-8, 26, 35 y 40; 21:8). Por este último ejemplo, se ve que el evangelista desarrollaba su ministerio como los modernos misioneros, es decir, su pasión era llevar el evangelio donde Cristo no había sido predicado y establecer nuevas iglesias: un ministerio itinerante hasta que se consolidaba el liderazgo local en la nueva obra.


* Pastor: consiste en velar, proteger, guiar, alimentar y corregir al pueblo de Dios. Es un don de Dios, no un oficio como el anciano. Dos pasajes importantes que ayudan a entender este don son el discurso de Pablo a los ancianos de Efeso (Hech.20:17-38) y los consejos de Pedro (1 Ped.5:1-4).


* Maestro: habilidad para edificar al pueblo de Dios mediante la enseñanza de las Escrituras. Mientras el profeta edificaba al pueblo por revelación, el maestro lo hacía por el estudio y exposición de la Palabra. En el caso del anciano, se requiere que “sea apto para enseñar” (1 Tim.3:2). Esto parece indicar saber manejar las Escrituras aunque no se tenga el don de maestro. Debe también observarse que en Ef.4:11, se habla de pastor/maestro como de una sola persona. A luz de 1 Tim.5:17, podría indicar que entre los pastores de la iglesia algunos tenían ambos dones.


* Presidir (dirigir): “El que preside, con solicitud” (Rom.12:8). La palabra griega comunica la idea de guiar, conducir, dirigir. Tanto puede referirse al liderazgo de los ancianos como al de hermanos líderes en diversos niveles: juveniles, damas, etc.


* Milagros: (Ver 4.4.4).


* Sanidades: (Ver 4.4.4).


* Lenguas (Ver 4.4.6).


* Fe: capacidad que permite a un creyente confiar en que, en circunstancias especiales, Dios obrará poderosamente. Todos debemos creer en el Dios de Elías (Sant.5:17-18), pero sólo de algunos se puede decir: “hombre lleno de fe” (Hech.6:5; 11:24). Los ejemplos modernos de George Muller y Hudson Taylor muestran que “la oración eficaz del justo puede mucho” (Sant.5:16).


* Palabras de sabiduría: Es difícil determinar en qué consistía este don. Sugerimos que las palabras de Lucas sobre Esteban pueden ayudarnos (Hech.6:8-10): se trata de un habilidad para usar el conocimiento de las cosas de Dios. Entendiendo la sabiduría como la aplicación del saber a situaciones teóricas o prácticas, tal vez sería una validez para el día de hoy, aunque también parece implicar un acto para explicar la revelación profunda de Dios, pues Pedro escribe acerca de la sabiduría que le ha sido dada a Pablo y de lo difícil de las epístolas paulinas. Lea las cartas a los Romanos y a los Efesios y, casi seguro, entenderá la observación de Pedro sobre la profundidad de los escritos del apóstol Pablo (2 Ped.3:15-16).


* Palabras de ciencia o conocimiento: Al igual que el don anterior, se desconoce la naturaleza exacta de esta capacidad espiritual. Tampoco es sencillo distinguir entre uno y otro. De nuevo proponemos nuestra humilde opinión. En la palabra de Dios el verbo conocer alude a una relación íntima o comunión profunda, no a un almacenamiento de información, datos, etc. Pablo anhela “conocerlo a él (Cristo)” (Fil.3:10). ¿No conocía el apóstol a su amado Señor? Es evidente que Pablo se refiere a experimentar de modo más profundo la comunión con Cristo. “Ahora vemos por espejo, oscuramente; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte, pero entonces conoceré como fui conocido” (1 Cor.13:12). Por eso, “…nosotros todos, mirando con el rostro descubierto y reflejando como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en su misma imagen, por la acción del Espíritu del Señor.” (2 Cor.3:18). En fin, aquellos hombres y mujeres de Dios que han desarrollado una comunión profunda con Dios parecen haber tenido este don. Hombres de Dios como Moisés y Pablo ilustran esta hambre espiritual de conocer profundamente al Señor. Podemos orar con el apóstol para que “el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, (n)os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él; que él alumbre los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la acción de su fuerza poderosa.” (Ef.1:17-19); en fin, para que seamos “plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura, y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Ef.3:18-19).


* Servicio: creyentes con este don se entregan con alegría y dedicación al servicio de los demás. Resulta innecesario mencionar las áreas en las que puede utilizarse este don.


* Ayuda: Pablo menciona a “los que ayudan” (1 Cor.12:28). ¿Se refiere al don servicio aunque emplea otro palabra? ¿Es el equivalente de un asistente? ¿O la ayuda corresponde a apoyar económicamente la obra, los obreros y los necesitados? En este último caso, sería parecido al “que reparte, con generosidad” (Rom.12:8). De nuevo, nos encontramos con la imprecisión de los términos.


* Dar u ofrendar: Vista la aclaración anterior, se puede agregar que este don conlleva la idea de aportar “en riquezas de generosidad” (2 Cor.8:2) para las necesidades de los santos y para la obra de Dios. El ejemplo de las iglesias de Macedonia, las cuales a pesar de “su profunda pobreza…han dado conforme a sus fuerzas, y aun más allá de sus fuerzas” (2 Cor.8:2-3), revela que el poseer este don se refiere más a la disposición de dar que al hecho de contar con muchos recursos, aunque la posesión y la disposición pueden ir de la mano. (Sobre el ofrendar, ver 5.2.1 a 5.2.7).


* Misericordia: Este don capacita a las personas a tener una preocupación especial y cuidado bondadoso para los necesitados, afligidos, menesterosos, enfermos, etc. “El que hace misericordia” debe hacerlo “con alegría” (Rom.12:8).


* Exhortar: Esta habilidad se manifiesta en situaciones de pruebas para alentar y animar al que pasaba por aflicción o tribulación, pero también en correcciones y sabios consejos para enmendar errores (Hech.18:24-28), conductas impropias (Rom.15:14; Gál.6:1).



4.4.3 Directrices para el funcionamiento de los dones


La puesta en práctica de estas capacidades, es decir, el uso de los dones, se reconoce como ministerio, “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Ped.4:10). El término ministro significa servidor, pues el ministerio es servir a Dios y a los demás por medio de los dones. De modo que ministro no es un título de dignidad para los pastores, sino de humildad para cada cristiano que le sirve a Dios. Como mayordomos de la gracia de Dios, “lo que se requiere de los administradores es que cada uno sea hallado fiel” (1 Cor.4:2).


La palabra de Dios da por sentado que el creyente conoce sus dones; sin embargo, no nos provee de un manual sobre cómo descubrir los dones personales. Algunas sugerencias prácticas pueden ayudar a un cristiano a identificar sus habilidades para servir a Dios. Es importante conocer la enseñanza bíblica sobre los dones espirituales, por eso, la exhortación de Pablo a los corintios “No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales” (1 Cor.12:1).


Involucrarse activamente en los distintos ministerios de la iglesia es otra manera que sirve de guía útil para reconocer nuestros dones. No obstante, hay que buscar otros criterios más objetivos: comprobar en cuál área nuestro trabajo resulta de bendición y edificación a los demás. Por ejemplo, los resultados estériles de una predicación, un ministerio pastoral, etc., evidencian la ausencia de tales dones. El permitir que los ancianos y demás creyentes evalúen nuestras destrezas permite un examen sincero de nuestros talentos. Nadie mejor que los hermanos de la asamblea para reconocer nuestros dones. Lo más importante es trabajar en la obra del Señor aunque no se emplee una etiqueta para señalar a nuestros dones,


¿Cómo debe cada cristiano ministrar o poner al servicio del Señor los dones espirituales que recibió? Se puede reducir a cuatro principios la forma de funcionar el cuerpo de Cristo por el uso de los dones:


* Usar los dones para promover la gloria de Dios por medio de Jesucristo: “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelos a los otros…para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén” (1 Ped.4:10-11).


* Usar los dones para la edificación de todos los creyentes: “Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para el bien de todos”, (1 Cor.12:7). Refiriéndose al ejercicio de los dones en la iglesia, Pablo agrega: “hágase todo para edificación” (1 Cor.14:26). La involucración de los cristianos en el servicio activo del Señor contribuye al crecimiento y la unidad del cuerpo de Cristo, esto es, Su iglesia (Ef.4:11-16).


* Usar los dones motivado por el amor a Dios y a los hermanos. El capítulo 13 de la primera carta a los corintios no es un tratado aislado sobre el amor humano. Pablo lo escribió para enseñar que los dones sin amor no sirven al que los usa motivado por fines egoístas o presuntuosos: “y no tengo amor, nada soy…, de nada me sirve” (1 Cor.13:2-3). Por eso, el pueblo de Dios debe seguir el amor (1 Cor.14:1), el camino aún más excelente (1 Cor.12:31), el cual procura el bien del otro (Rom.13:10) y permanece para siempre (1 Cor.13:13).


* Usar los dones en el contexto de la iglesia local en armonía con los demás miembros. Para mantener el equilibrio, coordinación y mutua dependencia entre los miembros del cuerpo, Dios ha establecido límites en la distribución de los dones tanto en cantidad como en grado de ejercicio, pues nadie posee todos los dones y se dan diferencias entre dos personas con el mismo don (Ro.12:3; Ef.4:7). A una comunidad local, la iglesia de Dios en Corinto, Pablo les recuerda que “Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular” (1 Cor.12:27). Por eso, los ministerios se ejercen en la iglesia local, sin independencia de los demás miembros del cuerpo.



4.4.4 Dones de milagros y sanidades


Esta limitación sucede también en la historia de la salvación respecto a la vigencia de dones sobrenaturales o de señales. En el Antiguo Testamento, sólo en épocas específicas Dios manifestaba su realidad portentosa por medio de hombres escogidos. Por ejemplo, Moisés durante la liberación de Israel, Elías y Eliseo durante la idolatría de Israel, Daniel y sus amigos en el exilio babilónico. En todos estos casos, Dios demostró ser el único Dios verdadero en un contexto de idolatría politeísta. En otras palabras, el A. T. revela que no constituyen una norma constante para todos los tiempos las manifestaciones milagrosas de Dios a través de siervos escogidos. Esta ausencia de milagros no se da por la falta de fe de las personas ni por la maldad del pueblo porque Dios se impone aun en el medio más hostil e incrédulo como faraón en tiempo de Moisés y a personas malvadas como el rey Acaz (Is. 7:1-16). Además, hombres fieles como David, Nehemías, Esdras y otros no registran en sus vidas que Dios obrara con milagros y señales a través de ellos.


En el Nuevo Testamento, los primeros años de la iglesia inauguraron una nueva etapa en la historia de la salvación: la formación del nuevo pueblo de Dios, que vino acompañada por un despliegue de milagros y señales (Hech.2:1-20, 43; 3:1-10; 5:1-16). Estos portentos tenían varios propósitos: indicar la presencia poderosa del reino de Dios (Mt.12:28), autenticar el mensaje de las personas enviadas por Dios (Hech.4:29; 14:3), y ser una demostración de la misericordia de Dios para los necesitados (Mr.1:40-41; Fil.2:25-27). Ya la segunda generación de cristianos del N.T. recordaba que la salvación que les había “sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con señales, prodigios, diversos milagros y repartimientos del Espíritu según su voluntad” (Hebr.2:3-4). En ese momento no había desaparecido por completo la acción milagrosa de Dios por medio de dones, pero muestra que ya los cristianos que no vivieron los inicios de la iglesia aludían “a los que oyeron” al Señor, es decir, a los primeros discípulos del Señor quienes realizaron proezas por la acción del Espíritu Santo. Además, destaca que el papel fundamental de los milagros apostólicos era confirmar al mensajero divino y a su mensaje.


Otras evidencias bíblicas apuntan a que el don de sanidad y el de milagros estuvieron restringidos a la era apostólica: los apóstoles resucitaban muertos (Mt. 10: 8; Hech. 8:36-42; 20:9-12), sanaban a todos y por completo cuando ejercían el don por el poder del Espíritu (Mt. 10:1; Hech.5:14-16), realizaban milagros de juicio contra creyentes en pecado (Ananías y Safira, Hech.5:1-11) y contra incrédulos (Elimas, Hech.13:6-12). Ninguno de los que han afirmado o pretenden ser apóstoles en la iglesia de hoy ha realizado tales señales.


No hay dudas de que Dios no tiene límites, pues es infinito. Dios puede actuar y obra milagros en todas las épocas y lugares; pero no como una extensión indefinida del ejercicio de los dones milagrosos. “La oración de fe salvará (sanará) al enfermo…” (Sant.5:15) es la clave para cualquier sanidad e intervención poderosa en la vida de la iglesia siempre y cuando sea la voluntad de Dios (Fil.1:19; 4:6; 1 Jn. 5:14-15). En este pasaje, el uso de aceite era una de las tantas formas como el judío expresaba acciones simbólicas. La oración, no el aceite, sanará al enfermo por la acción de Dios.


Los apóstoles, quienes poseyeron el don de sanidad y de milagros, dejaron hermanos enfermos y oraban por la salud de ellos (Fil. 2:25ss; 1 Tim.5:23; 2 Tim.4:20; 3 Juan 2). En otras palabras, el cristiano genuino no niega lo que Dios puede hacer – pues El hace lo que quiere, cuando quiere y como quiere- , sino que busca cuál es la norma divina para su iglesia. Esta enseñanza implica que cualquier cristiano, por más espiritual que sea, puede padecer de graves enfermedades no por falta de fe, sino porque la creación fue alterada con el pecado de Adán y Eva (Rom.8:20-21). También muestra que el don de sanidad no era un ejercicio permanente.


Que Jesucristo sea “el mismo ayer, hoy y por los siglos” (Hebr.13:8), y que Dios no cambie (Mal.3:6), no conlleva que siempre actúen de la misma manera en todas las épocas. Es verdad que Dios es inmutable en su naturaleza, sin embargo, su trato hacia los seres humanos no es idéntico en todas las épocas. En el A.T., el Padre era la persona que actuaba directamente con su pueblo, pues el Hijo no se había encarnado (aunque se manifestó por medio de teofanías) y el Espíritu Santo se manifestaba sólo en ciertas personas. En el N.T., sólo vemos al Padre hablando verbalmente al Hijo (Mt.3:17; 17:5; Jn.12: 27-28). Dios el Padre no hablaba verbalmente con Pedro, Juan, Pablo y los demás apóstoles como lo hizo con Abraham, Moisés, etc. Los cristianos de la era apostólica no demandaron a Dios un trato semejante al de los hombres y las mujeres del A.T. Es el mismo Dios, pero su manera de actuar cambia de acuerdo a las etapas de la historia de la redención. Por ejemplo, El pueblo de Israel siempre recordaba las proezas que Dios ejecutó durante el éxodo como una celebración de ese gran acontecimiento, no como una petición para que se repitieran esos milagros (Sal.105:23 – 45; 106:2ss; 136:10ss).



4.4.5 El don de profecía


Otro don de señal es el de profecía (Rom.12:6; Ef.4:11). El profeta recibía directamente de Dios el mensaje para que lo comunicara a una persona, a una congregación o a un pueblo. Era el vocero de Dios, un mensajero que recibía revelaciones por sueños, visiones, comunicaciones verbales, que no necesariamente trataban sobre asuntos del futuro (Hch.21:10-14; 1 Cor. 14: 29-33). La función del profeta era comunicar la palabra de Dios “para edificación, exhortación y consolación” de la asamblea (1 Cor.14:3), con lo que iba formando junto a los apóstoles el fundamento doctrinal de la iglesia (Ef.2:20; 3:4-5).


La participación del profeta en la congregación estaba regulada, no podía hacer lo que él quisiera: sólo podían profetizar dos o tres en la reunión, no simultáneamente, bajo el examen de toda la asamblea y en pleno control de su persona (1 Cor.14:29-33). La expresión “Podéis profetizar todos, uno por uno, para que todos aprendan y todos sean exhortados” (1 Cor.14:30) alude a que todos los profetas pueden tener la oportunidad de profetizar, no indica que todos los creyentes pueden profetizar. Ya antes Pablo había descartado esa posibilidad “¿Son todos apóstoles? ¿Son todos profetas?...” (1 Cor. 12:29). La respuesta es obvia: No. También el profeta debía ejercer control consciente sobre su participación en el culto público, a tal punto que “si algo le fuere revelado a otro que estuviere sentado, calle el primero… Y los espíritus de los profetas está sujetos a los profetas” (1 Cor.14:30, 32).


De igual manera, cuando Pedro cita a Joel 2:28-32 no está afirmando la universalización del don de profecía, sino que el profetizar por toda clase de personas “hijos, hijas, jóvenes, ancianos, siervos y siervas” sería una demostración de que el derramamiento del Espíritu prometido había llegado y no quedaba limitado a ciertas personas como profetas, reyes, sacerdotes, etc. Lo universal es el don del Espíritu Santo como morada permanente en el que cree en Cristo: “Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo, porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llame” (Hech.2:38-39).

Es la ausencia de una nueva revelación escrita la que determina la necesidad del profeta, pues ya las cartas pastorales y las generales enfatizan el mantener la doctrina recibida, aunque no había desaparecido el don como tal (2 Tim. 2:1:13-14; 2:2; 3:14-17; 2 Ped.1:19-21; 3:2-3, 15-17; 2 Juan 7-9; Judas 17-18). No siempre el profeta comunicaba una revelación nueva de doctrina, a veces transmitía la voluntad de Dios para una situación específica (Hch.11:27-30; 13:1-2; 1 Tim.1:18). En estos casos, podía ser una advertencia o sugerencia que el destinatario de la profecía podía seguir o no al pie de la letra. Por ejemplo, Pablo decidió ir a Jerusalén a pesar de ser advertido de lo que le esperaba (Hech.21:10-14); Pablo insta a Timoteo a no descuidarse en el ministerio (1 Tim.4:14). Sin embargo, esto no significa que había dos tipos de profetas. Sólo muestra una situación específica sobre la voluntad de Dios para una persona.


El creyente cuenta con la suficiencia de la Palabra de Dios (2 Tim.3:16-17) para que tomando en cuenta los principios escriturales regule las decisiones de su vida. La búsqueda de la voluntad de Dios se consigue con una vida de obediencia a Dios y por medio de la oración (Rom.12:1-2; 1 Tes.4:1-8). Dios puede dar respuesta hoy de múltiples maneras: directamente a cada cristiano – verbalmente, en la lectura de la Palabra, por la convicción del Espíritu Santo, a través de las circunstancias o por medio de otra(s) persona(s), etc. - sin que esto implique el ejercicio del don de profecía. Pero esta guía divina nunca contradice Su Palabra escrita.



4.4.6 El don de lenguas


El día de Pentecostés marcó el inicio de la iglesia con la llegada poderosa del Espíritu Santo (Hech.2:1-4). Una de las manifestaciones de la presencia audible del Espíritu fue el don de lenguas. Este don consistía en la capacidad que el Espíritu Santo daba a un creyente para que hablara otra lengua humana sin haberla aprendido.


El libro de los Hechos registra tres referencias al don de lenguas: el día de Pentecostés (2:1-11), en la conversión de los primeros gentiles en casa de Cornelio (10:44-48) y en el encuentro de Pablo con los discípulos de Juan el Bautista (19:1-7). Al igual que el profetizar, las lenguas de Pentecostés fueron parte de las manifestaciones tangibles de la llegada del Espíritu Santo, como cumplimiento de la promesa del Señor (Jn.14:16-17, 26; 15:26; 16:6-11; Hch.1:4, 5, 8).


Tales señales son propias de todo gran evento en la historia de la salvación, por ejemplo, la entrega de la ley (Ex.19:16-20; 20:18); el nacimiento del Señor, la muerte, la resurrección y el retorno del Señor (Mt.2:1-2; Luc.2:8-15; Mt.27:45, 51-53; 28:1-4; Mr.13:24-27). Son indicaciones de señales únicas, no repetibles.


Las formas variadas de recepción del Espíritu en los demás casos del libro de los Hechos muestran que Lucas narra lo sucedido, no prescribe estos casos como una pauta para la iglesia de todos los tiempos. En la conversión de los samaritanos, Dios, por su voluntad, postergó el recibimiento del Espíritu Santo hasta tanto hubiera una confirmación apostólica (Hch.8:14-17); sin embargo, para el creyente de hoy la norma está en las cartas apostólicas “En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Ef.1:13). Esa recepción del Espíritu Santo simultánea a la conversión se llevó a cabo en la casa de Cornelio, primer gentil en ser convertido. Su conversión demuestra que no existe una obra posterior del bautismo en el Espíritu para el cristiano.


Por otro lado, los discípulos de Juan revelan que no había habido una conversión al Señor, pues de Apolos, quien también sólo conocía del bautismo de Juan, no se dice que fue bautizado para recibir el Espíritu y se agrega que “había sido instruido en los caminos del Señor…(y) enseñaba diligentemente lo concerniente al Señor” (Hch.18:25). En cambio de estas personas sólo se dice “ciertos discípulos” (Hch.19:1).


El hablar en lenguas tanto en la casa de Cornelio como en el caso de los discípulos de Juan sirvió de señal para mostrar que el Espíritu Santo había venido a la vida de estas personas; en cambio, en Samaria no hubo manifestaciones de lenguas. En fin, estas narraciones de experiencias diferentes demuestran que las lenguas y el recibimiento posterior del Espíritu fueron casos “sui generis”, es decir, únicos o especiales, no el modelo o patrón para la iglesia.


Varias razones confirman que las lenguas son idiomas humanos:


* En Hechos 2:6-8 se usa la palabra griega “dialectos” - de la cual obtenemos nuestra palabra castellana dialecto – que alude a variedad de idiomas.


* Algunos presentes en Pentecostés oyeron sus propios idiomas, otros los oyeron en sus dialectos “¿Cómo, pues, los oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido?” (Hch.2:8, 11).


* En 1 Corintios 14:21 se indica que las lenguas eran los idiomas extranjeros, dados como señal a la incredulidad de los judíos. Pablo se refiere a Isaías 28:11-12, cuando dice: “En la ley está escrito: “En otras lenguas y con otros labios hablaré a este pueblo…”, luego Pablo continuó diciendo que las lenguas eran para señal, no a los creyentes, sino a los incrédulos.


* En 1 Corintios 14:27 indica un idioma genuino, puesto que debía interpretarse (traducirse). La necesidad de la interpretación surge porque los demás presentes desconocían también ese idioma humano. A esa falta de interpretación es a la que se refiere Pablo cuando dice que “El que habla en lenguas no habla a los hombres, sino a Dios, pues nadie lo entiende, aunque por el Espíritu habla misterios”. No habla a los hombres porque está hablando en un idioma que el oyente, si no hay traducción, no puede entender: “Pero si yo ignoro el significado de las palabras, seré como un extranjero para el que habla, y el que habla será como un extranjero para mí” (I Cor.14:11).


* La palabra griega que aquí significa interpretación es “hermeneuo”, que quiere decir “Traducción”. El acto de traducción significa tomar algo en un idioma y ponerlo en su equivalente en otro idioma conocido. Esta era una habilidad “sobrenatural” para traducir un idioma no entendido (14:5) para que los presentes pudieran ser edificados.


* Pablo destaca la importancia del significado de las palabras de las lenguas cuando dice “Tantas clases de idiomas hay seguramente en el mundo, y ninguno de ellos carece de significado. Pero si yo ignoro el significado de las palabras, seré como un extranjero para el que habla, y el que habla será como un extranjero para mí” (1 Cor. 14:10-11)


Los “gemidos indecibles” (Rom.8:26) no se refieren al don de lenguas. En el contexto del pasaje, el apóstol explica la situación de tribulaciones del momento presente de la vida de todo cristiano, en la que recibe la asistencia del Espíritu en la oración. No hay relación allí con los dones espirituales. Tampoco se puede hablar del don de lenguas como lenguas “angelicales”

(1 Cor.13:1), pues Pablo introduce esta expresión como un caso hipotético o una suposición irreal. Además, en la discusión del ejercicio del don de lenguas (1 Cor. 14), Pablo siempre se refiere a lenguas humanas y no menciona las lenguas angélicas, si ese hubiera sido el sentido del don de lenguas.


El don de lenguas como tal era uno de los tantos dones espirituales que Dios otorgó a su iglesia en sus inicios. Por ser un don, no se le instaba al creyente a pedirlo. Todos no podían tenerlo: “¿Tienen todos dones de sanidad? ¿Hablan todos en lenguas? ¿Interpretan todos?” (1 Cor.12:30). Con estas preguntas que exigen como respuesta un no, Pablo concluye su discusión acerca de la diversidad de dones en la iglesia, así como el cuerpo tiene muchos miembros con funciones diferentes “Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos…Pero ahora son muchos los miembros, pero el cuerpo es uno (1 Cor.12:14, 20). Esta diversidad descarta que las lenguas sean la señal audible de haber sido bautizado en el Espíritu, pues todos los creyentes fueron bautizados en el Espíritu (1 Cor.12:13) como un acto único, universal y de pertenencia al cuerpo de Cristo.


Al igual que el don de profecía, el uso del don de lenguas en el culto estaba regulado para la edificación de toda la asamblea “Hágase todo para edificación” (1 Cor.14:26): sólo podían hablar dos o tres por culto, por turno (no los dos ni los tres simultáneamente) y con interpretación (1 Cor.14:27-28).


5. De los eventos escatológicos


El vocablo escatología proviene del griego esjatos “últimas cosas” y logia “asunto o tratado”. En la doctrina cristiana, los eventos escatológicos se refieren a los acontecimientos del futuro: la esperanza de los creyentes de ser transformados y resucitados para estar con el Señor, el destino final de los rebeldes y el cumplimiento del propósito eterno de Dios en Cristo por todas las edades venideras.


4.5.1 La muerte: significado y clases


En lo que viene el Señor, el cristiano, al igual que todos los inconversos, puede experimentar la muerte “…no todos dormiremos; pero todos seremos transformados…” (1 Cor.15:55). En la Biblia, la muerte significa separación. Hay cuatro clases de muertes en las Escrituras:


La muerte física: es la separación de la parte espiritual (alma o espíritu) del cuerpo cuando “el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio” (Ecl.12:7). Es la sentencia divina por la entrada del pecado (Gen.2:17; 3:19; Rom.5:12). La muerte física no significa dejar de existir o ser aniquilado, pues el alma como aliento de vida de Dios es imperecedera. Por ello, los perseguidores del cristiano pueden matar “el cuerpo, mas el alma no pueden matar” (Mt.10:28). Además, los cristianos tienen, en el momento de la muerte, la firme confianza de “estar ausentes del cuerpo, presentes al Señor” (2 Cor.5:8; Fil.1:23). La vida eterna es un don de Dios (Rom.6:23), que El da al que cree en Su Hijo, quien trajo a luz “la vida y la inmortalidad por el evangelio” (2 Tim.1:10). Sólo Dios tiene inmortalidad en sí mismo, no adquirida (1 Tim.6:16), como sucede con aquellos a quienes Dios dará “vida eterna a los que, perseverando en hacer el bien, buscan gloria, honra e inmortalidad” (Rom.2:7).


Cuando Salomón dice que los animales y los hombres tienen un mismo suceso en cuanto a la muerte, “como mueren los unos, mueren los otros” (Ecl.3:19), se refiere a la descomposición del cuerpo, a que “todo es hecho del polvo, y todo volverá al mismo polvo” (3:20), pero claramente distingue al ser humano del animal en la parte espiritual (Ecl.12:7). Por otro lado, el texto “los muertos nada saben” (Ecl.9:5) enseña que los difuntos desconocen, una vez partieron de esta vida, el mundo de los vivientes, no que están inconscientes; por eso, no pueden interceder a favor de los vivos ni salir de su estado hasta que se presenten ante Dios para ser juzgados (Luc. 16:27-31; Ap.20:11ss.).


La muerte es única e irrepetible para que el ser humano dé cuenta a Dios, no existe tal cosa como una reencarnación, pues “Está establecido a los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Heb.9:27). El hecho de que el cristiano cuando muere pasa a la presencia del Señor y de que el no cristiano al morir le espera el juicio final demuestran contundentemente que la Biblia no se refiere a un purgatorio: solo hay infierno para el que murió sin Cristo y cielo para los cristianos.


La muerte espiritual: es el estado de separación espiritual respecto a Dios en que se encuentran las personas que no han creído en Cristo: su alma o espíritu no tiene comunión con Dios. Viven “sin Cristo…, sin Dios y sin esperanza en el mundo”, “ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón” (Ef.2:12; 4:18). Por más noble, buena, culta y religiosa que sea una persona, si no ha recibido a Cristo “está muerto en sus delitos y pecados” (Ef.2:2). Sólo cuando cree por la gracia de Dios y acepta a Cristo, esta persona recibe la vida espiritual de Dios, su espíritu es resucitado por la acción de Dios y la regeneración por el Espíritu Santo (Ef.2:5-6; Tit.3:5).


La muerte al pecado y al mundo: esta se opera en el momento de la conversión del cristiano. Es una sentencia de Dios por medio de la cual el creyente se identifica con la muerte de Cristo al pecado y al mundo, y Su resurrección a una nueva vida (Rom.6:2-6; Gal.2:20; 6:14). Tal identificación es la clave para vivir una vida de victoria sobre el pecado: “Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro” (Rom.6:13). Cuando el creyente sea transformado en gloria, será librado de la presencia del pecado por siempre (Rom.8:21, 23; Fil.3:21; Ap.21:27).


La muerte segunda o condenación eterna: es el destino final de condenación eterna de los incrédulos, quienes “no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo, los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” (2 Tes.1:8-9). “Aquel que no fue hallado inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Ap.20:15). Aunque se desconoce la naturaleza del castigo, no hay dudas de la realidad del tormento eterno en el infierno. Nuestro Señor se refirió en varias ocasiones a lo terrible de la condenación en el infierno (Mt.5:22, 29-30; 10:28; 13:40-42, 49-50).


4.5.2 El futuro glorioso de la iglesia:


El destino final del cristiano es ser transformado a la imagen del Hijo de Dios (Rom.8:29; 1 Cor.15:48-49). ¿Cómo será la transformación? El Señor arrebatará fuera del mundo a todos los creyentes. Si el cristiano murió, su cuerpo será resucitado experimentando “el poder de su (del Señor) resurrección” (Fil.3:10); si está vivo, será arrebatado juntamente con los que resucitaron. Ambos grupos con cuerpos transformados se encontrarán en las nubes con el Señor (1 Cor.15:51-55; 1 Tes.4:14-17).


El arrebatamiento puede ocurrir en cualquier momento, y nadie sabe ni el día ni la hora de este suceso. Es una temeridad contraria a la palabra de Dios el hacer cálculos arbitrarios para poner una fecha específica para el regreso del Señor (Mat. 24:36; Hech. 1:6).El Señor advirtió a su pueblo sobre el engaño de los falsos profetas que harán milagros y anunciarán Su supuesto retorno (Mt.24:23-24). A la iglesia se la manda a vivir a la luz de la inminente venida de Jesucristo. El saber que su Señor viene debe motivar a los cristianos a vivir vidas santas, de fe, de servicio y de expectación sin aferrarse a las cosas transitorias de este mundo (Jn 14:1-3; Fil.3:20; 1 Tes.3:12-13; 4:18; 5:4-11; Tit.2:13; 2 Ped.3:10-12; 1 Jn.3:2-3).


El arrebatamiento de la iglesia y la Segunda Venida de Cristo en gloria no son eventos idénticos. En el arrebatamiento, los santos son arrebatados en el aire, es decir, Cristo viene por su iglesia “seremos arrebatados…en las nubes para recibir al Señor en el aire” (1 Tes.4:17); en la segunda venida, la esposa (Su iglesia) viene con El (Ap.19:11-14).


El propósito del arrebatamiento es doble: la iglesia no pasará por la Gran Tribulación (1 Tes. 1:10; 5:9; Ap. 3:10) y será llevada a los cielos para estar “siempre con el Señor” (1 Tes.4:17).


Posterior al arrebatamiento sucederá el tribunal de Cristo (Rom.14:10 y 2 Cor. 5:10). El tribunal de Cristo no es asunto de salvación o condenación para los creyentes (Jn 3:18; 5:24; Rom.8:1.) El propósito es evaluar “la obra de cada uno” (1 Cor.3:14), las motivaciones que llevaron al creyente a servirle al Señor, “el cual aclarará lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones” (1 Cor.4:5). El resultado dependerá de la calidad y motivación de la obra: “recibirá recompensa” o “sufrirá perdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego” (1 Cor.3:14-15); “entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios” (1 Cor.4:5). Por eso, se les manda a los cristianos a que vivan en santidad y con temor y temblor porque tendrán que dar cuenta de sus actos a Dios y a Cristo (Rom. 14:10-12; 2 Cor.5:10; Fil.2:12).


Después del tribunal de Cristo se celebrarán las bodas del Cordero (Ap. 19:7-8). Es el acto de la presentación personal de la esposa a su Señor (Ef. 5:25-27). Concierne sólo a Cristo y la iglesia.


Entonces “aparecerá la señal del Hijo del hombre en el cielo, y todas las tribus de la tierra harán lamentación cuando vean al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria.” (Mt.24:30). El Señor Jesucristo establecerá un reino terrenal por mil años (el Milenio) en el que se cumplirán todas las promesas que Dios dio a Israel en el Antiguo Testamento respecto a la posesión de la tierra y al reino davídico (Gen.13:14-17; 17:7-8; 2 Sam.7:12-16; Ap.20:4-6). Este reino milenial dará paso al estado eterno en el que “el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero…, y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán” (Ap.21:22; 22:3). Será el comienzo de una eternidad con cielo nuevo y tierra nueva, lugar donde se realizarán plena y eternamente las bendiciones de los pactos y las promesas divinos (Ap. 21:5; 22:6).


4.5.3 El futuro de juicio y condenación de los incrédulos


La justicia de Dios exige que toda violación a Su ley sea castigada, pues Dios “de ningún modo tendrá por inocente al malvado” (Ex.34:7). Aunque Dios no quiere “que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Ped.3:9), muchos son los que se pierden por rechazar el perdón de Dios (Mt.7:13; Luc.13:24). A un mundo rebelde sólo le espera “una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios” (Heb.10:27).


Como príncipe de este mundo, Satanás conducirá a los incrédulos a la rebelión final contra Dios. Se valdrá de la persona del anticristo a quien dotará de “gran poder y señales y prodigios milagrosos” (2 Tes.2:9). Conocido también como la bestia, el anticristo controlará el mundo durante la Gran Tribulación, por medio de un falso profeta que inducirá a las personas a adorar a la bestia y no a Dios (Ap.13:1ss.). Su razón de ser es la de una persona que “se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto” (2 Tes.2:4). Dios le permitirá que engañe a “los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos…a fin de que sea condenados todos los que no creyeron, sino que se complacieron en la injusticia” (2 Tes.2:10, 12).


Por ello, la Gran Tribulación incluirá una serie de juicios contra los moradores de la tierra para que reconozcan la justicia divina. Se darán cuenta de que sus pecados merecen el justo castigo de Dios y de que no hay manera de escapar de su temible presencia: “Los reyes de la tierra, los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, todo esclavo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes, y decían a los montes y a las peñas: «Caed sobre nosotros y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero, porque el gran día de su ira ha llegado y ¿quién podrá sostenerse en pie?» (Ap.6:15-17)

En el caso del pueblo de Israel, “será tiempo de angustia” (Jer.30:7; Dan.12:1), para Dios preparar a los israelitas para que miren “a quien traspasaron” (Zac.12:10). Estos juicios son descritos como parte del día de Jehová, un largo período, sobre todo de juicio (Is.2:12-21; Jl.2:1-11; Sof.1:14-14; Ap.6:16-17; 16:14), los cuales incluyen el rompimiento de siete sellos por el Cordero de Dios (Ap.6:1ss.), el toque de las siete trompetas (Ap.8:6ss; 11:15ss.) y el derramamiento de las siete copas (Ap.16:1ss.). Sin embargo, por su corazón endurecido “ni aun así se arrepintieron de las obras de sus manos, ni dejaron de adorar a los demonios, y a las imágenes…y no se arrepintieron de sus homicidios, ni de sus hechicerías, ni de su fornicación, ni de sus hurtos” (Ap.9:11-12).


Estos juicios constituyen una vindicación del pueblo de Dios quien ha sufrido a lo largo de los siglos persecuciones y la muerte a manos de un mundo hostil a Dios, pues “es justo delante de Dios pagar con tribulación a los que os atribulan” (2 Tes.1:6). Por eso, se oye decir en el cielo: “Justo eres tu, oh Señor…porque has juzgado estas cosas. Por cuanto derramaron la sangre de los santos y de los profetas, también tu les has dado a beber sangre; pues lo merecen…Ciertamente, Señor Dios Todopoderoso, tus juicios son verdaderos y justos.” (Ap.16:5-7).


Al final de la Gran Tribulación, Satanás será atado durante el Milenio, para ser desatado después por poco tiempo para que conduzca a los incrédulos a la batalla final contra Dios (Ap.20:1-3, 7-10). Con la derrota de esta última rebelión, le llega su final a Satanás, a sus demonios y a la muerte. En cuanto al incrédulo, la Palabra de Dios presenta un cuadro solemne del juicio final. El apóstol Juan escribió: “Vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo y ningún lugar se halló ya para ellos. Y vi los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios. Los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida. Y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras” (Ap.20:11-12).


Por último, se oyó el veredicto del Juez Justo: “El que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” donde antes habían sido arrojados la bestia, el falso profeta, Satanás y sus demonios (Ap.19:20; 20:10-15). Así se cumplirá la voluntad de Dios de destruir a todos los enemigos y de suprimir todo dominio y toda autoridad, para que El “sea todo en todos” (1 Cor.15:24-28).


5. OTRAS DOCTRINAS Y PRÁCTICAS


1. El ministerio de la mujer


A lo largo de la historia, la mujer ha sido el sexo vulnerable al abuso y a la explotación masculina. Razones culturales, físicas y hasta legales se unieron para que la mujer quedara sometida a la dominación del hombre. En el mundo bíblico, entorno rodeado de culturas patriarcales, en las que la mujer no era tomada en cuenta, destaca cómo tanto en el A.T. como en el N.T. la Palabra de Dios dignifica el papel de la mujer en ambos contextos..


Sin embargo, para conocer el papel de la mujer en la iglesia hoy, debemos interpretar lo que el texto bíblico enseña, no ser arrastrados por los moldes culturales del machismo ni por las modas feministas que borran toda diferencia entre el varón y la mujer. La Biblia nos presenta desde sus primeras páginas una sorprendente igualdad esencial entre el hombre y la mujer junto a una diferencia de roles entre ambos sexos. Dentro del seno hogareño y religioso, Dios ha establecido unos principios de funcionamiento para el hombre y la mujer que Le obedecen como Dios y Señor; este orden no fue diseñado para la sociedad general. Génesis fue escrito por Moisés para una comunidad de creyentes, a la cual iba dirigida esta Palabra. De modo, que la asignación del hombre como líder del hogar y en la iglesia, se debe entender en el contexto de la voluntad de Dios para su pueblo.


5.1.1 La mujer en el Génesis: la creación y la caída


El doble relato de la creación muestra la relación entre la igualdad esencial del hombre y la mujer, así como su diferencia de roles. El primer pasaje no deja dudas sobre la igualdad entre el varón y la hembra ante el Creador: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó” (Gén.1:17). A ambos Dios bendijo y a ambos les dio la comisión de ser los encargados de administrar la creación (Gén.1:28-29).


El segundo relato explica cómo fue el proceso de la creación del ser humano. A diferencia de los demás actos creativos, el ser humano fue creado por etapas: primero, Adán fue formado del polvo de la tierra; segundo, Eva fue tomada del cuerpo de Adán. El texto destaca que tanto el hombre como la mujer se complementan “y (el hombre) se unirá a su mujer, y serán una sola carne” (Gén.2:24), aunque la mujer fue creada después para ser “ayuda idónea” para el hombre.


Fruto de la caída, se altera el orden original. Cada actor – el hombre, la mujer y la serpiente – recibe una sentencia divina. Al hombre se le dice que “la tierra será maldita; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida” (Gén.3:17) y volverá al polvo de la tierra cuando muera. En el caso de la mujer, dará a luz con dolor y se expondrá a que el hombre se enseñoree de ella (Gén.3:16). Esta última frase no es una orden divina, sino una descripción de los efectos de la caída en la relación entre el hombre y la mujer. En otras palabras, sería una violación al sentido del texto y un abuso contra la dignidad de la mujer pretender que este verso justifica la dominación machista.


5.1.2 Mujeres en el Antiguo Testamento:


Se ha alegado que algunas mujeres destacadas del Antiguo Testamento revelan que la distinción de roles entre el hombre y la mujer son relativas; que el propósito de estos ejemplos indica una igualdad de funciones entre ambos sexos. Sin embargo, quienes así piensan pasan por alto el momento de crisis en que surgen estos liderazgos femeninos y la voluntad permisiva de Dios ante situaciones irregulares.


Cuando Sara le pide a Abraham que saque a Agar y a Ismael de la casa, no es una imposición a su esposo, pues Abraham consideró esta decisión como “grave en gran manera” (Gén.21:11). Abraham cede porque Dios así se lo pide y le augura un buen futuro para Ismael (Gén.21:12ss.). La inclusión de Miriam junto a Moisés y Aarón como guías de Israel (Miq.6:4) es demasiado vaga para extraer la idea de que compartió el liderazgo al mismo nivel que sus hermanos. ¿Cómo se explica que en el Pentateuco Dios siempre se dirige a Moisés para que éste hablara a Aarón y al pueblo? (Ex.25:1ss.; 34:1ss.; Lev.1:1-2; 6:8-9; Núm.1:1ss.; 2:1; Deut.6:1ss.). Además, cuando Miriam y Aarón murmuraron contra Moisés, Dios estableció claramente la primacía del liderazgo de Moisés (Núm.12:1-15).


Una mujer bien prominente fue Débora, quien juzgó a Israel en el periodo de los jueces. Sin lugar a dudas, esta mujer tenía carácter y liderazgo para poder desempeñar esta función en momento tan difícil. No obstante, su posición debe verse como un vacío de autoridad masculina en un tiempo cuando “cuando no había rey en Israel, cada uno hacía lo que bien le parecía” (Jue.17:6; 18:1; 19:1; 21:25). La falta de un rey - no de una reina -, es decir, de un liderazgo masculino eficaz, fue lo que produjo el caos en el periodo de los jueces. Incluso Débora tuvo que recordarle a Barac “¿No te ha mandado Jehová Dios de Israel…” para que libres al pueblo de la esclavitud cananea? (Jue.4:6). Esto explica por qué el autor de la carta a los hebreos sólo menciona a Barac entre los héroes de la fe (Heb.11:32).


Otra mujer prominente es la mujer virtuosa, una persona con dotes empresariales y dirigenciales (Prov.31:12-22). Sin embargo, ella cuenta con un “marido (que) es conocido en las puertas, cuando se sienta con los ancianos” (31:23). Era uno de los ancianos, se encontraba entre los líderes principales del pueblo.


Estos ejemplos ilustran cuan valiosas son las mujeres en la obra de Dios y que en circunstancias especiales Dios les permite ejercer ministerios sobresalientes, pero no se pueden extraer supuestas igualdades de roles entre el hombre y la mujer; hacerlo es ir más allá de lo que el texto bíblico dice.


5.1.3 Jesús y la mujer


Jesús llegó a un mundo de hombres, en el que la mujer era marginada en todos los órdenes. La mujer quedaba excluida de todo tipo de participación pública. Esto explica por qué los discípulos “se maravillaran de que hablaba con una mujer” (Jn.4:27) cuando encontraron al Señor a solas con la mujer samaritana. El judaísmo de los tiempos del Señor consideraba a la mujer casi igual que un esclavo y que un pagano, y los rabinos decían que enseñar la ley a una mujer, era exponerla al libertinaje. El trato del Señor a las mujeres con quienes compartió fue verdaderamente revolucionario, un escándalo público:


* Sanó a múltiples mujeres a pesar de la oposición de algunos y de las regulaciones de pureza legal (Luc.13:10-17; Mr.5:25-34; Mt.15:21-28).


* Anduvo con mujeres de moral laxa y perdonó a las que buscaron el perdón sin importar el lugar y la murmuración de los demás (Mt.21:31-32; Luc.7:36-50).


* Instruyó a varias mujeres con enseñanzas reveladoras (Luc.10:38-42; 11:27-28; Jn.4:20-26).


* Recibió el apoyo y sostén económico de un grupo de destacadas mujeres (Luc.8:1-3). Incluso varias de ellas compraron especias costosas para ungirle en su muerte (Mr.14:3-9; 16:1).


* Se apareció por primera vez, después de resucitado, a María Magdalena (Jn.20:11-18).


Queda claro que el Señor trató a la mujer de acuerdo a la intención original de Dios, en donde varón y hembra disfrutan de una igualdad esencial en función de ser creados a imagen de Dios. Sin embargo, es significativo el hecho de que el Señor para los fines de su ministerio sólo escogió doce hombres como sus apóstoles, sin que esto conllevara una discriminación contra la mujer, sino una diferencia de funciones. Si aplicamos los criterios del hombre y de la mujer de hoy, se hablaría de una humillación y una marginación de la mujer, ¿por qué no podía ser una mujer uno de los apóstoles del Señor? Aplicar tal lógica olvida que el Señor trastorna los criterios de valor de los no creyentes:


* El postrero será primero, por eso, la queja de los jornaleros que trabajaron el día completo (Mt.20:1-16).


* El que sirve es el mayor; algo totalmente inadmisible aun entre cristianos (Mr.10:42-45)


* Hay que volverse como niños para entrar en el reino de Dios (Mt.18:1-5).


* “Más bienaventurado es dar que recibir” (Hch.20:35).


* “El que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará” (Mr.8:38).


En última instancia, el criterio que determina la importancia de un ministerio es la aprobación divina. De ahí que “..los miembros del cuerpo que parecen más débiles, son los más necesarios” (1 Cor.12:22). Esto se debe a que “Dios ordenó el cuerpo, dando más abundante honor al que le faltaba, para que no haya desavenencia en el cuerpo” (1 Cor.12:24-25). En otras palabras, todos no podemos tener las mismas funciones. Además, “ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento” (1 Cor.3:7).



5.1.4 Instrucciones del NuevoTestamento sobre el ministerio de la mujer


La enseñanza uniforme del N.T. sobre la mujer cristiana indica que ella debe desempeñar sus roles bajo la guía del hombre, tanto en el hogar como en la iglesia. Ninguna otra esfera de acción – académica, laboral, etc. – queda encerrada en este principio de orden de funcionamiento.


En la vida del hogar, la Biblia concede al hombre el lugar de liderazgo. Se presenta este principio por medio de la figura de la cabeza, “porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia” (Ef.5:23). El término cabeza tiene el sentido de autoridad, no de fuente u origen. Este significado se ve en el contexto de la carta a los efesios. El siguiente verso explica qué se entiende por cabeza: “Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén sujetas a sus maridos en todo” (Ef.5:24). De igual modo, cuando Dios “sometió todas las cosas bajos sus pies (de Cristo)”, es porque, también, “lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia” (Ef.1:22). La relación cabeza/cuerpo es de autoridad/sujeción. Por ello, el texto de Efesios parte del principio general: “Someteos unos a otros en el temor del Señor” (Ef.5:21).


Es importante observar que los verbos “estar sujetos” o “someter” podrían llevar a algunos a pensar en una dominación o subyugación masculina, en la que la mujer se ve impedida de cualquier opinión e iniciativa. Sin embargo, la Palabra de Dios establece controles para favorecer la manera en que la mujer reconoce el liderazgo de su esposo. En primer lugar, por ser una decisión que va en contra de los deseos naturales de una persona - ¿por qué tengo que someterme y sacrificar mi libertad en Cristo, dirá la mujer? -, la sujeción es asumida por una mujer y un hombre que están llenos del Espíritu Santo, “...antes bien sed llenos del Espíritu” (Ef.5:18). La sumisión es una consecuencia de estar llenos del Espíritu. En segundo lugar, la mujer cumplirá con esta norma “como conviene en el Señor” (Col.3:18; Ef. 5:22). Parece como si la Palabra le dijera a la mujer “Hazlo para complacer al Señor”, “Con la sujeción estás obedeciendo al Señor”.


En tercer lugar, el mandamiento va dirigido a la mujer, no se da como un derecho del hombre. El esposo no está llamado a exigirle a su esposa “Sométete, pues aquí yo soy la cabeza”. En cuarto lugar, para equilibrar la relación entre los sexos, Dios les demanda a los esposos: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella” y agrega “los maridos deben amar a sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer a sí mismo se ama” (Ef.5:25, 28). Bien hará un esposo, que se encuentre molesto por la supuesta insubordinación de su esposa, revisar si ya él se encuentra lleno del Espíritu, y ama a su compañera con la intensidad del amor propio y del amor sacrificial del Señor.


En los ministerios de la iglesia, el principio de la autoridad regula la participación de la mujer en dos niveles: cubrirse en el culto y no ocupar la posición de pastor o anciano.


En 1 Corintios 11:2-16 se establecen 6 principios sobre los cuales se fundamenta que la mujer debe cubrirse en el culto cuanto la congregación está reunida, por el principio bíblico de autoridad que la misma Palabra establece:


* El orden jerárquico: Dios- Cristo- hombre- mujer (v.3).


* La mujer gloria del varón (v.7). Ir descubierta es deshonrar al hombre.


* El ejemplo de la creación: el hombre fue creado primero (vv.8, 9 y 12). Aunque Génesis describe en su primer capítulo la creación de ambos, Pablo apela al orden de prioridad de la creación según el relato de Génesis 2.


* Por causa de los ángeles (v.10).


* La propia naturaleza muestra que el pelo largo en la mujer es una indicación de honra y velo natural (v.14).


* El principio era practicado en todas las iglesias, y no sólo en Corinto (v.16).


No se pueden negar algunas dificultades hermenéuticas en este pasaje: ¿La mujer sólo debe cubrirse cuando “ora o profetiza”?, ¿por qué se vale Pablo de un ejemplo de la naturaleza?, ¿es sólo una “costumbre”? Aunque las respuestas a estas preguntas pueden ser variadas, y tal vez insolubles, el principio de la autoridad resalta por partir de la relación teológica Dios – Cristo – Hombre – Mujer, lo cual no se limita a condicionantes culturales y temporales. Por esto, una forma de expresar esta relación de sujeción al liderazgo masculino y de reverencia en el culto es que la mujer se cubra. De todas maneras, “si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre” (v.16) ni creemos que sea una ofensa a Dios practicar este mandato.


Al igual que el ejemplo del Señor, quien escogió a hombres para ser los líderes (apóstoles) de la iglesia naciente, el liderazgo de la iglesia descansa en ancianos o pastores, por lo que, la mujer no debe practicar actividades que violen la señal de autoridad que Dios ha establecido en su congregación. (1Cor. 14:34-38 y 1 Tim. 2:11-12).


Se sale del alcance de estos apuntes entrar ampliamente en el debate entre igualitarios –quienes han querido desvirtuar el significado de cabeza como autoridad y ejercer dominio como si significara usurpar - y complementarios –quienes extraen unas conclusiones del Génesis más allá de la intención del texto bíblico. Tanto unos como otros por defender sus posiciones se han ido a los extremos y han extraído conclusiones muy ajenas al texto bíblico. Nos apoyaremos en las siguientes puntualizaciones:


* La distinción de los roles entre el hombre y la mujer en la iglesia y el hogar parte de bases teológicas que sustentan un orden funcional. Pablo se apoya en la relación entre Dios y Cristo (1 Cor.11:3) y en la prioridad creativa del hombre y la caída por engaño de Eva antes que Adán pecara (1 Tim.2:13-14). Pablo escribe a Timoteo “para que…sepas cómo conducirte en la casa de Dios” (1 Tim.3:14-15).


* Instituciones del A. T. descansaban sobre bases teológicas, pero al tener que ver con principios de orden y organización, se aplicaron ajustes a nuevas realidades culturales del pueblo, sin que ello implicara una violación flagrante a lo establecido por Dios. Por ejemplo, el sábado, que aparece entre los diez mandamientos, descansa en el principio teológico “porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el sábado y lo santificó” (Ex.20:11). De ahí que el Señor al ser juzgado por los fariseos cuando los discípulos arrancaron espigas el sábado, apeló a dos analogías que interpretaron el espíritu de la ley, no la letra: la supervivencia del hombre y el servicio a Dios están por encima de una observancia (Mt.12:1-8; Mr.2:23-28). En otras palabras, el Señor apeló a la misericordia, no al sacrificio (Mt.12:7).


* Pablo reconoció que se podían presentar nuevas situaciones a la iglesia, en las que no había mandato expreso del Señor, por lo que se debía tomar la decisión apropiada por medio de principios (1 Cor.7:12-16, 25-28). Es verdad que con relación a los roles del hombre y de la mujer la Biblia sí tiene mandamientos expresos a la condición de la mujer de ese tiempo, pero la realidad de la situación laboral, educativa y social de la mujer de hoy es muy distinta a la de los tiempos del N.T. Esto no se puede pasar por alto a la ligera. Con esto no sugerimos echar los principios por la borda, pero sí entender la aplicación de los principios a la realidad nuestra.


* Sí, afirmamos la diferencia de roles entre el hombre (papel de liderazgo) y la mujer (papel de sumisión), pero no creemos que sea un absoluto como la divinidad de Cristo y otras doctrinas fundamentales, pues se presentan situaciones en las que la mujer cuenta con mayores calificaciones que el hombre. ¿Qué hacer con congregaciones donde predominan mujeres preparadas y escasos hombres, muchos con poca formación? No son pocos los casos donde la esposa cristiana aventaja a su cónyuge en preparación y solvencia. Para tales casos, nuestra humilde opinión es que la mujer actúe con sabiduría y humildad sin pretender imponer su preparación, dejando al hombre que tome la decisión final. Puede obrar como Priscila, a quien todos los intérpretes consideran de mayor iniciativa que Aquila, al ir con su compañero a corregir a Apolos (Hech.18:24-26). En el caso de la iglesia, la mujer tendrá tales responsabilidades hasta tanto surja un liderazgo masculino que asuma la dirección de la iglesia.


* El mandato al silencio de la mujer debe verse en un contexto de la congregación oficial y plenamente reunida. Pablo distingue una reunión ocasional de otra oficial de la iglesia: “cuando os reunís como iglesia” (1 Cor.11:18). Por ello, tal restricción se aplica en el orden de la iglesia oficial en asuntos de doctrina. No constituye una violación de esta norma el que una mujer enseñe la Biblia en congresos, Escuela Dominical, campamentos, etc., ni cuando hace uso de su especialidad profesional: doctoras, abogadas, finanzas, etc. Dichosas las congregaciones y pastores que pueden contar con la ayuda de tales mujeres.


* La declaración categórica y revolucionaria de Pablo de que “no hay hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gál.3:28), no indica una igualdad de roles, sino de posición y beneficios como hijos de Dios, tal como el contexto inmediato explica (vv.26, 27 y 29).



* Las normas sobre los roles de los sexos deben matizarse en cada contexto sin desvirtuar la enseñanza de la palabra de Dios. En 1 Timoteo 2 y Tito 2, se presenta el rol de la mujer únicamente desde su función maternal y hogareña. Pedro insta a las mujeres cristianas a imitar el ejemplo de Sara, quien llamaba Señor a su esposo Abraham (1 Ped.3:6). ¿Se deben aplicar al pie de la letra estas normas en nuestro contexto? ¿Se les debe prohibir a las hermanas que se preparen en lo académico y crezcan en lo profesional? ¿Deben las esposas cristianas llamar Señor a sus maridos? ¿El único papel de la mujer, según el contexto de 1 Tim. 2, es el de que “se salvará engendrando hijos, si permanece en fe, amor y santificación, con modestia.” (v.15)? La respuesta a estas preguntas sirven de reflexión para entender la aplicación de principios bíblicos en realidades diferentes.


Este último versículo no significa que la maternidad sea un medio de salvación. Primero, porque daría pie a la salvación por obras, no por fe en la persona y la obra de Cristo. Segundo, millones de madres inconversas tendrían derecho a la salvación por haber tenido hijos. Tercero, miles de mujeres cristianas o no, por razones de esterilidad o de soltería, quedarían excluidas de la salvación. Se han dado varias interpretaciones a este texto, pero, sin ánimo de ser dogmáticos, creemos que “salvar” se refiere a “librarse de ser engañada por Satanás y los falsos maestros” si mantiene su rol dentro de la esfera del hogar. Esta interpretación se respalda por el contexto inmediato, la exhortación de Pablo a Timoteo “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto te salvarás a ti mismo y a los que te escuchen” (1 Tim.4:16) y la infiltración de los falsos maestros en las casas de los creyentes de aquel entonces (1 Tim.5:13-15; 2 Tim.3:6).


* En conclusión, la palabra de Dios distingue los roles del varón y la mujer en la iglesia y en el hogar como principios de funcionamiento, pero la aplicación hoy deberá tomar en cuenta situaciones y contextos diferentes a la realidad de los primeros cristianos.



2. Las finanzas de la iglesia


El reino de Dios consiste en “justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rom.14:17), pero el pueblo de Dios aún está en la carne y necesita de cosas materiales para desenvolverse en este mundo. La iglesia tiene que recoger ofrendas “para los pobres que hay entre los santos” (Rom.15:26; 1 Cor.16:1) y para los siervos de Dios a tiempo completo, pues “el Señor ordenó que los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio” (1 Cor.9:14). La única manera de que puedan hacerlo es si la iglesia contribuye al sostenimiento de estos hermanos.



5.2.1 Principios fundamentales del ofrendar


En el contexto de un colecta para los santos pobres de Jerusalén (Rom.15:26), el apóstol Pablo desarrolló los únicos principios del Nuevo Testamento sobre las ofrendas de la iglesia (1 Cor.16:1-4; 2 Cor.8 y 9). Si bien esta ofrenda nació de una situación circunstancial, su aplicación tiene validez hoy. Esta no fue la única ocasión en que Pablo recolectó ofrendas para suplir las necesidades de los santos (Hch.11:28-30; Gál.2:10; 1 Tim.5:16). Los principios fundamentales que deben motivar al creyente a ofrendar son los siguientes:


* Ofrendar es un acto que nace de la gracia de Dios (2 Cor.8:14). Pablo se refiere “a la gracia dada a las iglesias de Macedonia” (2 Cor.8:1), que implicaba que a pesar de las persecuciones por las que estaban pasando y a pesar de “su profunda pobreza, se desbordaron en la riqueza de su generosidad... dieron según su capacidad, y aun por encima de su capacidad” (2 Cor.8:2-3, Biblia Textual, El Nuevo Testamento). “Esta gracia” (v.8) es otra forma de decir que todo lo que tenemos pertenece a Dios, y que ofrendamos de lo que El nos da, “pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos” (1 Crón.29:14). La gracia de Dios actúa en el creyente para dar porque “Dios es el que produce en vosotros (los cristianos) el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Fil.2:13). Nadie debe gloriarse por ofrendar en abundancia, sólo la gracia de Dios hace posible esta generosidad.


* Ofrendar es una decisión de la voluntad personal. Como tantas otras paradojas de la vida cristiana, la gracia de Dios se une a la voluntad del hombre o de la mujer. No basta con tener buenos deseos de ofrendar, también es necesario “cumplir conforme con lo que” se tiene “Porque si primero hay la voluntad dispuesta, será acepta según lo que uno tiene, no según lo que no tiene.” (2 Cor.8:11-12). Por ello, la ofrenda es un asunto personal: “cada uno de vosotros ponga aparte algo”, “cada uno de vosotros dé como propuso en su corazón” (1 Cor.16:2; 2 Cor.9:7). Nadie puede ofrendar por otro. Esta naturaleza voluntaria de la ofrenda es una prueba fehaciente de que un creyente debe cuidarse de ser manipulado para ofrendar; puede ser motivado, pero no controlado, como escribe Pablo a los corintios: “No hablo como quien manda, sino para poner a prueba…la sinceridad de vuestro amor” (2 Cor.8:8). Sin embargo, por razones de su membresía, es un deber de cada cristiano ofrendar regularmente.


* Ofrendar imita el ejemplo supremo de entrega: la humillación de Cristo por amor a su pueblo: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Cor.8:9). La apelación del apóstol Pablo es “Imiten el ejemplo de entrega del Señor, él lo hizo por ustedes”.


* Ofrendar es un acto de adoración a Dios que promueve Su gloria y acciones de gracias en el creyente. Los hermanos de Macedonia “se dieron primeramente al Señor” (2 Cor.8:5) y entendieron que era un “privilegio participar en este servicio para los santos” (2 Cor.8:4). Cuando Pablo recibió una vez más una ofrenda de los hermanos de Filipos, dijo que ellos habían enviado “olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios” (Fil.4:18), y el autor a los hebreos exhorta a “hacer bien” y a no olvidarse “de la ayuda mutua, porque de tales sacrificios se agrada Dios” (Heb.13:16). Los beneficiarios de las ofrendas, al ver la generosidad de sus hermanos, abundan “en muchas acciones de gracias; pues por la experiencia de esta ministración glorifican a Dios por la obediencia” que los dadores profesan al evangelio de Cristo (2 Cor.9:12-13).


* Ofrendar es una muestra de la comunión cristiana que contribuye a la unidad del pueblo de Dios. La colecta para los santos pobres de Jerusalén fue una decisión que Pablo tomó no sólo porque se contribuía para suplir las necesidades de estos hermanos, sino también porque era una forma de destacar la unidad entre judíos y gentiles “porque si los gentiles han sido hechos participantes de sus bienes espirituales, deben también ellos ministrarles de los materiales.” (Rom.15:27). Estos humildes hermanos sólo podían “pagar” lo recibido “en la oración de ellos por vosotros, a quienes aman a causa de la superabundante gracia de Dios en vosotros” (2 Cor.8:14). Quienes ofrendan para las necesidades de los santos también muestran “la prueba de vuestro amor” (2 Cor.8:24), su desprendimiento revela una fe genuina (Sant.2:14-26) y un amor “no de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1 Jn.3:17-18), evidencia de que “mora el amor de Dios en él” (1 Jn.3:16).


* Ofrendar es una muestra de obediencia al evangelio que creemos y predicamos (2 Cor. 9:13). Los hermanos de Judea glorificaron a Dios al ver cómo sus hermanos gentiles obedecían al evangelio.


* Ofrendar debe hacerse en el contexto de la iglesia local. Pablo recogió una ofrenda para los hermanos de Jerusalén, pero cada creyente ofrendaba en su respectiva iglesia “para que lleven vuestro donativo” (1 Cor.16:3). Hay un compromiso con Dios en la iglesia a la que se pertenece. Esto no descarta las ayudas voluntarias personales y a otras causas ajenas a la congregación, pero solo se harán cuando se haya cumplido con la responsabilidad en su congregación local.



5.2.2 Directrices sobre cómo ofrendar


Cada cristiano debe ofrendar con regularidad: “Cada primer día de la semana” (1 Cor.16:2). Por ser el día en que la iglesia se reunía para el partimiento del pan (Hech.20:7), Pablo entiende que es el tiempo más apropiado, el momento de adoración. No exige que se cumpla literalmente todas las semanas, pues en muchas sociedades, como la nuestra, los sueldos fijos se pagan mensualmente. Sin embargo, el principio es hacerlo periódicamente, no cuando se le ocurra a la persona.


El ofrendar se debe hacer con planificación: “cada uno de vosotros ponga aparte algo” (1 Cor.16:2). No es una decisión sin criterio, ni algo improvisado de último minuto cuando se esté recogiendo la ofrenda en la iglesia. Guardar la ofrenda significa que se meditó previamente en lo que se le iba a dar al Señor.


La ofrenda debe ser en proporción a los ingresos que se hayan conseguido: “según haya prosperado”(1 Cor.16:2). No se dice la proporción, pues es un asunto personal. También se debe tomar en cuenta la prosperidad espiritual: “como en todo abundáis, en fe, en palabra, en ciencia, en toda solicitud, y en vuestro amor para con nosotros, abundad también en esta gracia” (2 Cor.8:7). Proporción no equivale a cantidad, pues la viuda “de su pobreza echó todo el sustento que tenía”, mientras los ricos “echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobraba” (Luc.21:1-4)


El apóstol Pablo emplea en 2 Cor.8 y 9 varias expresiones que resaltan que se debe dar con generosidad (Rom.12:13; 2 Cor.9:5-6, 8 y 11). Una muestra de sus frases bastan para indicarlo: “la abundancia vuestra” (8:14) “vuestra generosidad” (9:5), “el que siembra generosamente, generosamente también segará” (9:6); “para que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad” (9:11).


La ofrenda es un sacrificio a Dios (Fil.4:18) y cuesta darla; por ello, al ofrendar el creyente debe hacerlo con alegría voluntaria, no con pesar ni por obligación (8:7). Está presentando a Dios un acto de agradecimiento, no viene porque otros dan, o porque se siente avergonzado de su mezquindad… Da alegremente su ofrenda.


Las ofrendas son concretas, no un vale o compromiso futuro. Se debe dar de acuerdo a lo que se tiene (8:12): no prometer si no se cuenta con el dinero a mano.


5.2.3 Las motivaciones para ofrendar

Nunca las Escrituras prometen al cristiano librarlo de sus deudas ni de ofrecerle una prosperidad material en este vida. Un rápido vistazo por el N.T. pinta el cuadro de unas iglesias con muchos hermanos pobres: “los discípulos…determinaron enviar socorro a los hermanos que habitaban en Judea” (Hech.11:29), “Hermanos, consideren su propio llamamiento: No muchos de ustedes son sabios, según criterios meramente humanos; ni son muchos los poderosos ni muchos los nobles de cuna” (1 Cor.1:26, Nueva Versión Internacional), “Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?” (Sant.2:5).


Es verdad que Dios por su gracia, en múltiples ocasiones, “proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia” (2 Cor.9:10). Dios motiva a los creyentes para que den con alegría y generosidad, pues “El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará” (2 Cor.9:6), pues “Dios ama al dador alegre” (9:7). Sin embargo, este último texto jamás será una supuesta ley de siembra, sino una promesa de motivación por parte del Señor. Dios no es una financiera ni está obligado a darnos algo a cambio de nuestras ofrendas, pues “De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan” (Sal.24:1). Su promesa de bendición no exige necesariamente bendiciones materiales en el aquí y ahora, pues también incluye “los frutos de vuestra justicia”.



5.2.4 El uso de las ofrendas


Se pueden enumerar los distintos usos que la iglesia primitiva daba a las ofrendas que recolectaba:



* Las necesidades de los santos: hermanos de humilde condición (Rom.15:25-28) y viudas (Hech.6:1ss; 1 Tim.5:4-10). El caso de las viudas encierra una situación social y jurídica propia de la época bíblica, diferente a la nuestra. La mujer estaba bajo la sujeción jurídica y administrativa de su esposo – o de su padre o hermanos si era soltera -, de modo que las viudas quedaban desamparadas legalmente si no contaban con hijos que las sostuvieran. Hoy, por los cambios en la situación laboral, muchas viudas son autosuficientes. Sin embargo, en el caso de “las viudas que en verdad lo son” (1 Tim.5:3) deben ser ayudadas por la iglesia si cumplen con los requisitos indicados por el apóstol Pablo (1 Tim.5:3-11).


* La ayuda a los pastores dedicados al trabajo de la iglesia y a la predicación (1 Tim. 5:17-18). El “doble honor” parece referirse al respeto a su persona y a la remuneración económica por el sacrificio que representa el trabajo pastoral para su vida económica.


* El sostenimiento de los misioneros dedicados a tiempo completo (1 Cor.9:4-14): (Fil.4:10-20), “Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio” (v.14). Pertinente es la advertencia: “Ten cuidado de no desamparar al levita en todos tus días sobre la tierra” (Deut.12:19). Dios pide al misionero que espere confiado en la provisión divina, pero demanda al pueblo de Dios que ofrende regularmente para satisfacer las necesidades de sus siervos; la fe es la actitud del hombre de Dios; en cambio, el dar es la obligación de cada cristiano.


* El apoyo de la obra misionera “al principio de la predicación del evangelio… ninguna iglesia participó conmigo en razón de dar y recibir, sino vosotros solos” (Fil.4:15); “vuestra participación en el evangelio” (Fil.1:5, Biblia de las Américas) o “han participado en el evangelio desde el primer día hasta ahora” (Nueva Versión Internacional). Para extender el evangelio, los misioneros necesitan de recursos. Los filipenses sirven de ejemplo para cualquier iglesia: contribuyeron para las necesidades personales de Pablo y para los gastos de la obra evangelística.


* Los gastos de las reuniones de la iglesia o mantenimiento del local: los cristianos primitivos se reunían en las casas de los hermanos (Rom.16:5; Col.4:15; Film.2). Se desconoce si los hermanos dueños de la casa asumían los gastos de las reuniones, aunque en el ágape parece que cada uno de los hermanos contribuía para la comida (1 Cor.11:20-21). Aunque los locales para reuniones de la iglesia surgieron después de la era apostólica, se puede sacar el principio del mantenimiento del local en la declaración de Dios respecto a los gastos del tabernáculo: “Manda a los hijos de Israel que te traigan para el alumbrado aceite puro de olivas machacadas” (Lev.24:1) Los israelitas entregaban ofrendas para el mantenimiento del servicio del tabernáculo (Ex.30:16; Núm.7:5). Este pago era un impuesto que ilustra el compromiso que tenía el pueblo de Dios para el mantenimiento del tabernáculo; en cambio, el cristiano con sus ofrendas voluntarias deben velar por los gastos de su iglesia.


5.2.5 El manejo de las ofrendas


Las ofrendas deben ser recolectadas y administradas por varias personas (Hech.6:3-6; 1 Cor.16:3-4; 2 Cor.8:16-24). Nunca las ofrendas de la iglesia estarán en las manos de una sola persona, por muy buena intencionada y preparada que sea ésta. Pablo agregó la posibilidad de él mismo acompañar a la delegación de Corinto: “Y si fuere propio que yo también vaya irán conmigo” (1 Cor.16:4).


Las ofrendas deben ser recolectadas y administradas por cristianos de alta reputación humana y espiritual en la asamblea. Estos creyentes exhibían unas credenciales espirituales de integridad, manejo pulcro y administración de los fondos. Una excelente descripción del tipo de personas que se hizo cargo de la ofrenda enviada a Jerusalén se encuentra en 2 Cor.8:16-24. De igual manera, estas personas deben ser designadas oficialmente por la iglesia: “a quienes hubiereis designado por carta, a estos enviaré para que lleven vuestro donativo” (1Cor.16:3); “…fue designado por las iglesias como compañero de nuestra peregrinación”; (2 Cor.8:19)


Las ofrendas del tabernáculo y del templo eran rigurosamente contabilizadas y registradas (Ej. Núm.7). La iglesia debe someterse a “las autoridades superiores, porque no hay autoridad sino de parte de Dios” (Rom.13:1). Como institución reconocida por el Estado, la iglesia debe presentar sus cuentas claras. En otras palabras, debe haber constancia escrita de la contabilidad y un informe de las ofrendas para dar buen testimonio ante Dios y los hombres: “evitando que nadie nos censure en cuanto a esta ofrenda abundante que administramos, procurando hacer las cosas honradamente, no sólo delante del Señor, sino también de los hombres” (2 Cor.8:20-21). Ningún cristiano debe sentirse molesto porque al recibir dinero de las ofrendas se le pida su firma y cédula en un comprobante o cheque.


5.2.6 El diezmo


El A.T. provee valiosas lecciones sobre el ofrendar a partir de los diezmos que el pueblo de Israel entregaba a Dios. Sirven para recordarnos que nuestras posesiones son de Dios, que debemos velar por las necesidades de los santos, que debemos tener una conciencia de ofrendar consistentemente, en fin, que la mezquindad es como si le robáramos a Dios.


Sin embargo, se pueden aportar varias razones que indican que el diezmo no es una norma legal para el cristiano, aunque sirve de punto de referencia para ofrendar en la iglesia de hoy.


Su carácter de ley obligaba a su cumplimiento. El pueblo de Israel entra en una relación Estado religioso con Dios por medio del pacto. Por eso, cuando el pueblo le pide a Samuel que le busque un rey semejante al de las naciones, Dios advierte al profeta: “Oye la voz del pueblo en todo lo que digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado para que no reine sobre ellos” (1 Sam.8:7). Dios reafirma que su relación con el pueblo es la de un rey con sus súbditos, quienes le deben traer tributos. El libro de Deuteronomio según los especialistas es una forma de tratado entre un Señor superior y unos subordinados. Se estipulan las bases del tratado. El Superior se compromete a ayudarles a cambio de lealtad. Esto confirma que el diezmo era un impuesto que se pagaba al Estado. En el caso de Israel, al sentido del tributo, se añadía su carácter religioso por ser Dios su “gobernante o rey”. El pueblo de Dios se encuentra diseminado por el mundo entero y bajo obligaciones con sus respectivos estados, a los cuales debe pagar los impuestos exigidos por la ley (Mt. 22:21; Rom.13:6-7)


Los demás pueblos contemporáneos a Israel practicaban, incluso antes que Israel, el diezmo junto a otras ofrendas: los egipcios, los babilonios, los cananeos, etc. Dios legisla en función de lo que Israel conocía en su entorno. Por ejemplo, el decálogo, las leyes civiles y las ordenanzas sobre los sacrificios hallan paralelos con los códigos sumerios, acádicos, babilonios, asirios, los sacrificios ugaríticos, etc. En no pocas ocasiones, sin embargo, Dios contrapone sus normas más elevadas a las de estos pueblos. El diezmo debe verse en ese contexto del Cercano Oriente.



No había un único diezmo, sino tres. Es legítimo preguntar: ¿Por qué no se les pide a los miembros de las iglesias que paguen los otros dos? El israelita pagaba por obligación legislativa estos tres diezmos. En primer lugar, se pagaba un diezmo para el sostenimiento de los levitas (Núm.18:21-28). Se da la razón siguiente: “Y he aquí yo he dado a los hijos de Leví todos los diezmos en Israel por heredad, por su ministerio, por cuanto ellos sirven en el ministerio del tabernáculo de reunión” (v.21). Porque ese era su trabajo, a tiempo completo, el pueblo “no debía desamparar al levita”. En la iglesia hay obreros a tiempo completo, pero nunca se les manda a los cristianos que den diezmos para el sostenimiento de estos hombres y mujeres de Dios.


Se pretende que los diezmos son para el pastor. Aparte de que el liderazgo de la iglesia no descansa en una sola persona (ver 4.2.4), la equivalencia con los levitas es irreal. Primero, se distinguía entre los sacerdotes y los levitas. A los primeros les correspondían las ofrendas (Lev.7:8-10, 31-36); a los segundos, los diezmos (Núm.18:19-24). ¿Son las ofrendas también sólo para el pastor? Segundo, ¿son los levitas los pastores de hoy? ¿Y los sacerdotes? Sin duda, el obrero es digno de su salario y “los que trabajan en las cosas sagradas, comen del templo, y … los que sirven al altar, del altar participan” (1 Cor.9:13); pero la práctica ha mostrado el peligro a que se expone una asamblea al entregar tales sumas de dinero a una sola persona.


El segundo de los diezmos servía para que la persona lo consumiera en una fiesta en el santuario de Dios junto a familiares, amigos y levitas: (Deut.12:6, 11, 12 y 17). Este carácter festivo llevaba a la persona a alegrarse “delante de Jehová vuestro Dios” junto con todos los presentes. Que sepamos nunca ningún cristiano ha consumido sus diezmos en una fiesta!


El pueblo de Israel pagaba un tercer diezmo cada tres años que ayudaba económicamente “al levita, al extranjero, al huérfano y a la viuda” (Deut.26:13). Era el diezmo para los pobres y menesterosos de la tierra.


Otra razón fundamental que muestra que los diezmos no constituyen una exigencia legal para la iglesia es que ningún pasaje del Nuevo Testamento manda a los cristianos a diezmar. ¿Cómo se explica que una supuesta ley tan importante para el manejo de recursos no aparezca ni siquiera en un versículo del N.T.? Es parecido a la prescripción sobre la observancia del sábado. ¿Por qué las iglesias que cobran diezmos no guardan el sábado, con excepción de los adventistas? La respuesta es obvia: Porque ningún texto del Nuevo Testamento manda a hacerlo. ¿Y el diezmo? En cambio, vez tras vez, la enseñanza general y uniforme del N.T. sobre el dar destaca la naturaleza voluntaria de las ofrendas del creyente, a quien se le dice “De gracia recibisteis. Dad de gracia” (Mt.10:8).


Además, los ejemplos del A.T. sobre el diezmo ayudan al cristiano sobre principios sobre el ofrendar, “Estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros…” (1 Cor.10:6), no como normas permanentes para entregar el diezmo. Los casos de Abram (Gén.14:17-20) y Jacob (Gén28:20-22) fueron decisiones personales, porque así ellos quisieron, conforme a las normas de los pueblos de ese entonces, no como una revelación divina anterior no expresada. Abram incluso dio el diezmo del botín de la guerra, no de todos sus bienes. Su ejemplo se menciona en el N.T. (Hebr.7:1-10) para demostrar la superioridad del sacerdocio del Señor sobre el sistema levítico, no para ordenar a los cristianos a que diezmen igual que su padre espiritual. En cambio, Jacob, hizo un voto (promesa) todavía en unas circunstancias no muy espirituales: “Te daré el diezmo si me bendices y proteges”. Si el diezmo es para la iglesia, ¿debe un cristiano darlo sólo si Dios lo bendice y protege?


Es muy delicado decir que los cristianos le roban a Dios si no “traen los diezmos al alfolí” (Mal.3:10). Este maldición (v.9) está dirigida a “los hijos de Jacob” (v.6) porque estaban violando las leyes de Dios respecto al pacto (v.7). ¡Claro! Este pasaje debe llevar a todo creyente a autoevaluarse si está ofrendando con mezquindad al Señor; pero el cristiano no está bajo maldición ni Dios le somete a la ley del diezmo.


Sin embargo, cada creyente debe cuidarse de no esconder su mezquindad detrás del velo de la espontaneidad o del mandato del Señor de que “no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha” (Mt.6:3). Este último versículo se refiere a la limosna, no a las ofrendas. El asumir que la ofrenda es una decisión personal ha llevado a muchos cristianos a dar de lo que les sobra. Se manda a que “Cada uno dé como propuso en su corazón…” (2 Cor.9:7). Una proporción legítima puede ser a partir del diez por ciento. No es una ley, pero es un punto de referencia y partida. Es lo recomendable que un hermano o una hermana empiece a dar el diezmo (o más) al Señor, como una decisión personal que surge como “una muestra de generosidad, …no de exigencia nuestra” (2 Cor.9:5).


3. La relación entre iglesias


Las iglesias del N.T. mantenían unas relaciones armónicas propias de la comunión y “la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Ef.4:3). Esta fraternidad nacía del hecho de que estaban seguras de haber sido llamadas por Dios “a la comunión con su hijo Jesucristo” (1 Cor.1:9). Habían recibido el mensaje del evangelio para tener comunión unos con otros, “con el Padre y su Hijo Jesucristo” (1 Jn.1:3). Esa comunión comprendía “un cuerpo, y un Espíritu, … una misma esperanza…, un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos” (Ef.4:4-6). Recordaban la oración sacerdotal del Señor cuando dijo en Getsemaní: “La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste” (Jn.17:22-23).


No había una institución ni un organismo superior que, en forma de concilio, dictaminara las decisiones de las respectivas iglesias. Con excepción de los apóstoles, ningún anciano tenía mayor autoridad que la que correspondía a la iglesia local a la que había sido “por el Espíritu Santo…puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él compró por su propia sangre” (Hech.20:28). El Señor era, es y será el dueño de la iglesia.


5.3.1 Tipos de intercambios entre las iglesias


Estas comunidades de creyentes compartían su fe dentro del compañerismo del evangelio, y lo hacían con una conciencia de pertenecer a una colectividad con identidad propia. Entre los tipos de relaciones que encontramos en el N.T. están:


* Cooperar con la enseñanza para el fortalecimiento de una obra nueva. Cuando la iglesia de Jerusalén supo de lo que Dios había hecho en Antioquia envió a Bernabé, no como una imposición, sino como una asistencia a estos nuevos creyentes. “Después fue Bernabé a Tarso para buscar a Saulo; y hallándole, le trajo a Antioquia. Y se congregaron allí todo un año, y enseñaron a mucha gente” (Hech.11:22-26). También los hermanos de Efeso animaron a Apolos para que fuese a Acaya (Corinto): “y escribieron a los discípulos que le recibiesen; y llegado allá, fue de gran provecho a los que por la gracia de Dios habían creído; porque con gran vehemencia refutaba públicamente a los judíos, demostrando por las Escrituras que Jesús era el Cristo” (Hch.18:27-28).


* Defender la doctrina de los falsos maestros (Hech.15:1ss). El llamado concilio de Jerusalén puso a prueba la unidad y la esencia del pueblo del Señor. La razón fundamental era discutir si los gentiles debían circuncidarse y guardar la ley para ser salvos. Pablo, Bernabé, otros hermanos de Antioquia y los judaizantes fueron recibidos “por los apóstoles, los ancianos y la iglesia de Jerusalén (v.4); pero en el momento de la discusión, sólo “se reunieron los apóstoles y los ancianos” (v.6).


* Enviar ayuda económica a iglesias de escasos recursos. Este fue el motivo de la ofrenda recolectada por Pablo “para los pobres que hay entre los santos que están en Jerusalén” (Rom.15:26). Además de las iglesias de Macedonia y Acaya, participaron las de Galacia (1 Cor.16:1) y Asia Menor (Hech.20:4). Un noble gesto de las iglesias gentiles para con sus hermanos judíos (Ver 5.2.1). Una iglesia podía ayudar a otra (Antioquia envió una ofrenda a los hermanos de Jerusalén por mano de Pablo y Bernabé, Hech.11:28-30). Pero en el caso de la colecta, como Pablo la llamó (1 Cor.16:1), destaca el hecho de que fue un proyecto colectivo de varias iglesias.


* Recibir miembros por razones de visitas ocasionales o traslado permanente. Las visitas a iglesias y traslados voluntarios, forzados o por servicio eran normales en la iglesia apostólica (Hech. 18:27; Rom.16:1-2; 1 Cor.4:17; 16:10-12; Col.4:10; 2 Tim.4:10, 12, 20). Un ejemplo de movilidad frecuente, aparte de los apóstoles y sus delegados por razones de su supervisión general de las iglesias (2 Cor.11:28), se dio en la vida de los esposos Priscila y Aquila: En Corinto (Hech.18:1-3); en Efeso en cuya casa se reunía una congregación (1Cor. (16:19); en Roma, con otra casa a la disposición de la iglesia (Rom.16:3-5), otra vez residiendo en Efeso (2 Tim.4:19).


* Rechazar a personas excomulgadas en otras congregaciones. En ocasiones, personas se desviaron del evangelio y, al dividir la iglesia, formaron sus propias iglesias (1 Tim.1:3-6, 19-29; 6:10; 1 Jn.2:19). Como las iglesias se reunían en las casas de los hermanos, la advertencia de “Si alguno viene a vosotros y no trae esta doctrina, no lo recibáis en casa ni le digáis: «¡Bienvenido!». Porque el que le dice “Bienvenido” participa de sus malas obras” (2 Jn. 10-11), va dirigida a la iglesia reunida en las casas de familias creyentes, no al cristiano particular.



5.3.2 El uso de cartas de recomendación


La iglesia de hoy se halla fragmentada en denominaciones, concilios, grupos, etc. Esta triste realidad ha provocado que creyentes disgustados con sus líderes, disciplinados por pecados y enfriados por falta de comunión busquen refugio y apoyo en otros lugares, en donde son recibidos sin que se les pregunten las razones de su traslado. Tal práctica va en contra de los principios escriturales, e incluso del mundo laboral, pues para conseguir un trabajo se requiere llevar cartas de referencia.


El N.T. describe los procedimientos de la iglesia primitiva cuando un miembro se trasladaba a otra asamblea o cuando se apartaba de la fraternidad con los hermanos. Bien hará la iglesia en seguir los principios aplicados por las iglesias del N.T.


Aunque se tomaba muy en cuenta el testimonio de un creyente espiritual al presentar a un nuevo miembro (Hech.9:26-27), la carta de recomendación parece ser el sistema común de visita y admisión de membresía en los días del apóstol Pablo (1 Cor. 16:3; 2 Cor.3:1-3). Este medio cumplía varios propósitos. Detrás de esa comunicación, los hermanos transmitían la idea de que se buscaba mantener la comunión entre todas las iglesias.


Escribiendo a los hermanos de Roma acerca de Febe, hermana de la iglesia de Cencrea (Acaya), Pablo agrega “Recibidla en el Señor, como es digno de los santos” (Rom.16:2). Además, con la carta se daba constancia escrita de que la persona era un verdadero creyente miembro activo de la iglesia, con plenos derechos a tomar la comunión en la otra asamblea: “Os recomiendo, además, a nuestra hermana Febe, diaconisa de la iglesia de Cencrea” (Rom.16:1). Un tercer propósito, relacionado al anterior, era exponer las credenciales espirituales del hermano respecto a su comunión, testimonio y servicio para que fuese de ayuda a la iglesia a la que se traslada: Febe es diaconisa y, dice Pablo, “ella ha ayudado a muchos y a mí mismo” (1 Cor.16:2). De los cristianos que acompañaron a Pablo en el manejo de la ofrenda para los santos, se dice que “enviamos…al hermano, cuya alabanza en el evangelio se oye por todas partes” (2 Cor.8:18), y del otro hermano, Pablo comenta que “cuya diligencia hemos comprobado repetidas veces en muchas cosas, y ahora se muestra mucho más diligente por la mucha confianza que tiene en vosotros” (2 Cor.8:22).


La carta servía también para velar por la vida espiritual de los creyentes en cualquier parte donde estuvieren, pues nadie es independiente en el pueblo de Dios. Muchos cristianos hoy se van de sus iglesias y buscan congregaciones de otras denominaciones para que nadie sepa de su estado. Con esa actitud, no se dan cuenta del daño espiritual que se hacen al perder la oportunidad de la supervisión espiritual de sus líderes y hermanos que lo conocen.


Por último, la carta de recomendación conllevaba un propósito defensivo: Proteger a la iglesia de falsos hermanos que se infiltraban para sacar beneficios personales en la comunión de los santos (Gal 2:4; 2 Cor.3:1-3; 11:13; 2 Ped.2:1; Jud. 4, 12).



5.3.3 Procedimiento de recepción de miembros: Sugerencias prácticas


Los principios antes explicados (5.3.2) deben guiar las acciones de cada iglesia cuando haya traslado de miembros de una iglesia a otra; sin embargo, la situación de hoy, diferente en muchos sentidos a la de iglesia del N.T., nos lleva a sugerir algunas recomendaciones útiles.


* Cuidar las condiciones que demanda una carta autorizada. El cuerpo de ancianos o pastores deberá tomar en cuenta tanto el aspecto externo o físico de la carta como su contenido. Una carta oficial deberá incluir: Encabezamiento legal impreso, nombre y dirección (y teléfonos o cualquier otro medio de comunicación moderno, si los hubiera), firmas responsables (2 Tes.3:17) y sello oficial de la iglesia. En cuanto al contenido, será recomendable que incluya los motivos del traslado, las credenciales espirituales del hermano y su utilidad en la obra (si será un traslado prolongado o permanente), la explicación a favor o en contra de la salida, pues, en ocasiones, la persona se va disgustada por algún motivo, lo que debe explicarse a la iglesia receptora. Debe prepararse una copia como acuse de recibo y para fines de registro.


* Evaluar las razones expuestas por el miembro que solicita su carta. Una visita ocasional, una mudanza, unos estudios o trabajo en otro lugar (dentro o fuera del país), son algunos motivos sencillos para que un miembro solicite una carta que le permita tomar la comunión en otra asamblea. Pero, en otros casos, se deberá escuchar atentamente las razones expuestas por el solicitante: disgusto, motivos sentimentales, sentirse subutilizado, etc. En situaciones así, los ancianos deberán tratar de convencer al miembro, con amabilidad y tacto, de que tales razones pueden ser válidas, pero no suficientes para cambiar de iglesia.


* La iglesia receptora debe cerciorarse de la autenticidad de la carta. Es importante que los ancianos lean la carta en presencia del miembro y le pidan alguna información extra sobre su decisión de congregarse. Si alguna razón poco saludable motivó la decisión, se le debe sugerir que evalúe una vez más la decisión antes de ser admitido a la comunión y al servicio de la iglesia. Los líderes no deben olvidar el entregar una respuesta escrita o verbal al cuerpo de ancianos de donde salió el miembro.


* Una situación moderna tiene que ver con personas que no tienen quién acredite su fe y conducta. Se deberá determinar si se puede comunicar con la iglesia originaria. De lo contrario, un tiempo prudente y de evaluación de frutos de arrepentimiento permitirán si puede ser admitido a la comunión. El apresurarse a dar una cálida bienvenida es contraproducente que, en múltiples ocasiones, ha traído resultados lamentables para el testimonio de la iglesia.


Estas recomendaciones surgen de la vida eclesiástica moderna, por lo que, sobre estas situaciones, diremos como Pablo “no tengo mandamiento del Señor, pero doy mi parecer como quien ha alcanzado misericordia del Señor para ser digno de confianza.” (1 Cor.7:25).


5.3.4 El rompimiento de la comunión entre iglesias


La imagen de muchos creyentes con relación a la iglesia primitiva es la de una fraternidad ideal. Pintan el cuadro de unas congregaciones en donde “Todos los que habían creído estaban juntos y tenían en común todas las cosas: vendían sus propiedades y sus bienes y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Perseveraban unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y teniendo favor con todo el pueblo.” (Hech.2:44-47). Sin embargo, seres humanos al fin, también tuvieron sus disensiones: la distribución de la ayuda a las viudas casi produce una división entre los creyentes de origen griego y los de origen hebreo (Hech.6:1ss) y dos grandes siervos de Dios se separaron por diferencias de opinión respecto a la obra misionera (Hech.15:36ss.). Pablo exhorta a los creyentes gentiles que sean considerados con sus hermanos de origen judío respecto a asuntos de comida y creencias sobre otros dioses (Rom.14:1ss; 1 Cor.8:1ss). Ls iglesias del N.T. afrontaron problemas que, en algunas ocasiones, produjeron la división entre los hermanos.

¿Cuáles razones encontramos en el N.T. que indican que la comunión no puede sostenerse con otros grupos? Parece que la palabra de Dios sólo registra dos casos que hacen insostenible la comunión con otras personas:

* El abandono de las doctrinas fundamentales de la fe cristiana (Ver 2.2). Juan escribe, probablemente, a las iglesias de Asia Menor acerca de unos miembros que “Salieron de nosotros, pero no eran de nosotros, porque si hubieran sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros; pero salieron para que se manifestara que no todos son de nosotros.” (1 Jn.2:19). Estas personas habían estado en la iglesia como “cristianos” profesantes, pero su error cristológico – negaban la encarnación de Jesucristo y su identidad como Cristo (1 Jn.2:22-23; 4:1ss; 2 Jn. 7, 8) – llevó a la iglesia a una separación radical: era imposible comulgar con personas que negaban doctrinas fundamentales de la fe cristiana. Ya Pablo había advertido a los ancianos de Efeso sobre la infiltración de falsos maestros (Hch.20:28-30). El apóstol cuestionó la realidad de la fe de algunos corintios que negaban la resurrección del cuerpo (1 Cor.15:34), como sucedió con hombres como Himeneo, Alejandro y Fileto (1Tim.1:19-20; 2 Tim. 2:17-18), quienes no sólo se contentaron con irse de la iglesia, sino que “trastornan la fe de algunos” (v.18).



* La aprobación y adopción de una conducta o estilo persistente de vida contrario a las normas morales de la Biblia. Quienes se apartaron de las iglesias a las que Juan escribió alegaban que ni tenían ni habían pecado (¡!); pero su sentido de orgullo y autosuficiencia los llevaba a despreciar a los hermanos y a una vida inconsecuente con el evangelio (1 Jn.2:9-11; 3:6-15). Los falsos maestros se caracterizan por su aparente piedad para hacer negocio con la fe (Fil.3:18-19; 1 Tim.6:3-5). En tales casos, se torna imposible mantener la comunión con grupos así. Sin caer en una cacería de brujas, no se puede olvidar la advertencia del Señor: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que por sus frutos los conoceréis” (Mt.7).



Se debe procurar con todo empeño el “mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Ef.4:3), por medio del “amor, que es el vínculo perfecto.” (Col.3:14). Una iglesia no debe separarse de otros hermanos por asuntos secundarios, sino fundamentales. Es importante evitar separaciones dolorosas por cuestiones triviales, sin embargo, las iglesias deberán mantener la unidad por medio de la identidad de doctrina y prácticas esenciales, pues ese fue uno de los argumentos para establecer el orden en la iglesia de Corinto: “sepa que ni nosotros ni las iglesias de Dios tenemos tal costumbre.” (1 Cor.11:16); “Como en todas las iglesias de los santos…” (1 Cor.14:33). Estos versos enseñan que ninguna congregación es totalmente independiente y que puede ser llamada al orden por las demás asambleas.



CONCLUSIÓN



Es de profunda satisfacción el concluir estos Apuntes doctrinales. Reiteramos que no son un credo oficial de los Templos Bíblicos aunque, en gran medida, estas son las creencias y las prácticas de nuestras iglesias.

Con esta propuesta, queremos motivar a que otros conozcan la doctrina “dada una vez a los santos” (Jud.3). El propósito para el cual fue escrito este manual se logrará cuando los líderes estimulen a sus miembros a estudiar y obedecer las Escrituras. Por ello, llegará el momento en que podrán prescindir del mismo porque habremos dejado los rudimentos de la doctrina de Cristo e iremos adelante a la madurez, pues seremos capaces de hacer nuestras las palabras del autor a los hebreos:

“El alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal.” (Heb.5:14).


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FUENTE: http://templobiblicopeniel.blogspot.com/